Lía
Abrí la puerta con fuerza, incapaz de contener el temblor en mis manos. Mis ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habitación se volvió sofocante. La sorpresa en sus rostros solo aumentó mi rabia.
—¿Cómo pudieron hacerme esto?— exclamé, mi voz quebrándose.—¿Cómo pudieron traicionar lo que teníamos? ¡Eran las dos personas en quienes más confiaba!
José Luis intentó acercarse.
—Lía, por favor, déjame explicarte…
—¿Explicarme qué? ¡Lo que estoy viendo lo dice todo!— Mis palabras salieron entrecortadas mientras sentía el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cuerpo como un golpe seco, rompiendo en pedazos cualquier esperanza que me quedaba de ellos.
—Lo siento, Lía,—balbuceó Bianca, su mirada fija en el suelo. —Nos amamos… No queríamos que pasara así, pero es la verdad. José Luis y yo estamos juntos desde antes de que tú supieras lo que sentías por él.
—¿Juntos?— La palabra me cortaba como un cuchillo. —¿Y me lo dices así? ¿Después de todo lo que hemos compartido? ¡Tú me lo presentaste!
El asco y la ira se mezclaban en mi pecho, dejándome sin aliento. —Son una porquería, los dos. Me dan asco. ¿Cómo pude confiar en ustedes?
Salí corriendo sin escuchar nada más. Mi corazón latía desbocado y las lágrimas nublaban mi visión mientras subía al coche. No tenía idea de adónde ir, solo sabía que no podía quedarme un segundo más cerca de ellos.
Conduje hasta un bar sin rumbo fijo, solo queriendo escapar de la devastación. Me estacioné y me quedé sentada en silencio por unos minutos, tratando de calmar la tormenta de pensamientos que golpeaban mi mente.
—Mis padres... ¿Cómo voy a mirarlos a la cara después de esto?— pensé. Todo lo que había planeado se había derrumbado en un instante.
Entré al bar y me senté en una mesa oscura. Un mesero se acercó. —¿Le ofrezco algo, señorita?
—Sí… Un vodka mezclado, por favor.
Asentí, intentando mantener la compostura mientras las lágrimas seguían cayendo. Saqué mi teléfono y vi varias llamadas perdidas de José Luis. Ahora quería hablar. El muy cobarde no había tenido la decencia de enfrentarme antes, y ahora pretendía arreglarlo con una llamada. Solté una risa amarga y apagué el teléfono. Todo lo que creí conocer se sentía falso, como si hubiera estado viviendo una mentira.
Rápidamente le mande un mensaje.
"NECESITO UNA EXPLICACIÓN SOBRE LAS COPIAS DE LOS LIBROS QUE CORREGI Y EDITE"
Le di enviar y luego guarde mi móvil.
Tomé el vaso que me trajeron y lo vacié de un solo trago, sintiendo cómo el alcohol quemaba mi garganta, pero sin aliviar el dolor. ¿Qué hice mal? ¿En qué momento empezó todo esto? Bianca lo dijo como si fuera algo que venía ocurriendo desde hace tiempo. ¿Cuánto llevaban burlándose de mí?
Seguí tomando, no tengo idea de cuantas copas llevaba. Pedí la cuenta al mesero. Al pagar decidí que ya era hora de irme. Ya eran más de las doce de la madrugada. Me levanté de la mesa y, al salir, choqué con alguien.
—¡Ten más cuidado!—, gruñó el hombre con el que había tropezado.
—¿Disculpa?— respondí, irritada. —Tú fuiste el que no miró por dónde caminaba.
—Vaya, las señoritas como tú siempre encuentran a quién culpar— dijo con un tono frío y arrogante.
—Vete al diablo— le espeté sin pensarlo. No tenía energía para discutir. Salí apresurada y me dirigí a mi coche.
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La niñera de las hijas del CEO: Arthur Zaens.
Roman d'amourArthur Sáenz, un multimillonario frío y desalmado que ha vivido en la oscuridad desde la desaparición de su esposa, dejándolo solo con sus dos hijas gemelas. Desesperado por encontrar una niñera que cumpla con sus estrictas expectativas, Arthur cono...