Capítulo XXI

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Emma

Ya ha pasado una semana desde que fue nuestro primer beso y desde ese entonces todo ha sido agradable, a pesar de las miradas horribles de la gente y los insultos gratuitos de vez en cuando.

Nos seguíamos viendo a escondidas, Yanneth y yo estábamos muy entusiasmadas de vivir juntas, escapar de esta vida y de las malas lenguas, tenerla a mi lado en esta aventura significaba más para mi que todas las cosas posibles, en lo más profundo de mi corazón aún seguía esperando a mi padre pero mi mente ya sabía que eso era improbable, su llegada podría tardar más años o quizás la espera sería en vano y sólo lo podría volver a ver en las puertas del cielo, pero me aterra pensar que no lo podría ver por lo pecaminosa que soy, no ver a mi padre porque no lo merezco.
Estaba decidido, yo, mi madre y Yanneth nos íbamos a ir al sur de Alemania, más allá de WürzBurg, según mi madre estar cerca de esas fortalezas podría ser lo mejor, obviamente sin estar en el centro de todo esto. "Quedar más al margen" como decía siempre mi madre.

—Emma—Exclamó ella mientras se apoyaba en el margen de la puerta de mi habitación.—¿No crees que sería adecuado decirle a Elizabeth que Yanneth se quiere ir con nosotras? Además...te he visto más cariñosa con ella.

Un nudo se formó en mi garganta, la esperada y temida charla había llegado.

—La señora Elizabeth debería de enterarse pero por lo que hizo a su hija no merece saber nada—Respondí a su pregunta, claramente ignorando la verdadera pregunta.

—¿Emma?

—¿Si?

Tenía mi cabeza gacha, mirando las tablas de madera apolillada, buscando patrones entre las manchas más oscuras para distraer mi mente esperando que mi madre sea lo suficientemente tonta como para no seguir preguntando sobre Yanneth.

—¿Qué tienes con Yanneth?

—Nada.—Respondí demasiado rápido, demasiado como para que mi madre sospeche.

—¿Te gusta?

—¡Madre!—Levanté la cabeza, con un claro sonrojo sobre mis mejillas.

—Emma...por Dios—Se sentó en mi cama luego de soltar un suspiro.—Sinceramente, sospechaba de esto hace ya un tiempo, pero no espere que se hiciera realidad...no sé como sentirme al respecto.

Me moría de la vergüenza.

—No estoy enferma...

—Lo sé Emma, solo que es un poco complicado, no se como te verá la gente y eso es lo que más me aterra.

—La gente no importa, solo importa como me sienta.

—Tienes razón, pero soy tu madre y claramente eso me importa, sabes lo difícil que es que las personas abran sus mentes y acepten ese tipo de...

—¿Enfermedad?

—Emma, estoy segura que no es una enfermedad pero si es contra de la biblia...y aquí absolutamente todo es para y por la biblia.—Agarró mis manos.

—Lo sé muy bien, pero ahora podemos rehacer nuestras vidas y crear nuestras propias reglas ¿No?

—No lo sé, pero confiemos en que así será.—La comisura de sus labios se elevaron levemente.

Después de unas horas me hacía a la idea de que nunca más volveríamos a este campo, que la magia de las olas va a ser mas difícil de ver y la brisa marina no me iba a despertar cada mañana, el viejo camino de tierra que hizo mi padre para que no me perdiera, el claro que tenia con Yanneth, ese acantilado que causaba mis conversaciones con el sol y a veces la luna cuando tenía más pena y le rogaba que me diera a mi padre o que tan solo me dijera donde estaba, el gallinero horrible y esas vallas que se caen a pedazos, los lirios blancos que encontramos en un lugar del bosque que jamás pudimos encontrar de nuevo, pero lo que más me dolía dejar atrás eran esos recuerdos junto a Yanneth, aquellos que no tenían dolor y que me hacían pensar que la vida solo se trataba de felicidad, las risas de esos momentos sonaban en lo más profundo de mis recuerdos, ahora era una mujer o por lo menos eso pensaba la sociedad aunque tuviera una edad joven, nunca estuve de acuerdo en esa extraña "tradición" o lo "normal", yo no quiero ser una adulta todavía, quiero seguir riendome y jugar con Yanneth sobre la arena y nadar en el mar y que mi madre me regañe por irme más allá de las olas.

Había guardado todo lo necesario, algunas medicinas naturales, mis pocos vestidos, una vieja libreta de mi padre junto a un trozo de carboncillo que había manchado las páginas amarillentas, había envuelto unos quesos en unas telas para resguardados bien, un vino que estaba al final del todo de nuestra despensa que posiblemente mi padre se hubiera tomado en un santiamén, abrigo de invierno, una bufanda y por supuesto, lo más preciado para mi aunque su valor no pasaría más allá de los cinco táleros, mi hacha, el regalo de mi madre y padre para mi cumpleaños número catorce.

Mi padre, Jakob Böhmeris, me enseñó en secreto a talar y ver la mejor leña para el hogar, si estaba muy húmeda no iba a funcionar, si tenía algunos agujeros no tenía que meterme ahí ya que las termitas me picaban las manos. A mi madre nunca le gustó que mi padre me enseñará a talar, aunque en ese momento no tenía mi hacha propia así que usaba la de mi padre, una pesada hacha que al parecer era de mi abuelo, Carl Böhmeris, un hombre libre que murió por una grave gripe, nunca lo conocí, pero según lo que dice mi madre mi abuelo era un aficionado a las pipas y a los barcos, quizás por eso mi padre se hizo pesquero.

—¡Emma!—Mi madre me llamó para la cena.

Salí de mis pensamientos, dejando de lado la caja llena de recuerdos hermosos y fascinantes, deslizando mis manos por el extremo de la caja hasta llegar al final.

—¡Voy!





—¡Voy!

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