Arthur.
De verdad que no sabía qué estaba pasando conmigo. El beso con Lía, se profundizó sin que pudiera detenerlo. Sentía miles de cosas en mi interior, como si estuviera experimentando algo parecido al amor, pero eso no podía ser. No con ella. Maldición. Quiero alejarme, pero algo dentro de mí me lo impide. Mis instintos no me permiten apartarme, y su lengua juega con la mía, encendiendo en mí algo que no había sentido en años.
No sé cómo, pero de repente estamos sobre la cama. Ella desabrocha los botones de mi camisa, y aunque sé que debería detener esto ahora mismo, no lo hago. No puedo. Mi mente me dice que pare, pero mi cuerpo no responde. Mis manos recorren su piel, y su suavidad me atrae como si fuera la primera vez que toco a una mujer. Su olor a Vainilla me envuelve, intoxicante, irresistible. Mi corazón late con fuerza, y mis manos, como si tuvieran vida propia, bajan hasta su ropa interior, tocándola. Está mojada.
Su gemido me despierta de este trance, pero es tarde. Mi mente está nublada, y entonces, todo cambia. De repente, se aparta de mí con una fuerza que no esperaba.
-No... no puedo hacer esto. No voy a ser parte de uno de tus juegos, hace esto con todas las empleadas y no pienso caer.
Su voz es firme, sus palabras como una bofetada. Me empuja y se aparta, temblando, pero firme en su decisión. La miro, aún tratando de recuperar el control de mis pensamientos, de mi cuerpo.
Rápidamente me levanto y empiezo a abotonar mi camisa, mientras ella hace lo mismo con su ropa, sin dejar de mirarme. -Lo siento. No debí besarte. Esto fue un error.
Trato de calmar la situación, aunque sé que nada de esto tiene sentido.
-Tranquila, solo fue un malentendido. Un juego que se salió de control.
Su rostro se endurece, y me lanza una mirada llena de desprecio.
-Un juego... claro. Como todo para usted ¿no? Solo eres un hombre que juega con sus empleadas y yo caí en esa red.
No tengo respuesta. ¿Qué podría decirle? La veo salir de la habitación, dejándome solo. Me desplomo en una silla, respirando agitadamente. Esto no está bien. Nada de lo que acaba de pasar lo está.
Lo de la hija de Lucy fue algo completamente distinto. Sin sentido, sin emociones, solo fue complacer un impulso. Pero con Lía... No. No puedo permitirme esto. No puedo desearla.
Pero la realidad me golpea. Mi cuerpo aún tiembla, mi mente vuelve a esos momentos, al beso, al contacto de su piel. Y lo peor es que no puedo detenerlo. No puedo ignorar la excitación que sigue recorriendo cada fibra de mi ser. Salgo de la habitación de huéspedes y rápidamente entro en la mía, me quito mi ropa y entro a la ducha, el agua cae sobre mi piel, quiero controlar esto que siento.
¡Maldición! No sé en qué momento comencé a tocarme, pero la sensación es demasiado fuerte, demasiado abrumadora. En mi mente, es Lía, la siento, la imagino, y no puedo parar. Mi respiración se acelera, y cuando todo termina, me doy cuenta de lo bajo que he caído.
Yo, Arthur Sáenz, deseando a la niñera de mis hijas como un maldito desesperado. ¿Qué está mal conmigo?
****
Por la mañana me desperté y fui directo a la ducha. Me di un largo baño, dejando que el agua se llevara el peso de la noche anterior. Al terminar, escogí ropa casual porque íbamos a montar a caballo y revisar la finca con la familia. Me vestí con rapidez, me puse un perfume caro y luego mis botas. Al salir de la habitación, me topé con Lía, pero ella rápidamente corrió hacia la habitación de las niñas. Sonreí de lado, pensando en la locura de anoche. Seguro cree lo peor de mí, y no la culpo; tiene razón. Soy exactamente lo que piensa: un hombre sin corazón, que solo busca placeres momentáneos, nada más.
Entré al cuarto de mis hijas y las saludé. Ellas me sonrieron, pero se quedaron de pie, conscientes de que los abrazos no son lo mío. Me gustaría ser diferente por ellas, pero no sé por qué demonios aún no puedo dejar atrás a esa mujer que se fue abandonandolas. No la amo, ni pienso en ella como antes, pero cada vez que veo a mis hijas, mi mente viaja de nuevo a ella, y el odio me consume.
Lía se me quedó mirando.
-Señor Arthur, ¿sabe que cada vez que uno se despierta debería darle gracias a Dios y abrazar fuerte a sus hijas? Eso es lo que hace un buen padre.
-¿Y por qué me dices eso? -le respondí, desconcertado.
-Mi papá siempre me da un beso y un abrazo cada mañana. Creo que las niñas buscan lo mismo, cariño paternal, pero usted no se lo da.
Me molesté.
-¿Y por qué te metes en lo que no te importa? Tú solo eres una empleada -le solté con frialdad.
-Discúlpeme si me meto, señor Arthur, pero sus hijas no tienen la culpa de lo que le ha pasado. A veces usted las mira con cariño, y sé que las quiere, pero ellas necesitan más de usted. Yo tengo 28 años y aún mi padre me abraza y me da besos en la mejilla y como hija amo sentir eso.
Quería echarla en ese mismo instante. Que se cree ella.
-Me gustaría correr a alguien que se atreve a opinar sobre mi vida, pero supongo que tú misma te ganaste esa confianza -le dije, con un tono amenazante mientras salía de la habitación. Me detuve en la puerta-. Te doy una orden, señorita Lía Evans: no te metas más en mi vida. Lo que pase con mis hijas no te concierne. Solo encárgate de cuidarlas y recuerda que tienes un contrato conmigo, ya no más confianza entre los dos.
-Sí, sí, tranquilo, usted cumpla nada mas-respondió con calma, pero me dejó con un mal sabor.
Bajé las escaleras, y los empleados me saludaron. Le pedí a mi tía que comenzaran a preparar el desayuno para la familia. Caminé por la finca, era un lugar hermoso. Saludé a los hombres que trabajaban cuidando los animales. Mi tío y mi primo Enrique se me acercaron.
-¿Listo para la carrera de hoy? -me preguntó Enrique.
-Así es -le respondí, aunque mi mente estaba en otra parte.
-¿Esa es la nueva niñera? -me preguntó Enrique, con una sonrisa maliciosa.
-Sí -respondí, intentando no mostrar lo que realmente pensaba.
-Es muy bonita. Buena elección.
-No es lo que crees. Es molesta. Muy molesta -dije, intentando cerrar el tema. Porque en mi interior pensaba lo contrario y no quería que nadie la viera.
Pero, ¿por qué me afectaba tanto? ¿Por qué Lía me sacaba de quicio? Ella era diferente. Especial. Y, mierda, creo que me estaba volviendo loco.
Entramos a la caballeriza. Allí estaba mi caballo, un magnífico animal gris. Lo llamé "Indomable" desde que era pequeño, porque nadie más podía tocarlo. Igual que yo. Soy un hombre que no puede ser domado. Solo yo controlo a mi caballo... no ha había una mujer o un familiar que pueda domarme.
Pero entonces, Lía apareció en mi mente otra vez. ¿Por qué diablos me estaba afectando tanto?
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La niñera de las hijas del CEO: Arthur Zaens.
RomanceArthur Sáenz, un multimillonario frío y desalmado que ha vivido en la oscuridad desde la desaparición de su esposa, dejándolo solo con sus dos hijas gemelas. Desesperado por encontrar una niñera que cumpla con sus estrictas expectativas, Arthur cono...