Capitulo 33

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Lia.

Daba vueltas y vueltas en la comisaría, tratando de procesar todo lo que había pasado. ¿Cómo era posible que este idiota de José Luis hubiera hecho tanto daño durante el último año? Lo miraba en silencio mientras él, aparentemente tranquilo, me observaba desde el otro lado de la sala. Fue inevitable que me acercara, sentía que tenía que decir algo, soltarle en la cara todo lo que había guardado.

—Escúchame bien —le dije, intentando mantener la calma—. Eres un completo imbécil. No puedo creer que hayas destruido mi vida con todas tus mentiras y astucia. Pero para que lo sepas, no vas a salir de esta. Tienes un nombre que ensuciaste y vas a pagar caro todo lo que me hiciste. Ni te imaginas el hombre con el que estoy ahora. Él es mi novio, y créeme, es mucho más poderoso de lo que tu mente puede imaginar.

José Luis se quedó mudo, y su rostro palideció. No se atrevió a decir nada, y eso me dio la fuerza para dejar mi declaración y salir de ahí sin mirar atrás. Había dejado atrás el pasado; ya no quería saber más de él ni de sus problemas. Todo lo que deseaba era que limpiara mi nombre, que era lo único que le exigí en esa declaración final.

No pasaron ni cinco minutos después de salir de la comisaría cuando mi teléfono sonó. Contesté al ver un número desconocido, con la idea de que tal vez era algún amigo o colega que quería saber cómo estaba.

—¿Lía? Muy buenas tardes, soy Elías Cervantes.

Abrí los ojos con sorpresa.

—Hola, señor Cervantes, ¿cómo está? —respondí, un poco nerviosa.

—Lía, necesitamos hablar. Me enteré de que arrestaron a José Luis por lavado de dinero y fraude. Me avergüenza decir que en su momento desconfié de ti. Siento mucho haber dudado.

Lo escuché, pero ya no sentía rencor.

—No se preocupe, Elías. Todo eso quedó en el pasado. Además, ya ni siquiera pienso volver a esa editorial.

Hubo un silencio al otro lado de la línea.

—Lo siento mucho, Lía. Las puertas de mi editorial siempre estarán abiertas para ti. Fuiste una de nuestras mejores colaboradoras.

Suspiré, tratando de mantener la calma. Tenía que ser clara.

—Mire, señor Cervantes, lo que puede hacer por mí es quitar mi nombre de esa página donde me vincularon con todas las mentiras de José Luis. Eso es lo único que necesito de usted. Así podré seguir escribiendo sin ese peso.

Él se disculpó una vez más y prometió que arreglaría todo. Colgué la llamada sin querer seguir escuchando. Durante años trabajé con él, y en el momento crucial, no confió en mí. Jamás volvería a esa editorial. Me había dado cuenta de que mi felicidad no dependía de nadie más, solo de mí. Ahora estaba bien como niñera y educadora, trabajando con las personas que de verdad me querían y respetaban. La paz que sentí fue algo nuevo, como si, por fin, todo hubiera llegado a su lugar.

Un mes después

Estaba sentada en mi escritorio escribiendo, en la mansión de Arthur. Ya no utilizaba un seudónimo; volvía a firmar con mi nombre. Deje de escribir al ver a las gemelas entrar a mi habitacion se veian adorables, me habían pedido algo que me dejó sin palabras.

—Lía… ¿te podemos llamar mamá? —preguntaron, con ojos brillantes y una mezcla de timidez y emoción.

Mi corazón se derritió, pero también me llené de dudas. La madre de las niñas, Nadia, aunque ya no estaba en sus vidas, siempre me pareció una figura amenazante. Había inventado que tenía cáncer para llamar la atención de Arthur, pero era una mentira tras otra. Afortunadamente, Arthur no dudó en pedirle una orden de alejamiento. Las niñas le tenían miedo, y él solo quería protegerlas.

Arthur insistía en contratar a una niñera, pero yo me negué. Cuidar de ellas era algo que me hacía feliz. Durante el último mes, había encontrado paz y alegría a su lado y al de él. Sabía que no permitiría que nadie dañara esa paz.

—Acepto con gusto—confirme y luego ambas salieron gritando de la habitación, no sin antes dejar un beso en mi mejilla.

—Cariño, ¿en qué piensas? —preguntó Arthur, acercándose y acariciándome la mejilla.

Me giré hacia él con una sonrisa.

—En todo lo que ha pasado, en las niñas, y en lo afortunada que soy de tenerte a mi lado.

Él me miró con ternura y luego suspiró.

—Quiero contarte algo. —Se sentó a mi lado y me tomó de la mano—. Mi hermano ha estado intentando sabotearme. El fue quien contrató a los peones para que provocaran accidente de caballo y ahora hizo una malversación en mi empresa, junto a Sthepanie, han estado desviando dinero. Puedo perdonar muchas cosas, pero eso no.

Lo escuché atenta, tratando de procesar todo.

—Arthur… ¿estás seguro de que no vas a hacer nada al respecto?

—No irán a la cárcel, pero los sacaré de mi empresa. Mis padres llegan esta noche, y ya les hablé de ti. No te preocupes, ellos no se meten en mi vida. Son personas de mente abierta.

— Que alegría mi amor. Eso me hace sentir más segura.

—No lo dudes. Cariño. —Me quedé abrazada a él. Mientras me acariciaba el cabello.

***

Y así fue. Esa noche llegaron sus padres, y para mi sorpresa, su madre se acercó con una sonrisa amplia y me dio un fuerte abrazo.

—Eres una muchacha hermosa, Lía. Mi hijo ha tenido suerte de encontrarte —me dijo, haciéndome sentir como en casa.

No pude evitar sonreír mientras las niñas se acercaban y me abrazaban también.

—¡Abuelita! Mira, es nuestra mami Lía —dijo una de ellas, con esa inocencia que solo los niños tienen.

—¡No puedo creerlo! Mis preciosas nietas están creciendo. Lía, serás una madre maravillosa para ellas —Declaro, casi emocionada, mientras las niñas la llevaban de la mano.

Arthur me miró desde el otro lado de la sala y me guiñó un ojo, como si quisiera hacerme sentir aún más tranquila. Su madre era encantadora y libre, una mujer cálida y sin prejuicios. De repente, comprendí de dónde venía parte de su carácter.

—Su padre un hombre serio, muy parecido, me saludo con un gesto, sentí nervios pero me controle, y le salude con una sonrisa.

Los siguientes días fueron de armonía, y la madre de Arthur me dio consejos que atesoré. En el fondo, entendí que mi lugar era este, al lado de Arthur y de las niñas, y sobre todo, tenia planes de tener cerca a mis padres, aunque ellos no querian vivir fuera de su casa, sin embargo yo no los queria lejos de mi. Por fin deje el pasado, ya no me sentía atada. Ahora, todo lo que deseaba era construir una vida llena de amor y felicidad, sin permitir que nadie interfiriera en nuestro futuro.

La niñera de las hijas del CEO: Arthur Zaens. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora