Capítulo VIII

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Yanneth

Al ya notar la tarde posándose sobre el manto del cielo decidimos levantarnos e irnos a nuestros hogares, claramente yo no me iba a quedar en mi casa así que le pedí cordialmente a Emma que me dejara dormir en su cama.
Íbamos de vuelta a la entrada del bosque, sin antes pasar por el río que tanto sentimiento le teníamos, mirabamos con tal atención la escarcha que se estaba formando. Yo por otro lado me atreví a rozar mis manos lastimadas en el agua increíblemente fría, al principio por unos escasos segundos logré sentir el invierno casi en los rincones de mi cerebro, después fue uno de los calmantes más exquisitos, calmo el dolor de mis manos y me distrajo de lo que creía que era el fin del mundo, el apocalipsis.

Emma estaba en silencio, tratando de pasar desapercibida de mis malas intenciones, lamentablemente mi objetivo ya estaba escrito en el destino. Agité mis manos un par de veces y agarre un poco más de agua entre mis manos, dejando escurrir el líquido por mis dedos hasta mis uñas, el agua dejó de salir con un color carmín, algo que provocó una preocupación menos sobre mi espalda.

Una sonrisa se formo en mi rostro de manera suave, ya no tenía las fuerzas necesarias como para sonreír como a Emma le gustaría que sonriera pero mi ánimo estaba mucho mejor, la tristeza sigue viviendo en mi corazón pero no predomina en un mar lleno de sentimientos encontrados, amor, confusión, alegría, miedo, enfado, de todo un poco. Me acerqué a Emma, buscando con la mirada alguna parte de su cuerpo que no esté tapada.

—Ni se te ocurra—Exclamó antes de que mi vista se chocara en su rostro.

—¿El que?—Dije al instante de guardar mis manos en los bolsillos de mi abrigo.

Un suspiro se escuchó de su boca, al contrario de lo que pensaba que haría ella se acercó a mí, envolviendo mis manos con las suyas, devolviendo el calor inexistente en ellas.

—Deberías cuidarte del frío aunque seas del hierro más fuerte y no te enfermes casi nunca ¿Si?

Lo único que pude hacer fue asentir, como si una razón inexplicable me ordenara servir para siempre a Emma, escucharla y aceptar todo lo que saliera de su boca, aunque posiblemente sean todo regaños y advertencias hacia mis travesuras.

—Vamos entonces…la tonta de Sophie se escapó de nuevo de su corral y la deje por ahi dando vueltas, mi madre me va a matar—Decía Emma mientras caminaba sin dejar de soltar mi mano derecha, pasaba entre árboles como si fuera la más ágil gacela.

—Sophie tiene espíritu libre—Sonreí por la comisura de mis labios.

Emma marcaba sus pasos en el césped, dejándole claro al bosque quien pasaba por ahí. De cierta manera me parece increíblemente atractiva a pesar de que la veía diariamente por muchos años, pensaba que bendita la suerte mía al estar de la mano con ella, siendo guiada y posiblemente protegida por la guerrera más formidable de Alemania. A veces apresuraba el paso para colocarme a su altura, no la dejaba de ver así que tropezaba sin querer.

—Yanneth ¿Estas bien?—Se detuvo en seco, mirándome esta vez con una preocupación notable.

—Si, perfecta.

Darme cuenta del camino que me susurraba Dios me hacia mas feliz que a cualquiera, se que los pecados se rigen al pie de la letra pero en casos donde el amor que se siente por una persona es mayor a cualquier ancla de un viejo barco pesquero, así que, me di cuenta que amo a Emma, estoy enamorada, enamorada del pecado, lo acepto Dios, estoy rota, corrompida, maldita, sucia, enferma. Pero aun así la quiero, la quiero en mi vida, junto a mi, quiero que se cumplan todos los sueños donde Emma era protagonista, lo deseo, lo anhelo.

HIPOFRENIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora