Capítulo XXVII

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Han pasado tres días, mis heridas están casi curadas por completo pero un ligero moretón quedó cerca de mis ojos, rodeando mi nariz, no hemos partido nuestro viaje ya que se han complicado las cosas, las revisiones a la casa de Emma ya eran más constantes, venían más soldados y aquel viejo con el lunar horrible.

Thomas ya no me hablaba y mi madre parecía feliz de tenerme más días en casa.

Había ordenado repetidas veces mi casa para mantener mi mente ocupada y por supuesto me había juntado repetidas veces con Emma. Y ahora estábamos en nuestro lugar del bosque.

Emma me abrazaba por la espalda, ambas sentadas bajo la copa de los árboles, ella me acariciaba las manos con delicadeza, recorriendo con sus dedos las líneas que estaban marcadas en mis palmas.

—¿Qué han dicho durante las revisiones?

—Por suerte no encontraron las medicinas, las dejamos debajo de los tablones de la cocina, pero ya nos miran más raro que antes, nos decomisaron unos libros—Su voz era tan tranquila que me dejaban somnolienta—Pero tengo la sensación de que va a suceder lo inevitable, nos quedan días Yanneth…

Me separe de sus brazos, girando mi cabeza hacia ella, con el ceño fruncido.

—No digas eso Emma, nos vamos a ir hoy, está decidido.

Me levanté, limpiando la falda de mi vestido, quitando las hojas secas y algún rastro de tierra.

—Ya es algo tarde…no hay caso, mañana nos vamos ¿Si?

—¡No! Levántate, no quiero que esos tipos te sigan mirando así, no quiero que las señalen otra vez.

Emma se levantó y rodeó con sus brazos mi torso, su mirada era tierna, con un brillo exquisito que solo me miraba a mi, y yo me derretía en sus brazos.

—No quiero morir liebste.

—No digas tonterías.

—Es posible Yanneth…

—Entonces vámonos.

Agarre sus manos y camine a paso rápido entre los árboles y matorrales, pasando sobre las zarzas, arbustos y saltando el pequeño río que cruzaba la soledad del bosque.

Emma se detuvo en seco, tirando de mí mano para que me girará en su dirección.

—Aprovechemos este día…vamos a la costa.

Asentí, sonriéndole.

Así que caminamos hacia la costa, de la mano, sin miedo a que mi madre nos viera.

Al llegar, me quite mis botas de cuero y Emma hizo lo mismo, ella fue caminando hacia la orilla y mientras lo hacía sus manos se deslizaban por su cuerpo hasta llegar a los extremos de su vestido, subiéndolo hacia arriba, dejando su espalda desnuda y a la vista su enagua, la cual se quitó al entrar un poco más en el mar, dejando de lado toda su ropa, desnudándose de espaldas en mi presencia.

Me quedé viéndola, recorriendo su cuerpo con mi mirada, sus piernas, su espalda levemente tonificada, sus brazos delicados y fuertes a la vez, como su cabello se movía por la brisa marina y caía grácilmente sobre su espalda desnuda.

Yo respiraba con fuerza, mi corazón se acelera y por supuesto mis mejillas se ruborizaron al instante.

Emma se giró en mi dirección, mirándome con una ligera sonrisa y dirigiendo su mano derecha hacia mi.
Yo no dude en caminar hacia ella y hacer lo mismo, quitarme toda la ropa y dejarla en la arena. En vez de agarrar su mano, la abracé por el torso, mirándola a los ojos como nunca antes había visto a una persona, realmente amo a Emma.

Ella acercó su rostro al mío, depositando un cálido beso sobre mis labios, dejando mechones de mi cabello tras mis orejas. Acariciaba su espalda, rozando con mis dedos cada uno de sus músculos, subía mis manos por sus hombros y me detenía, no por miedo a su reacción, sino por la vergüenza.

Emma acercó su cuerpo al mío, continuando con los besos y cuando separó sus labios de los mios, caminamos más allá de la costa, cuando el mar nos llegaba a la cintura.

Ich liebe dich, Yanneth.

—Yo también te amo liebste

Sus ojos repasaban los míos, mi respiración calmada se aceleraba levemente al ver su rostro tan cerca del mío y finalmente nuestros labios se juntaron, sus labios aterciopelados consumían los míos, acariciaba cada comisura, su tacto era totalmente hipnotizante y causaba que mi cuerpo se inclinará al suyo, era magnético, Emma acunaba mi rostro con tal delicadeza. Cerré mis ojos con la necesidad de que aquel beso no se detuviera en ningún momento, la sinfonía de las olas chocaban apacible en nuestras piernas.

Emma bajó sus dedos por mi cuello, pasando por mi orejas y clavícula, rozaba mis hombros desnudos, trazaba círculos y algunos espirales que bajaban por mis brazos, pasaba su otra mano libre por mi espalda, causando un dulce escalofrío.

Separó mis labios de los míos y en sus labios quedó una sonrisa encantadora.

—Estoy enamorada de todo tu ser, de tu alma y de tu calidez, eres la razón de mi existir, por ti vivo Yanneth.

La abracé por el cuello.

Y vi el collar que le regalé, colgando de su cuello.

Un lirio blanco.



Un lirio blanco

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