Rugido de tigre, rugido de dragón

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Para la mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad. Para mí es la soledad infinita.

Albert Camus.

No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre.

Andrew Bonar Law.

Basta el instante de un cerrar de ojos para hacer de un hombre pacífico un guerrero.

Samuel Butler.




La tranquilidad del hogar Celtigar desapareció luego de que fueran llamados por el rey para ese reclamo de los Valeryon que terminó en un completo desastre. Cuando volvieron a casa, se toparon con la noticia de que necesitaban todas las flotas disponibles para ir al Mar Angosto a enfrentarse a los hijos de la Triarquía que estaban atacando desde todos los puntos, así que Lord Herwell tendría que partir junto a Lord Bartimos y otros miembros más de la familia, mientras que Lady Samara y Clement viajarían una vez más hacia Bastión de Tormentas pues no podían quedarse solos por tanto tiempo, menos con esa amenaza encima pues los mercenarios podrían enviar asesinos a escondidas a la isla. Sí, era una guerra marítima, la primera de la que escucharía el joven Omega quien miró a sus padres con horror porque la certeza de volver no estuvo garantizada.

Cenaron en el más pesado y amargo silencio, Clement solo observaba los rostros tensos de sus padres los cuales no se miraban entre sí; no era igual a cuando Lord Herwell salía de viaje, esta vez se trataba de una guerra en la que él no podría participar, tenía que cuidar de su madre como de su gente al irse con los Baratheon. Lady Samara parecía que iba a romper a llorar en cualquier momento, preparando la armadura de su padre con ojos húmedos y manos temblorosas mientras oraba en susurros pidiendo a los Siete que protegieran a su Alfa. Era algo que el joven Omega jamás había presenciado y dolió mucho, respetando el silencio en la mesa con la cabeza caída, haciendo sus propias oraciones antes de dormir o eso intentó. Sus lágrimas corrieron solas al abrazar a su Balerion, temiendo por la vida de Lord Herwell, sin saber cómo llamar a Sohol, con él estaría a salvo pero el comandante debía andar lejos en los mares del norte de Braavos.

Se habían despedido luego de terminar de cenar, pero Clement no pudo pegar un ojo en toda la noche, dando vueltas sobre su cama inquieto porque el aroma en el castillo estaba lleno de tensión, de miedo, de abandono. Cuando pasaron unas horas sin que conciliara el sueño, gruñó golpeando la cama, levantándose aprisa al escuchar a su padre marcharse con un sollozo quieto de su madre en los pasillos. Lady Samara cayó de rodillas, sujetando su pecho con manos retorcidas. Esto era muy real. Vistiéndose aprisa con una bata, corrió a alcanzar a Lord Herwell a la salida del castillo, casi a punto de tropezar por correr cual demente, abrazándolo con fuerza, no queriendo soltarlo.

—¿De verdad tienes que ir?

Era una pregunta tonta porque supo la respuesta, su padre no se movió unos instantes, seguro que la pregunta hecha con una vocecita quebrada tentó su voluntad Alfa. Herwell sacudió su cabeza, cerrando sus ojos al respirar hondo e inclinarse para besar sus cabellos que luego acarició, separándolo de su pecho.

—Cuida de tu madre, confío en ti para que nuestra gente esté a salvo.

—Papá...

—Obedece lo que ella te diga ¿entendido? Cuídate mucho, mi niño.

—¡Papá...!

Fue como si le hubieran arrancado un pedazo de su corazón al verlo subir a su caballo y marcharse con sus soldados, la sensación de peligro fue horrible y tembló de pies a cabeza, apretando sus puños con rabia al sentirse inútil. La culpa era de la Triarquía, ellos jamás dejaban de molestar. Quiso montar a Vhagar y acabar con todos, pero era una tontería, si la Serpiente Marina no había podido con lo mejor que tenía, él tampoco aunque tuviera un dragón, ellos sabían matarlos y nunca arriesgaría así a su dragona. Le lloró a su padre, siendo abrigado por su madre quien fue por él, empujándolo para que entrara, tenían cosas que hacer porque debían empacar y dejar todo arreglado, los sirvientes se irían con ellos, otros los enviarían a fuertes y campos en el continente donde estarían a salvo hasta que no hubiera amenaza.

Sui GénerisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora