Capitulo 21

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Arthur.

La cabeza me latía tan fuerte que parecía a punto de explotar. Abrí los ojos, sentí una presión horrible, y el dolor en el brazo era insoportable. Giré la cabeza y vi a Lía, sentada en una silla a mi lado. Estaba medio dormida, la cabeza cayendo a un lado. Cuando moví el brazo para sostenerla, solté un quejido por el dolor, y ella se despertó de inmediato.

—¡Ay, señor Arthur! —exclamó, poniéndose de pie rápidamente—. Se despertó. ¿Está bien?

—Hasta donde sé, sí, pero me duele la cabeza como si me estuvieran martillando por dentro —le respondí con voz cansada.

—Ire a llamar al médico.—Replico apurada.

—Sí, ¿Pero qué hace aquí? —pregunté, extrañado.

—Estoy cuidándolo. Ahora soy su niñera —dijo con una sonrisa.

No pude evitar reírme, aunque el dolor me obligó a detenerme. ¿Lía cuidando de mí? Quien lo diría, pensé que me odiaba, siempre me había dado la impresión de ser dura y sin tiempo para tonterías, ahora bromeaba en el peor de los momentos.

—Tienes unas ganas de jugar, se te nota —mencione forzando una risa, a pesar del cansancio que me pesaba en el cuerpo.

—Lo siento, es que pensé que necesitaba reír un poco —respondió, un poco avergonzada—. No quise molestar.

—Tranquila, me hiciste reír, y eso ya es bastante.

Lía me sonrió antes de volverse seria de nuevo.

—Voy a llamar al médico para que vea cómo se siente.

— ¿Y mis hijas? —pregunté de repente, preocupado.

—Están con Lucrecia. Me quedé porque su hermano está afuera.

—¿Mi hermano? —pregunté, sorprendido—. Es un imbécil.

—Discúlpeme, pero... sí, me cae bastante mal también.

—A mí no solo me cae mal, me revienta —añadí, intentando no parecer demasiado amargado.

Lía rió, pero luego intentó ponerse seria de nuevo.

—Voy a llamar al médico.

Cuando ella estaba a punto de salir, la sujeté del brazo.

—Espera, no te vayas.

Lía se sonrojó un poco y yo solté su mano, algo avergonzado.

—Dime.

—Ah, nada, ve por el médico.

—Está bien, iré a buscar al médico —agrego finalmente, y salió de la habitación.

Intenté levantarme de la cama, pero el dolor en mis brazos y piernas era insoportable. Malditos accidentes, siempre dejan secuelas. Antes de poder forzarme a moverme más, el médico entró.

—Señor Arthur su condición no es tan mala, pero sufrió múltiples contusiones. Necesita tiempo para recuperarse.

—Sí, lo sé.

—¿Podemos hablar en privado?—Sugirió el médico

—Claro — Respondi, luegp Lía volvio a salir.

—Esa mujer, es un torbellino. Entro gritando al consultorio que usted había reaccionado.

Abrí los ojos con sorpresa, luego me encogí de hombros, aunque sonreí por dentro. Lía, con sus bromas y su carácter, estaba volviéndome loco, y no podía evitar sentirme atraído por su forma de ser.

—Prosiga, doctor.

El médico continuó.

—Después de su accidente, como sabe, tiene una fractura en la pierna derecha. Le colocamos una placa de platino, y aunque la operación fue un éxito, la recuperación llevará tiempo. Aún tiene problemas de movilidad, y forzarla ahora podría ser peligroso. Ah tenido un accidente.

Y en ese momento mi pasado me golpeó de nuevo. Un pasado que no quiero recordar.

—Lo sé, lo sé. —respondí, molesto. Estaba harto de sentirme tan limitado, pero no podía negarlo; mi cuerpo no estaba en su mejor momento, después de aquel horrible accidente hace cinco años atrás, mi vida cambió totalmente...

—Deberá seguir con la rehabilitación y evitar cualquier esfuerzo excesivo —insistió el médico.

—Entiendo. Gracias, doctor.

Cuando el médico se fue, me recosté en la cama, mirando el techo. Estaba atrapado, no solo por las heridas físicas, sino también por todo lo que había sucedido. Y para colmo, ahora no podía dejar de pensar en Lía, la única persona que lograba arrancarme una sonrisa en medio de todo este desastre, y a la vez sentía miedo, de sentir esa sensación de enamoramiento. Juré no volver a enamorarme, ese accidente del pasado me destruyó por completo.

Por otro lado, siento que alguien ocasiono que mi caballo se pusiera arisco, por esa razon estaba agresivo, no me cabe duda que todo esto fue planeado, para que perdiera en la carrera.


*****

Cuando me dieron el alta del hospital, algunos de los peones, junto con mi tía y mi tío Fausto, fueron por mí. Me llevaron de regreso a la hacienda. Estaba débil, pero no iba a dejar que me vieran así. Al llegar, las niñas me miraron con temor, empezaron a llorar,  Lía, siempre tan atenta, se las llevó a la habitación para calmarlas. Mi hermano, Enzo, estaba allí, observándome con una sonrisa que me pareció extraña. Sentí en el fondo de mi ser que él estaba detrás de todo esto, pero no le iba a dar la satisfacción de demostrar mis sospechas. Él podía seguir con su juego; al final, el que ríe de último, ríe mejor, y yo estaba seguro de que su momento llegaría.

Me dejaron en la habitación, y apenas me recosté, un dolor punzante me recorrió el cuerpo. Mi tía entró, siempre tan cariñosa, con un caldo en las manos. Le hice una señal de que no quería comer.

—Tienes que alimentarte, hijo —insistió.

