Capítulo XXX

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Me había soltado del agarre de un soldado, a lo que de inmediato me dirigí hacia mí madre y Yanneth.
Estaba desesperada, rasguñaba sin parar la armadura de metal y trataba de golpear con toda la fuerza que me heredó mi padre, veía el rostro de Yanneth, gritando y sollozando mi nombre, pidiendo ayuda a Dios, mi madre por otro lado, se le veía casi tranquila, como si supiera lo que le esperaba, me miraba con unos ojos vidriosos y melancólicos.

Me caían lágrimas por las mejillas, no quiero que le hagan daño, no quiero luchar por algo injusto, todo esto me supera.

—¡Mamá!

Iban alejando a mi madre de mi, llevándola a un carro.

—Corre Emy…—Fueron las últimas palabras que pronunció mi madre luego de un “Te quiero”.

—¡MADRE!

Le pusieron un saco en la cabeza y ataron sus manos.

No pude hacer nada.

Me tiraron al suelo, colocaron una rodilla en mi espalda y sumergiendo mi cabeza en el rocío de la mañana y el barro que se había formado.

—¡Sueltala! ¡Te lo pido!

Yanneth gritaba sin éxito, pero logró soltarse del agarre de esos hombres y se tiró de rodillas en el suelo, a mi lado, sujeto mi cabeza entre sus manos y me miró a los ojos.

—Te amo Emma, siempre te amaré.

Y acto seguido colocaron un saco en su cabeza, arrastrándolo hacia el carro.

—¡YANNETH!

Mis gritos se mezclaban con mis sollozos, mi voz se hacía ronca y clavaba mis manos en la tierra, con fuerza, estaba furiosa.

Recibí un impacto descomunal en mis costillas que me dejó sin aire, dejando de gritar, la saliva salía de mi boca y se mezclaba con la humedad de la tierra. Mi pelo estaba mojado, horrible y sucio, mi vestido blanco ya no lo era y cuando pensé en rendirme, vi la comisura del filo de mi hacha enterrada en el barro. Arrastré mis manos hacia ella, debajo de mis uñas se veía el esfuerzo que había hecho.

—¡Maldita bestia! ¡Deja de retorcerse, te lo ordenó en nombre de Dios!

Scheiß auf deinen Gott.

En ese momento, cuando insulte a Dios, recibí un fuerte impacto en mi rostro, sentí el crujir de mi pómulo derecho y la sangre comenzaba a salir de mi nariz, no pude evitar soltar un grito ahogado, no le iba a dar el gusto a los soldados de eso, no sentiré dolor ante los golpes de un hombre, jamás.
Mis dedos rozaron mi hacha.

“Padre, cuanto te extraño” Pensé.

“Lo siento madre”

“Lo siento Liebste

Pateaba y movía mi cuerpo de maneras repetitivas, con fuerza, con ira, con odio.

Agarré mi hacha, con firmeza.

Sentía agua que caía en forma de gotas sobre mi cuerpo, era agua bendita.

—¡Satanás se presenta en el cuerpo de esta niña! ¡Hay que quemarlo y purificar la iglesia!

La asquerosa voz del sacerdote resonaba como ecos en mis oídos.
Arrastré mi brazo hacia mi, con el hacha en mano.

—¡Hagan algo inútiles!

En la desesperación de los hombres me comenzaban a levantar del cabello, en un movimiento brusco me habían levantado y sentía como mi cabeza ardía, estaba segura que mi cabeza estaba sangrando.

Pero lo había logrado, estaba frente a frente al sacerdote y mis manos sujetaban mi hacha.

La expresión del hombre de Dios era de horror, como si sus ojos salieran de sus órbitas y sus pupilas se achicaban como si fuera un gato, su boca entreabierta con ligeras gotas de saliva.

No dude, no temble.

Lo que no pude hacer con Thomas lo hice con el sacerdote, en un fuerte movimiento mi hacha estaba encajada en el hombro de aquel hombre, la sangre me salpicó en el rostro, tuve que hacer más fuerza de la necesaria debido al poco filo, la armadura de los soldados tenían la sangre de aquel hombre.

Arrastré el hacha hacia mi, sacándola de su hombro totalmente ensangrentado, el sonido ensordecedor de un hueso siendo destruido era algo que jamás volvería a escuchar de nuevo.

La sangre caía como la lluvia sobre mis manos.

Debido al shock de los soldados habían aflojado su agarre, mis piernas se movieron por instinto, solté el hacha y corrí como nunca en dirección a mi casa, pasando por el camino de tierra, entrando al bosque y corriendo entre los árboles, pasaba entre los matorrales y sobre todos los lugares a los que había pasado, miraba a mi alrededor y todo parecía ensordecedor, los pájaros cantaban más alto y el sonido de las olas resonaban en mis oídos, mis ojos lloraban por instinto y la adrenalina de mi cuerpo movía todos mis sentidos.

—¡¿Dónde fue?!

—¡Entremos al bosque!

Y corrí más rápido, más que nunca, buscaba con la mirada alguna señal que me ayudara a esconderme.
Dios me ha abandonado y yo solté su mano, sus hombres me hicieron daño en su nombre, alejaron a mi madre y a mi amada, eres totalmente cruel Dios.

¿Por qué me castigas a mí y no a los verdaderos pecadores?

Mírame ahora, porque he pecado más de la cuenta, me enamore de una mujer, quise matar a su hermano y ahora ataque a un hombre, a tu mano derecha, y no me arrepiento en absoluto.

Llegué al río, me metí dentro sin importar mojar mi vestido, me acosté y sin importar cerré mis ojos, junté mis manos tapando mi boca. De cierta manera el agua fría reconfortaba mi ser, quitaba la suciedad de mi cara y se colaba entre mis heridas.

Escuchaba sus voces a lo lejos, camufladas con el sonido del río.



Escuchaba sus voces a lo lejos, camufladas con el sonido del río

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