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Un maletín de cuero negro yacía frente a él mientras las dagas que reposaban ahí dentro eran limpiadas una a una con esmero. El material plateado brillaba bajo el reflejo de los fuertes relámpagos del cielo que se proyectaban por el enorme ventanal.
Podía ver el avellana de su mirada reflejarse en el filo, sus ojos apagados y sombríos estaban fijos en su labor mientras sus sentidos agudos prestaban atención a los demás elementos en el exterior.
Esa noche se había sentido inquieto en particular, en su pecho había una presión constante que no había experimentado en mucho tiempo, su cena no le supo a nada y no pudo prestar atención a los informes que sus enviados en la ciudad estaban entregándole acerca de las últimas misiones.
Una repentina ráfaga de viento trajo a su olfato un aroma sútil, dulce pero no empalagoso, una sola inhalación que no le permitió identificar que era y mucho menos el lugar de donde provenía, pero estaba muy seguro que no era de los viñedos que rodeaban las tierras de su propiedad. Ese aroma logró apaciguar su alma perdida por un instante.
Sin embargo, el alfa de facciones serias supo que algo no estaba bien. Ese aroma no estaba bien, ¿de dónde había salido? ¿cómo? Si su fortaleza estaba rodeada por fuertes betas armados y las paredes que los rodeaban eran custodiadas por alfas con excelente puntería.
No notó cuando el filo de una de sus dagas rozó su mano provocando un corte largo pero no profundo, suficiente para que la sangre brotara de él. No se entretuvo mucho viendo las gotas rojas cubrir el tatuaje con forma de calavera en su palma pues su puerta fue tocada con algo de insistencia.
—Adelante —dijo y cerró su maletín al tiempo que apretó el puño, restándole importancia a la herida.
—Escorpión, señor —saludó un beta vestido totalmente de negro, era alto y de brazos fuertes, sostenía entre sus manos una pistola de bajo calibre. El alfa al ver el arma apretó el ceño y su mirada dura hizo la pregunta antes que sus labios—. Tenemos una situación en los viñedos.
—¿Qué situación?
—Infiltración, señor.
El alfa no necesito más, frunció sus labios en una clara señal de disgusto y suspiró con frustración, no entendía cómo podían pasar ese tipo de situaciones, ya era la segunda vez en menos de un año. La primer infiltración se había dado por un pequeño grupo de alfas que pretendía llegar hasta él para cobrarle una deuda ridícula; él no se robaba clientes ajenos y mucho menos trabajaba en sectores que no le correspondían, esa era la reputación de El Escorpión, simplemente habían tomado esa patraña para pasarse de listos.
Pensaba que el escarmiento que habían dejado había sido suficiente para que ningún otro clan tuviera la osadía de enviar gente a su propiedad. Atados a enormes pilares afuera de sus paredes y con cruces tachadas sobre los ojos habían quedado esos alfas, sus olores se habían disipado en el aire hasta convertirse en una fuerte pestilencia y por fin habían sido arrojados a una fosa.