Capitulo 15

73 11 0
                                    


Arthur.

El día transcurrió rápidamente, y cuando finalmente regresé a casa, el sol estaba comenzando a ocultarse. El jardín estaba en silencio, pero pude ver a mis hijas afuera, Leyla jugando junto a Lía y Ayla bajo la vigilancia de Lucrecia Me acerqué a mi hija que estaba sentada en una silla observando a su hermana correr por el césped.

—¿Cómo estás, pequeña? —le pregunté, dándole un beso en la frente.

Ella arrugó la cara, aún sintiéndose mal por la reciente cirugía que había tenido. Me dolía verla así, pero sabía que pronto se recuperaría.

Ella me sonrió débilmente, mientras Leila corría hacia mí y me abrazaba fuerte. Sentí cómo mi corazón se llenaba de calidez al tenerlas cerca. En esos momentos, nada más importaba. Lía se acercó y saludó.

—Es muy tarde para que las niñas sigan afuera —dije, acariciando la cabeza de Leyla.

—Sí, señor,  ya las llevaré adentro —respondió Lía, mientras comenzaba a recoger las cosas del jardín.

La observé fijamente. Lucrecia se llevo a Leyla y yo cargue a Ayla. Los empleados al verme agacharon la cabeza, sin decir una palabra. Lia nos seguía de cerca, cargando con una mezcla de silencio. Subí al segundo piso, entré en la habitación de Ayla y la acomodé en su cama, luego quedé un momento a solas con ella, miré hacia el jardín respirando el aire fresco de la tarde. Reflexioné sobre lo que había sucedido hoy. Sabía que mi hermano seguiría adelante con la fusión, pero no me preocupaba. Mi camino estaba claro, y sabía que, al final, las decisiones que había tomado eran las correctas.

Las luces de la casa se encendieron y me di cuenta de que ya era hora de irme a regalar al Gimnasio. Las responsabilidades esperaban, pero en este momento, lo único que deseaba era pasar tiempo con mis hijas, por lo que me dare unas vacaciones.

Después de haber quedado junto a mi hija mientras cenaba, miré la hora y ya eran mas de las 7: 30 Pm. Le di un beso en la sien y me levanté para ir a mi habitación Pero primero a ver a Leyla.

— Por favor, asegúrate de limpiarla con cuidado y dale su tratamiento —le dije a la enfermera, quien me respondió con un asentimiento firme.

El pediatra estaba ahí también, revisando la presión de la pequeña notando que se veía más colorida y con más fuerza. Me sentí un poco aliviado, pero no podía evitar el nudo en el estómago. Salí de la habitación y me dirigí a la de Leyla, quien ya estaba preparándose para quedar limpia. Al verme, mi hija me llamó

— Papi... —su vocecita resonó en mi pecho, y mi primer instinto fue abrazarla con fuerza.

Pero algo me detuvo. Sentía el amor paternal, sí, pero había una barrera, una frialdad que no lograba romper. Todo por culpa de esa mujer, mi ex esposa.
Le di una sonrisa suave y me dirigi a la niñera.

—Más tarde quiero hablar con usted, la espero en mi habitación —Ella asintio sin disimular su sopresa.

Luego, con un suspiro pesado, me dirigí a mi  habitación. Sin querer cenar, necesitaba un descanso.
Estaba agotado. Apenas me dejé caer sobre la cama cuando alguien tocó la puerta.

— Señor, soy yo, Leticia. Vine para su masaje.

— Entra —le respondí, sin mucho ánimo, pero sabiendo que el masaje tal vez ayudaría a despejar mi mente. Esta vez me acomode en la cama para el masaje.

Leticia entró, cerró la puerta, y con un gesto profesional, comenzó a masajearme los hombros. Cerré los ojos, tratando de relajarme, pero su mano bajó demasiado rápido por mi espalda. La detuve en seco.

— Hoy no, Leticia. Ayer no hicimos nada, y entiendo que te quedaste con ganas, pero no puedo seguir con esto, ya me aburri.

— Lo siento, señor —respondió ella, con una mezcla de arrepentimiento y frustración—. Solo fue un momento, pero no olvidemos aquello, yo lo deseo y estoy dispuesta para usted cuando quiera.

— No puedo permitirme esto mientras mis hijas están aquí. Ademas ya no. Si vas a hacer tu trabajo, hazlo bien, nuestro revolcon ya paso—Mis palabras fueron más firmes de lo que esperaba, pero sabía que tenía razón.

Leticia se disculpó y, tras terminar el masaje, se fue. Me quedé ahí un momento, en silencio. Me puse la ropa, intentando despejar mi mente del caos que llevaba por dentro, pero no podía dejar de pensar en Lía. Teníamos que hablar sobre el viaje al condado, ella debe ir para cuidar a mis hijas, es un viaje familiar sobre el aniversario de mis abuelos. Quería aclarar las cosas con ella y que este lista para este fin de semana. Me acerqué a su habitación y toqué la puerta, pero no hubo respuesta.

— Lía, ¿puedo entrar? —pregunté, pero el silencio seguía.

Volví a golpear la puerta, y fue entonces cuando escuché un quejido.

— ¡Ayuda! —la voz de Lía me llegó entrecortada, débil.

Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta, no la vi por ningun lado, supuse que estaria en el cuarto de baño, por lo que me dirigí ahí.

—Lía voy a entrar, estas bien.

—No entre, pero tampoco estoy bien. Me tropecé y ahora no me puedo levanta.— Mierda. Sin esperar tanto decidí entrar.

Cuando entré, vi su cuerpo desnudo, cubierto de jabón, y noté que sangraba de la frente. Me asusté. Rápidamente busqué una toalla y la envolví.

— ¿Qué pasó? —pregunté, mientras la levantaba en mis brazos.

— Me golpeé... la cabeza... —respondió con dificultad.

La llevé a la cama con cuidado y llamé a Lucrecia para que avisara al médico. Mientras esperaba, mis ojos viajaron sin querer por su cuerpo. Había algo en su fragilidad que me atraía, pero sacudí esa sensación de inmediato. Me enfoqué en sus heridas: un moretón en la pierna, otro en la cabeza, y ese corte en la frente que seguía sangrando.

— ¿Cómo sucedió esto? —le pregunté, intentando entender.

— Tropecé... con los azulejos... —respondió, apenas con fuerza.

Lucrecia entró, y le pedí que la ayudara a vestirse antes de que llegara el médico. No podía permitir que nadie la viera así. Después de un rato, el médico entró y revisó sus heridas. La limpió y le dio un analgésico para el dolor.

— Necesitamos hacerle una radiografía. No parece un golpe grave, pero es mejor asegurarnos —mencionó el doctor.

Asentí. Mientras el médico salía de la habitación, me acerqué a Lía, quien ya estaba más tranquila gracias al sedante. La miré dormida, tan distinta a la parlanchina que siempre me provocaba una mezcla de molestia y exasperación. Sin saber por qué, me acerqué más a ella y, antes de darme cuenta, mis labios rozaron los suyos en un beso suave.

No entendía qué demonios me estaba pasando, pero sabía que esto iba a complicarlo todo.

La niñera de las hijas del CEO: Arthur Zaens. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora