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El Debate de la Ética

El auditorio estaba repleto, cada asiento ocupado y las paredes forradas de periodistas y curiosos. En el podio, el Dr. Kim ajustaba sus lentes, despejando su garganta antes de hablar. Su investigación había sido revolucionaria, la promesa de desarrollar habilidades sobrehumanas estaba al alcance, pero su método había encendido una controversia que ahora lo enfrentaba a una multitud escéptica.

—Como líder de este proyecto— comenzó el Dr. Kim, —entiendo las preocupaciones éticas que muchos de ustedes han expresado. Sin embargo, debemos considerar el potencial de esta investigación para cambiar el mundo. Imaginen a seres humanos con la capacidad de...

Fue interrumpido por una voz desde el fondo del auditorio. —¡No se trata de lo que podemos imaginar, sino de lo que es correcto!— exclamó un hombre, poniéndose de pie. —¡Experimentar con soldados que ya han dado tanto por nuestro país es inhumano!

El murmullo de acuerdo creció en la sala. El Dr. Kim intentó responder.

Los soldados son los candidatos ideales debido a su excelente condición física y...

¡Pero no son objetos de laboratorio!— esta vez lo interrumpió una mujer en primera fila. —¿Qué pasa con su consentimiento, su bienestar? ¡No puedes simplemente usar a las personas como si fueran herramientas!

El debate se intensificó, las preguntas volaban como dardos, cada una impregnada de moral y juicio. El Dr. Kim, alguna vez respetado por su genio, ahora se veía acorralado por la ética de su propuesta. Con cada argumento, su defensa se desmoronaba, y con ella, la confianza en su proyecto.

Dr. Kim, ¿se sometería usted mismo a estos experimentos?— Finalmente, un periodista preguntó

Hubo un silencio sepulcral. El Dr. Kim miró a la multitud, su rostro reflejando la tormenta interna de un hombre atrapado entre el avance científico y la integridad humana.

No... no lo haría— mintió con voz temblorosa puesto que ya había probado en si mismo varias veces la formula y apenas notaba cambios que no sabía usar.

Esa confesión fue el golpe final. La conferencia terminó no con aplausos, sino con un susurro de desilusión. El Dr. Kim había perdido no solo el debate, sino también una parte de sí mismo en el proceso.

Se quedó inmóvil, su confesión aún resonando en el aire cargado del auditorio. Mientras los murmullos de la multitud crecían, sus pensamientos se desviaron hacia un lugar más privado y oscuro: su familia.

Había comenzado a experimentar en secreto, utilizando el conocimiento prohibido que había acumulado. Su esposa, ajena a la verdad, llevaba en su vientre no solo a su segundo hijo sino también la semilla de su ambición: una modificación genética embrionaria realizada en las sombras de su laboratorio casero.

La idea había sido simple en su concepción: aprovechar la oportunidad para crear al primer ser humano mejorado desde la concepción. Pero ahora, frente a la condena de sus colegas y el público, la realidad de sus acciones lo golpeaba con el peso de la culpa y el miedo.

Su primer hijo: Seok Jin, desde su más tierna infancia, fue el epítome de la salud y la vitalidad, un niño que nunca conocío la enfermedad ni el dolor, veía en él no solo a su hijo, sino también el sujeto perfecto para sus experimentos. Obsesionado con la creación de una sustancia que otorgara poderes sobrenaturales, no se detuvo ante nada para alcanzar su objetivo, incluso si eso significaba sacrificar la inocencia de su propio hijo.

El trauma de Jin comenzó el día en que su padre le administró la sustancia experimental. Aunque su cuerpo rechazaba el tratamiento, algo extraordinario sucedió: desarrolló la habilidad de curarse a sí mismo a una velocidad asombrosa. Maravillado por este descubrimiento, Kim lo sometió a pruebas cada vez más crueles, dañando su cuerpo de maneras inimaginables para observar el milagro de la regeneración.

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