Que viva la reina Alicent

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Los que dejan al rey errar a sabiendas, merecen pena como traidores.

Alfonso X el Sabio.

Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto.

Proverbio chino.

Todo el mal que puede desplegarse en el mundo se esconde en un nido de traidores.

Francesco Petrarca.




Todo comenzó en la boda de Aegon, la reina había estado sumamente emocionada preparando a su primogénito quien lucía nervioso como todos los novios horas previas a la ceremonia. El joven Alfa había estado un poco ansioso, algo taciturno seguramente porque dejaba sus andanzas de soltero y se convertía en un hombre casado, pero Alicent lo animó, contagiándolo de su entusiasmo al mostrarle su elegante traje y los regalos que tenía para él. Si bien le había inquietado que su abuelo Otto compartiera más tiempo de lo usual con su hijo, lo adjudicó a las nupcias tan importantes con los Baratheon, pues tenía que darle algunos consejos.

Fue una hermosa boda, a decir verdad, todos reían y celebraban en las mesas, Alicent estaba algo callada pues la salud del rey no era ya tan buena. Lord Mano obsequió en el banquete un vino Dorniense de largo añejo a la pareja, brindando por los cachorros que los dioses proveerían. Nunca imaginó que su padre hubiera dado a su nieto una bebida con una preparación extra que rompió con el Supresor dado al príncipe para no mostrar su verdadera esencia Alfa dominante, un Targaryen poderoso que despertó en plena noche de bodas, dejando a una novia lastimada y un Aegon furioso con ella.

—¡Siempre fui un Alfa dominante y tú me mentiste! ¡Dijiste que era débil! ¿Cómo pudiste, madre? ¡¿Cómo pudiste hacerle esto a tu hijo?!

—Egg...

—¡Mi abuelo tenía razón! ¡Todo lo haces solamente para complacer a Rhaenyra! ¡Todo lo que te importa es ella! ¡Eres igual a padre! ¡Solo tienen ojos para mi hermana mayor!

—No, no, no, no digas eso —sollozó la reina, queriendo alcanzar las manos de su hijo que le fueron negadas— Por favor, tesoro mío, nunca fue mi intención dañarte, ¡quería salvarte!

—¡¿Salvarme?! —Aegon estalló— ¡¿De qué?!

—¡De morir! Tu abuelo quiere robarle la corona a Rhaenyra y...

—¡Entonces sí fue siempre por ella! ¡La amas más que a mí! ¡Y yo de estúpido haciendo todo lo que me pedías porque te amaba, madre! ¡Me casé con una mujer que no deseo porque tú me lo pediste! ¡Yo habría querido...! ¡Solo me usaste para tu conveniencia, jamás pensaste en mí!

Alicent cayó de rodillas, sujetándose al traje del príncipe con el rostro lleno de lágrimas.

—¡Te amo más que a mi propia vida! ¡Tú, Helaena y Daeron son lo que más me importa en este mundo! Por eso los protegí, hijo mío, de las intrigas y los complots, porque no quiero perderlos, no quiero que haya una guerra donde me los arrebaten, una traición donde termine perdiéndolos por ambición. Aegon, hijo de mis entrañas, tu madre siempre ha pensado en tu bienestar, perdóname por haberte dado los Supresores, solo quería que vivieras tranquilo sin que tu corazón fuera envenenado con ideas que pudieran terminar con tu vida, lo único que busqué haciendo esto fue que estuvieras en paz... ¡Aegon! ¡AEGON!

Este se marchó sin decirle nada más, dejándola ahí en el suelo llorando su nombre a gritos. Otto ya había comenzado su plan para usurpar el trono a Rhaenyra, primero mostrando a los lores que el primer hijo varón del rey era un Alfa dominante como la Ley Ándala lo pedía, solo necesitaba destruir más a la heredera. Alicent enfrentó a su padre luego del desprecio de su hijo, pero fue inútil, Lord Mano tenía ya demasiado poder y gente detrás apoyándolo para sacar beneficio. Por algo había confabulado con el fallecido Vaemond para demostrar la bastardía de los hijos de su princesa, trayendo al joven Celtigar como prueba contundente, algo que hubiera terminado mal de no ser por la recaída de Viserys tan a tiempo.

Sui GénerisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora