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Cada vez que podía, Isabela se escabullía del palacio y se dirigía a un lugar oculto en los jardines, un rincón secreto que solo ella y Rodrigo conocían. Allí, entre los árboles y las flores, encontraban un refugio donde podían estar juntos sin temor a ser descubiertos.

Rodrigo siempre llegaba primero, asegurándose de que el lugar estuviera seguro. Cuando veía a Isabela acercarse, su corazón se llenaba de alegría y alivio. En esos momentos, todo el dolor y la tristeza parecían desvanecerse.

—Isabela —susurraba Rodrigo, tomándola en sus brazos y besándola con pasión.

Isabela respondía a sus besos con igual intensidad, sintiendo que en esos breves instantes podía ser verdaderamente feliz. Sus labios se encontraban una y otra vez, llenos de amor y deseo, mientras el mundo exterior desaparecía.

—Rodrigo, estos momentos contigo son lo único que me da fuerzas para seguir adelante —confesaba Isabela, apoyando su frente contra la de él.

—Y yo haré todo lo posible para que tengas más de estos momentos, mi amor —respondía Rodrigo, acariciando su rostro con ternura.

Sabían que su amor era peligroso y que debían ser cautelosos, pero no podían evitar buscarse y encontrarse en ese rincón secreto. Cada beso, cada caricia, era un recordatorio de que, a pesar de las dificultades, su amor seguía siendo fuerte y verdadero.

Mientras los días pasaban, Isabela se encontraba atrapada en un torbellino de emociones. Durante el día, buscaba consuelo en los brazos de Rodrigo, pero por las noches, debía cumplir con sus deberes como esposa de Fernando. Esta dualidad comenzaba a afectar tanto a su corazón como a su mente.

Las noches en el palacio se volvieron un escenario de silencios y miradas furtivas. Fernando e Isabela compartían el lecho, pero sus corazones y mentes estaban llenos de sentimientos confusos que ninguno se atrevía a expresar.

Fernando, aunque seguía cumpliendo con sus deberes, no podía evitar sentir una creciente inquietud. Cada vez que miraba a Isabela, notaba detalles que antes le habían pasado desapercibidos: la dulzura de su sonrisa, la tristeza en sus ojos, la fortaleza con la que enfrentaba su situación. Sin embargo, no encontraba las palabras para hablar de lo que sentía.

Isabela, por su parte, se debatía entre el amor que sentía por Rodrigo y los nuevos sentimientos que comenzaban a surgir por Fernando. Cada noche, cuando Fernando la abrazaba, sentía una mezcla de consuelo y confusión. Quería entender lo que estaba pasando, pero el miedo a ser rechazada o incomprendida la mantenía en silencio.

Ambos se encontraban atrapados en un mar de emociones no dichas, cada uno esperando que el otro diera el primer paso. Las conversaciones se mantenían en temas superficiales, y aunque sus corazones anhelaban más, el temor a lo desconocido los paralizaba.

Así, las noches pasaban, llenas de abrazos silenciosos y pensamientos no compartidos. Fernando e Isabela seguían cumpliendo con sus roles, pero en el fondo, ambos sabían que algo estaba cambiando. La pregunta era si tendrían el valor de enfrentarlo juntos o si seguirían atrapados en el silencio de sus propios miedos.

Elvira, que siempre había sido astuta y observadora, no tardó en notar el cambio en Fernando. Aunque él no decía nada, sus acciones y miradas hacia Isabela eran diferentes. La rabia y los celos comenzaron a crecer en su interior, alimentados por la sospecha de que Fernando estaba desarrollando sentimientos por su esposa.

Cada día, Elvira observaba con más atención, buscando cualquier indicio que confirmara sus temores. Cada gesto amable de Fernando hacia Isabela, cada mirada prolongada, era como una daga en su corazón. La idea de perder a Fernando la consumía, y su odio hacia Isabela se intensificaba.

Bound by Fate, Freed by LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora