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Las lágrimas comenzaron a caer sobre mis mejillas, mientras mis manos temblaban sin control. La sensación de vulnerabilidad me invadía, pero al mismo tiempo, no quería ceder a esa debilidad.

Logan me observó con una sonrisa burlona en sus labios.

—La gran Mare está llorando —endilgó, casi con satisfacción, como si mi dolor fuera su victoria.

Limpie mis lágrimas con frustración, negándome a mostrar más debilidad. —Lárgate, Logan —espeté, dejando que la ira reemplazara el dolor en mi voz.

—¿Quieres salir de aquí para correr con papi y decirle lo malo que fui? Pobrecita niña —dijo Logan, burlándose, con una sonrisa arrogante—. Tú empezaste, yo solo lo terminé.

Lo vi fijamente, mis ojos ardiendo de rabia.

—Déjame salir, Logan. No lo voy a repetir —dije, manteniendo mi voz firme, aunque por dentro luchaba por mantener el control.

Logan me dio una sonrisa sarcástica.

—Vete, esa es tu especialidad —dijo con desprecio mientras abría la puerta, como si cada palabra fuera un recordatorio de lo que pensaba de mí.

Antes de salir, lo miré directamente a los ojos, sin desviar la mirada.

—¿Sabes? Cuando creo que no puedes ser más idiota y decepcionarme más... lo haces —solté con frialdad

Sin esperar respuesta, me giré y salí a buscar a mi papá. No tuve que decirle una palabra; lo supo todo con solo mirarme a los ojos. Se levantó de inmediato, con esa calma que siempre irradiaba, y sin preguntas ni explicaciones, fuimos directo al auto.

Una vez arriba del auto, él comenzó a conducir mientras yo miraba por la ventana, perdida en mis recuerdos de verano. La brisa suave acariciaba mi rostro, y mi mente se trasladó al día en que Logan y yo hicimos un picnic en la playa. Recorrí mentalmente cada detalle: la manta extendida sobre la arena, el sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla, y el atardecer tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras. 

—¿No es raro no tener un hogar donde vivir? —preguntó Logan

—No, amo viajar con mi papá. El mar es mi lugar seguro —respondí, sintiendo cómo esas palabras salían con sinceridad. Además, él siempre dice que el hogar no es solo una casa; el hogar puede ser cualquier lugar mientras estés con las personas que amas.

—En ese caso podrias  vivir con tu abuelo cuando tu padre esté de viaje, ir a la escuela y hacer todo lo que hace una persona de 17 años —sugirió, como si esas palabras fueran la solución a mi vida.

Me levanté y caminé hacia la orilla del mar Logan siguió mis pasos, acercándose con esa familiaridad que tanto me irritaba. Se colocó detrás de mí y, sin previo aviso, rodeó mi cuello con su brazo.

—No siempre viví en los cruceros. Tenía cuatro años y vivíamos en Madrid —hice una pausa, tratando de organizar mis pensamientos—. No lo recuerdo muy bien, pero mi mamá y mi abuela tenían que ir por mí a la escuela... y no llegaron.

Las lágrimas comenzaron a caer sobre mi mejilla

—Reni —dijo Logan al ver que estaba llorando, su tono cambiando a uno más serio.

—Una maestra me llevó al hospital —comencé a decir, mis palabras saliendo a trompicones entre las lágrimas—. Un conductor ebrio se saltó un semáforo y se estrelló contra el auto de mi mamá. Ella estaba embarazada... —Días después del funeral de mi mamá y mi abuela, mi papá se subió a un crucero, y así seguimos hasta ahora. Supongo que fue su manera de huir del dolor.

Cómo romper un corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora