EmmaHoy era el día, después de ir al mar fuimos a mi hogar, para decirle a mi madre que nos íbamos hoy mismo y los riesgos que implicaba seguir quedándonos, ya que los feudales ya nos tenían en la mira, era encontrar una prueba más y nos íbamos condenadas, como las supuestas brujas que asesinaban por toda Europa. Como a Juana de Arco.
Agarramos nuestras cosas y acompañamos a Yanneth a buscar las suyas.
Otra vez estaba frente a la puerta de su casa, pero en esta ocasión no tenía mi hacha.
Yanneth entró a su casa de manera apresurada, desde afuera se escuchaban conversaciones, algunas con un volumen más alto que otras y una voz masculina se escuchaba con potencia.
Mi madre me agarró del brazo antes de poner una mano sobre la puerta.
—No.
Fruncí el ceño y desvié mi mirada hacia otro lado, con un nudo en la garganta y mis puños cerrados con fuerza.
Hasta que salió Yanneth.
—¡Listo!—Su respiración estaba acelerada, pero su sonrisa se mantenía.
Detrás de ella salió Elizabeth y coloque a Yanneth detrás de mí.
—Margot…yo, no sé cómo expresar mi arrepentimiento.
Mi madre solo hizo una mueca extraña, apretando levemente sus labios y tensando su mandíbula. Una expresión que quizás Elizabeth y Yanneth no sepan que significa, pero yo si, era la misma expresión que ponía cuando yo era pequeña y le decía mentiras a mi madre. Así que mi madre no le creía ninguna palabra a Elizabeth.
—Cuida de Yanneth como yo no supe hacerlo…
—No sé como una madre se rinde tan fácil y no lucha por sus hijos—La interrumpió—Qué vergüenza Elizabeth, mi lealtad no te bastó para absolutamente nada y me traicionaste como Judas a Jesús.
Elizabeth no dijo nada, solo se acercó a Yanneth y besó su frente.
—Se feliz hija y perdón por todo el dolor que te cause, ojalá que el pecado se apiade de ti.
—Claro que sí mutter, aún así la quiero, no lo olvide ¿Si?
—Se hace difícil créelo pero mi corazón estará en paz si piensa en ello, te adoro hija…
Elizabeth le entregó veinte táleros y se dieron un fuerte abrazo.
—Y lo lamento mucho Emma y Margot, espero que en algún momento me perdonen.
Ni mi madre ni yo nos creímos sus disculpas.
—Cuidaremos de Yanneth, te lo seguro Elizabeth.—Exclamó mi madre luego de girarse y seguir nuestro camino.
—Adiós mamá…te visitaré seguido—Yanneth la abrazó por última vez antes de seguirnos el paso y colocarse a mi lado.
Íbamos pasando por el camino de tierra, en dirección al pueblo. Yanneth y yo hablábamos de lo bueno que sería vivir juntas, tener una habitación propia, cultivar y fabricar lo que fuera necesario.
Mi madre pasó por la reja oxidada que apenas se abría.
Y cuando entramos al pueblo, los vecinos estaban fuera de sus casas, mirando expectante la plaza del pueblo, la cual tenía un pequeño busto del fundador, un viejo que ni conocí y ni quisiera conocer. Pero lo que me generó desconfianza eran las personas más famosas que nos visitaban, soldados y sacerdotes que jamás en mi vida había visto, pero junto a ellos estaba aquel desagradable viejo con ese lunar y esa camisa a punto de reventar.
Y en el momento donde entramos, la campana de la iglesia comenzó a sonar con fuerza, retumbando en mis oídos.
Mi madre agarró mi brazo, impidiendo que siguiera avanzando.—Emma, me temo que algo va mal, no sigamos.
—Pero mamá…no hay que temer a estos bastardos.
—Señora Margot ¿Que ocurre?—Yanneth retrocedió, sin quitarle la mirada a esos soldados y a la mirada de los condenados pueblerinos.
—¿Margot Böhmeris?—Se acercó un sacerdote que tenía una toga de un color marrón oscuro.
Mi madre se tardó en responder, miró con mala cara al sacerdote y después de dejarme atrás de ella junto a Yanneth, le habló.
—Si, soy yo…¿Que quiere?
—¿Cual es la razón de su desagrado?—Con una sonrisa burlesca el sacerdote se acercó más—Necesitamos que nos acompañe…
—¿Por qué?—Exclame, saliendo detrás de mí madre, con una expresión de pocos amigos.
—Vaya, eres una cara bonita a pesar de ser similar a una bestia—Antes de que pudiera decir algo mi madre me agarró con fuerza del brazo—Recibimos una denuncia en su contra…por brujería.
Los soldados se acercaron rápidamente a donde estábamos y los vecinos comenzaron a murmurar.
—Ya revisaron mi hogar y no encontraron nada, esto es ridículo.
—El diablo es muy astuto Sra. Böhmeris, esconde la magia negra entre las paredes. Su vecina, Elizabeth Schäfer, la ha visto bailar desnuda en el bosque, entregando su cuerpo a Satanás.
Mi corazón se paralizó y una ira imparable surgió en mi ser.
¿Por qué la vida era tan injusta?
¿Qué hicimos para merecer tal castigo?
Ya no había vuelta atrás, con una acusación así, estábamos condenadas a la hoguera.
ESTÁS LEYENDO
HIPOFRENIA
RomanceEl dolor causado por el amor es una de las más crueles condenas; arde en el pecho y ahoga el alma. Las manos entrelazadas de Yanneth y Emma son el único consuelo que les queda. Los pecados parecen incontables, pero una de ellas está dispuesta a romp...