Lía
Estaba lista junto con las niñas, bajando al salón, y no podía evitar notar las miradas expectantes de las tías y del hijo del hermano gemelo del señor Arthur. Me sentía completamente incómoda, con unas ganas terribles de salir corriendo de esa hacienda y regresar a mi casa, a la seguridad y confort que tanto extrañaba. Pero no podía. Tenía un contrato, un compromiso que cumplir. Solté un suspiro, resignada. Y sobre todo recordar lo que estuvo apunto de pasar la noche de ayer.
Al llegar al salón, la tía buena de Arthur vino alegremente a recibirme. Me ofreció desayuno a mí y a las niñas. Acepté y, aunque intenté hacerme sentir cómoda, no podía ignorar las miradas que seguían clavándose en nosotras. Me senté con las pequeñas y las vi comer en silencio. No podía dejar de observar los rostros a mi alrededor, tratando de descifrar qué pensaban, qué querían de mí.
De repente, uno de los peones se acercó a la tía y le dijo que iban a empezar con las carrera. Me pregunté en qué consistirían esas carreras hasta que uno de los muchachos mencionó que estaban por comenzar la carrera de caballos.
—Cada año se hace esta competencia— comentó, y agregó que el que siempre ganaba era el señor Arthur.
—No creo que mi tio gane, esta vez ganará mi padre— soltó, con orgullo, el joven sobrino del señor Arthur. Esta más que seguro, que está vez ganará su padre.
—Señorita Lía, le gustaría ir— Sugirió Lucrecia y moví la cabeza en afirmación.
—¿Quieren ir a ver a su padre? —pregunté a las niñas, intentando sonar animada. Ambas respondieron al unísono, con entusiasmo, que sí.
Después de desayunar, llevé a las niñas al lavabo para que se cepillaran los dientes, y yo hice lo mismo. Les puse ropa más ajustada, botines y sombreros, para que estuvieran cómodas y protegidas del sol. Antes de salir, les apliqué un poco de crema en las caritas para evitar que se quemaran. Lucrecia, nos acompañó mientras caminábamos por la hacienda, que era un lugar inmenso, digno de admirar.
No pude resistirme y empecé a tomar fotografías de las niñas, de Lucrecia, de todo lo que nos rodeaba. El paisaje era hermoso, lleno de flores y vallas elegantes. Mientras caminábamos, vi un grupo de personas a caballo dirigiéndose hacia el campo.
—¿A dónde van? —pregunté, intrigada.
—Van hacia la carrera a ver exclusivamente al patrón de aquí —respondió Lucrecia y quedé sorprendida.
—¿Quién es,ese patrón?—quise saber curiosa.
—Es él señor Arthur siempre ha ganado estas competencias. Es uno de los mejores, y además es el jefe aquí. Desde que sus abuelos fallecieron, él quedó a cargo de todo. Le dejaron el 80% de la herencia.
Solté un silbido de la sorpresa. Es un Ceo y ahora hasta un ganadero.
—Con razón su hermano lo envidia —comenté sin pensar.
Lucrecia se detuvo de golpe y apreté los labios, dándome cuenta de lo que había dicho.
—Discúlpame, no quise decir eso.
—No te preocupes, Lía, tienes razón —me respondió, con una sonrisa amarga—. Enzo, su hermano gemelo, siempre ha tenido problemas con Arthur. No todos en la familia lo aprecian como deberían, y Enzo es el que más lo resiente. Pero, al final, mi niño Arthur es quien tiene el control de las empresas y la herencia de todos aquí.
—Ya veo... con razón —musité, aún sorprendida por la conversación.
Caminamos un poco más hasta llegar al campo donde se llevaría a cabo la carrera. Era un lugar inmenso, lleno de espectadores emocionados. Los caballos estaban listos, trotando en círculos, sus patas levantando polvo en el aire. Entre ellos, reconocí al señor Arthur, montado en un caballo gris. Se veía imponente, seguro, completamente enfocado en la competencia.
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La niñera de las hijas del CEO: Arthur Zaens.
RomansaArthur Sáenz, un multimillonario frío y desalmado que ha vivido en la oscuridad desde la desaparición de su esposa, dejándolo solo con sus dos hijas gemelas. Desesperado por encontrar una niñera que cumpla con sus estrictas expectativas, Arthur cono...