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Salimos del bar y apenas llegamos a mi habitación, comenzamos a deshacernos de esos ridículos disfraces, pero sin dejar de tocarnos ni un segundo. Sus manos recorrían mi cuerpo con una mezcla de urgencia y deseo, y cada prenda que caía al suelo intensificaba la tensión en el aire. Me acerqué a su cuello, besándolo lentamente, mientras sus dedos se enredaban en mi cabello, tirando suavemente. El calor entre nosotros crecía con cada caricia, cada susurro, hasta que solo quedé en bragas, mi respiración acelerada y mi piel ardiendo bajo su mirada hambrienta.

Me arrojó cuidadosamente a la cama, su fuerza medida pero firme, y en un instante se colocó encima de mí. Sus ojos se clavaron en los míos, mirándome con una intensidad que me dejó sin aliento, sus labios tomando los míos con una pasión que me hizo temblar, mientras mis manos se aferraban a su espalda, atrayéndolo más cerca, deseando más de ese momento.

Se apartó lentamente de mis labios, dejando un rastro de calor en su ausencia, y comenzó a besar mi cuello con suavidad, sus labios explorando cada centímetro de mi piel. Sus besos siguieron bajando, deteniéndose en mis clavículas, y luego recorrieron mi pecho, hasta que sentí su respiración cerca de mi abdomen. Me estremecí cuando llegó hasta el borde de mis bragas, su mirada intensa y cargada de deseo mientras continuaba su camino, creando una mezcla de anticipación y excitación que me consumía por completo.

—Déjame quitarte esas bragas que sobran y comerme lo que es mío —susurró con una sonrisa juguetona en sus labios, mientras lentamente las deslizaba por mis piernas, sus dedos rozando mi piel con una suavidad que me hacía estremecer. Cada movimiento era calculado, una mezcla de control y deseo, casi torturante en su lentitud, mientras el aire frío acariciaba mi piel desnuda, haciendo que mi respiración se acelerara. Sus ojos permanecían fijos en los míos, y el contraste entre el frío del ambiente y el calor que nos envolvía hacía que el deseo fuera aún más intenso, casi insoportable.

—¿Tuyo? —me reí, levantando una ceja con una mezcla de desafío y diversión.

Volvió a besar mi cuello lentamente, su boca rozando mi piel hasta que llegó a mi oreja. Sus labios apenas tocaban el lóbulo cuando susurró con voz ronca:

—Sí, tú eres mía, y yo tuyo. Solo yo puedo recorrer cada centímetro de tu cuerpo, besar cada peca de tu espalda, y ser el único que escuche tus gemidos.

Su aliento cálido me erizó la piel, y sus palabras, tan seguras y posesivas, encendieron algo en mi interior. Mientras hablaba, sentí cómo sus manos volvieron a recorrerme, cada caricia una reafirmación de lo que decía, haciéndome arder aún más bajo su toque.

Coloqué mis manos en su cabello, enredando mis dedos entre sus mechones mientras él seguía su recorrido por mi cuerpo, dejando un rastro de besos ardientes en mi piel. Sus labios bajaron por mi pecho, deteniéndose un momento para saborear mi piel, antes de continuar su descenso hacia mi vientre. Sentí su respiración cálida acercándose cada vez más a mi entrepierna, y mi cuerpo se tensó de anticipación.

Finalmente, cuando sus labios alcanzaron mi vagina, un gemido escapó de mis labios sin control. El primer roce de su lengua me hizo arquear la espalda, y el calor en mi interior se volvió insoportable. Su boca comenzó a moverse con una precisión hipnótica, alternando entre movimientos suaves y húmedos, y luego trazando patrones rápidos y profundos sobre mi clítoris, arrancando gemidos más intensos de mi garganta.

—Dios... —murmuré, mis caderas empezando a moverse por sí mismas, buscando más. Cada vez que su lengua acariciaba ese punto exacto, un jadeo escapaba de mis labios, y mis dedos se aferraban con más fuerza a su cabello.

—Mmm... —solté entre gemidos, mi cuerpo temblando bajo su control, mientras él seguía su ritmo, ahora más rápido, más demandante. Sus manos firmes sujetaban mis muslos, manteniéndome en su lugar mientras el placer subía en olas, haciéndome gemir más alto, sin poder detenerme, hasta que todo lo que quedaba era el sonido de mi respiración entrecortada y el eco de mi propio placer, resonando en el cuarto.

Cómo romper un corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora