Arthur.Miraba a mis hijas, tan pequeñas, de tres años de edad, y sin sentir ninguna emoción real. Eran idénticas a mí, pero con la piel más clara, cabello rubio y esos ojos azules que definitivamente venían de su madre. Aún así, no lograba conectar. Sus rostros reflejaban inocencia, pero mi mente estaba en otro lugar. Con un suspiro, salí de la habitación de ellas, me dirigí al salón donde estaba la niñera, quien inmediatamente notó mi mal humor. Me acerqué y, sin ocultar mi molestia, le hablé.
—¿Qué cree que está haciendo aquí? ¿Para qué la contraté?
—Señor, disculpe, lo que pasa es que… —intentó explicar mientras tartamudeaba, pero no la dejé continuar.
—¿Qué? —le dije, elevando la voz—. Te contraté para cuidar a mis hijas, no para estar acostándote con el jardinero en mi mansión. ¡Lárgate! Tú y él. ¡Fuera de mi casa!
La niñera bajó la cabeza, temblorosa. El jardinero se acomodaba la camisa, claramente incómodo. Ambos intentaron disculparse.
—Por favor, señor, no lo volveré a hacer —suplicó ella.
—No te contraté para esto —respondí cortante—. Un error y te largas. Mis hijas estaban solas, mientras tú… ¿haciendo qué? Mi casa se respeta. ¡Fuera!
Con la conversación zanjada, salí del salón y me dirigí a mi despacho. Necesitaba deshacerme de esta situación cuanto antes. Abrí mi computadora, revisé los días que la niñera había trabajado, firmé un cheque y llamé a Lucy, la ama de llaves.
—Lucy, haz que se vayan de inmediato. Aquí está el cheque. No quiero verlos más —le ordené.
—A sus órdenes, señor —respondió ella, eficiente como siempre.
Cuando Lucy salió, me dejé caer en mi silla y puse mis manos en las sienes. Estaba sofocado. Ahora, otra vez, sin niñera. ¿Quién iba a cuidar de mis hijas? Me levanté, intentando no pensar demasiado en ello, y fui a su habitación. Allí estaba la señora Lucrecia mi nana, ayudándolas a vestirse.
—Lucrecia, necesito a una persona urgentemente —le dije, tratando de mantener la calma.
—Señor Arthur no se preocupe. Encontraremos a alguien adecuado —respondió ella con su tono tranquilo.
—Eso espero —respondí, mirando a una de mis hijas que balbuceaba "papi" mientras se acercaba a mí. Era tan bonita, pero me rehusaba a encariñarme. No podía permitírmelo.
—Encárgate de ellas. Tengo que ir a la empresa. —Le di la espalda y me preparé para salir.
—Señor, su hermano Enzo ha llamado varias veces —me informó Lucrecia antes de que me marchara.
—Déjalo, no quiero que me molesten en casa con asuntos de la empresa —dije, firme. Lo que era de la empresa, se quedaba en la empresa.
Cuando bajé al salón, los empleados se alinearon, como de costumbre, bajando la cabeza en reverencia. Todo estaba reluciente, como me gustaba. Al salir, Miguel, mi chofer, ya me esperaba.
—Buenos días, señor —me saludó mientras abría la puerta de la limusina.
—Buenos días, Miguel. Vamos —respondí, entrando en el coche.
Mientras nos alejábamos, encendí mi laptop. Era un modelo ultrafino, con múltiples pantallas desplegables, y lo primero que revisé fueron las cámaras de la casa. El jardín, los cuartos… todo en orden, excepto por el hecho de que ahora necesitaba buscar un nuevo jardinero y niñera. Estaba harto de tener que contratar personal que siempre me decepcionaba, pero no tenía más opción.
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La niñera de las hijas del CEO: Arthur Zaens.
Roman d'amourArthur Sáenz, un multimillonario frío y desalmado que ha vivido en la oscuridad desde la desaparición de su esposa, dejándolo solo con sus dos hijas gemelas. Desesperado por encontrar una niñera que cumpla con sus estrictas expectativas, Arthur cono...