—Tía, no me siento bien —respondí, con un suspiro—. Todavía no entiendo cómo ocurrió esto.

—Siempre has sido cuidadoso, amable, y no puedo imaginar que alguien quiera hacerme esto.

—Yo dudo de todos, incluso de mi familia.

—Ay, sobrino, no creo que nadie en la familia te quiera hacer daño. Tal vez fue un accidente.

—No lo sé, tía. Alguien lo planeó. Esto no fue un accidente. Lo sé. —Mi voz temblaba entre el dolor y la rabia contenida—. Y quien haya sido, va a pagar.

—No pienses mal de la familia —dijo ella, tratando de consolarme—. Fausto, Ricardo, incluso Enzo... no creo que ninguno de ellos te odien.

Sonreí amargamente al escuchar el nombre de mi hermano. —Enzo—. Si alguien me quería ver derrotado, era él.

—Tía, no te preocupe. Yo ya me siento mejor.

Ella se retiró después de darme unas últimas palabras de aliento, y apenas cerró la puerta, me dejé caer en la cama.
Enzo, Era el único que nunca celebraba mis triunfos. Siempre había una sombra en su mirada, como si no soportara verme avanzar. Podía disimular con una sonrisa, pero yo sabía lo que sentía. Y ahora, después de lo que había pasado con la bestia en la última carrera... Estaba seguro de que él había tenido algo que ver. Por ahora no me iré a la ciudad, me pondré averiguar, que paso.

Ya era de noche cuando Enzo entro en mi habitación. Se plantó frente a mí, arrogante como siempre, con esa sonrisa que tanto detestaba.

—Esta vez gané —declaro con una satisfacción apenas contenida.

—Qué bueno, me alegro por ti —respondí, sin mirarlo a los ojos. No iba a darle el placer de verme derrotado.

—¿De verdad crees que te lo robé? —preguntó, casi burlándose, en serio ya sabía la respuesta.

—Es obvio, Enzo. Manipularon el asiento y las riendas de mi bestia. Sabes tan bien como yo que no fue un accidente.

—Oh, claro, siempre buscando conspiraciones —dijo, haciéndose el inocente—. ¿Y por qué no piensas que simplemente fue mala suerte? Quizá uno de tus propios peones.

—Mis peones nunca harían algo así. No sin órdenes directas —le respondí, con firmeza.

—Arthur, acepta que perdiste. Fue solo un accidente, y ya. —Su tono se volvía más condescendiente con cada palabra.

Lo miré, y supe que no tenía sentido discutir. Su juego era claro, y yo tenía que estar al tanto. No iba a caer en su provocación.

—¿Qué más quieres? —pregunté, ya cansado de la conversación.

—Solo para decirte que habrá una fiesta mañana. No sé si querrás ir —comentó, restándole importancia—. Y el lunes nos vamos.

—Que bien, por ti, yo me quedaré unos días más.

—Para que te vas a quedar más tiempo.

—No tengo intención de irme pronto. Hay mucho trabajo en la hacienda y eso no debe importarte, yo tomo las decisiones.

—¿Entonces la empresa queda en mis manos?—Mencionó arreglando su cabello.

— No, yo deje a los gerentes encargados, tu quédate como siempre, en tu puesto.

Enzo asintió, aparentemente inconforme, pero antes de salir, me lanzó una última indirecta.

—Por cierto, deberías echar a esa niñera. La tal Lía, se está aprovechando de la confianza que le tienes, o quizás ya la has llevado a la cama.

Apreté los puños al escuchar su tono despectivo. Lía Hablar así de ella, insinuando que había algo más entre nosotros. Pero no iba a dejar que me provocara.

—Lía hace su trabajo, y lo hace bien, si te molesta mi empleada, entonces no la veas.

—¿No me digas que te la estás cogiendo de verdad? —soltó, con una carcajada asquerosa.

—No te concierne lo que pase con mis empleados —respondí, tratando de mantener la calma—. Y Lía no es cualquier mujer. Incluso tú deberías tener más respeto por ella, eres tan vulgar.

Enzo se quedó en silencio un momento, evaluándome con esos ojos que siempre escondían algo más. Luego se encogió de hombros.

—A mí no me interesa una empleada cualquiera. Solo te digo que no le des tanta confianza. No vaya a ser que te arrepientas después.

—Hago lo que quiero con mis empleados. Ocúpate de tus asuntos, o quizás te gustaría tu están en mi lugar.—Recalque soberbio.

—Tranquilo, no me interesa esa mujercita. Solo era un consejo, además su forma de vestirse es tan informal, no obstante seguro esconde algo hermoso dentro de esa ropa y hermanito, seguro si lo quiero la tengo, pero se nota que estas celoso.

Esta vez apreté los puños, con rabia.

—Quisieras llevártela a la cama, pero lo dudo—Declare sabiendo que Lía era una mujer diferente.

Enzo apretó los puños, me miró un último segundo, sonrió disfrutando del momento, antes de darse la vuelta y salir de mi habitación.

Cuando se fue, el silencio me envolvió, pero dentro de mí todo era ruido. Sentí mis manos temblar de rabia, mis puños apretándose con fuerza. —¿Quién se creía Enzo para hablar de esa manera?— Y, sin embargo, tenía razón. Me dolía admitirlo, pero sentí celos. Celos por la manera en que hablaba de Lía. Nunca antes había sentido algo así. Me enfurecía la idea de que él, o cualquiera, pudiera pensar mal de ella, o que pudiera tratarla como una cualquiera.

Lía era diferente. Yo lo sabía, y aunque no podía explicarlo, lo sentía en lo más profundo. ¿Pero por qué me importaba tanto?

La niñera de las hijas del CEO: Arthur Zaens. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora