El aire movía de forma descontrolada sus hebras doradas que contrastaban con azul y verde del paisaje que teníamos delante. Su espalda estaba desnuda, toda ella lo estaba ciertamente. Podía ver sus marcados hombros, oh, como los envidiaba. Como envidiaba la figura de la mujer que tenía delante, la de mi mujer. El humo de su cigarro me intoxicaba, pero se veía tan sexy que no podía cesar de observarla. Acabábamos de echar un polvo, no había sido nada del otro mundo, de hecho, yo no me sentía satisfecha al cien por ciento, pero a veces, no es lo que realmente necesitas o lo que quieres, te puedes conformar por menos, me sentía feliz de que ella lo hubiera disfrutado.
"Ha sido nuestro peor polvo, llevas una racha de mierda."
Deseaba seguir apreciando su belleza, pero sus palabras se habían clavado como puñales en mi corazón.
Lo cierto es que yo llevaba meses sin disfrutar si quiera nuestras relaciones sexuales. Incluso ella había propuesto un trío con un hombre en el que acabé quedándome apartada. Nada de eso había funcionado para mí.
"Me produces estrés, últimamente estoy fumando tres veces más de lo normal por tus mierdas."
Mis mierdas. ¿Mis mierdas eran no follar bien o como ella quería?
Le pedía disculpas, una y otra vez, repetidas veces. No podía parar de hacerlo y de sentirme mal, como si todo aquello fuera culpa mía.
Me miraba por encima del hombro, como si fuera superior a mí y no solo por un par de centímetros.
Desperté en mitad de un ataque de ansiedad cubierta en sudor frío, no sabía si podía calificarlo como pesadilla, pero nuevamente había tenido uno de esos.
Intenté tranquilizar mi respiración diciéndome palabras positivas; "Tranquila, Vianne, era solo un sueño, ella ya no está en nuestra vida."
Me giré a ver la hora en el reloj, eran las seis de la mañana, el sol comenzaba a asomar por la ventana y yo no había dormido ni tres horas. Me sentía reventada y a la vez sabía que no iba a ser capaz de dormir sin pensar mil y una vez en mi sueño, cosa que tampoco quería, por supuesto. Me levanté de la cama sin fuerzas algunas, agarré mi teléfono y me dirigí hasta la cocina, suponiendo bien que mi padre estaba allí. Creo que incluso llegó a asustarse cuando me vio y no fue el único, Alastor, que desayunaba tranquilo mientras mantenía una conversación con mi padre, también se asustó.
—¿No has dormido? —Dijo mi padre mientras me observaba atento, los dos lo hacía.
Me senté en el taburete de al lado y respondí como pude —He tenido una pesadilla. — Se me notaba y veía sin fuerzas, no me sentía bien.
—No se te ve muy bien, ¿por qué no tomas algo y te tomas un paracetamol? — Dijo Alastor mientras se levantaba, comenzando a calentarme un poco de leche con cacao.
No podía dejar de tocar mi cara y mi cabello, me rascaba o simplemente frotaba mis sienes, me sentía muy enferma, tanto que no quería responder y simplemente dejé que lo tomara como un sí.
Al verme así mi padre acercó su mano a mi frente y aunque en un principio me reusé a que lo hiciera comprobó mi temperatura, tenía, como se podía suponer, fiebre.
—Voy a buscar el termómetro, estás muy caliente y llena de sudor frío, seguramente se trate de una gripe. — Tras ello fue inmediatamente hasta el baño más cercano buscando un termómetro, para la mala suerte de que se había quedado sin batería.
—Creo que no tenemos pilas y no funciona. — Dijo mientras entraba de vuelta en la habitación pensando en qué podía hacer.
—Voy a por mis materiales, no te preocupes — Dijo Alastor mientras colocaba delante mía el vaso de leche. Agarró el termómetro que mi padre custodiaba entre sus manos y fue directo hacia su habitación, volviendo unos minutos después con su bolso de cuero. Uno como los que usaban en la antigüedad los médicos que iban hasta las casas de los pacientes para atenderlos. Nunca le había visto salir de casa con ese bolso porque de hecho más bien se dedicaba al papeleo y el manejo de los hospitales, pero, por supuesto que tenía una formación envidiable; era profesor de filosofía, cardiólogo, cirujano general, médico de familia y controlaba mil y una especialidad más de las que no podía siquiera recordar... Probablemente eran tantas que ni él podía recordarlas.
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Efímero.
RomanceVianne y Kay se conocen a través de amigos y se embarcan en una relación apasionada y perfecta. Su amor parece inquebrantable. Sin embargo, se ven obligados a enfrentarse a los diferentes desafíos que el mundo les pone en medio del siglo XXI. Secre...