Lynn Loud Jr., capitana de su equipo de fútbol, es forzada a tomar clases de ballet, lo que la lleva a convivir con Giselle Westwood, su compañera en la escuela, una sofisticada bailarina, que es prejuzgada y molestada por Lynn. Aunque al principi...
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Narra Lynn
Entré a casa con el corazón acelerado. Lo que había sido una noche increíble con Giselle, llena de momentos que me hacían sonreír, ahora se sentía pesado. Algo no estaba bien. El ambiente en casa parecía cargado de una tensión que no esperaba encontrar.
Luan estaba sentada en el sofá, sus brazos cruzados y una expresión que me hizo tragar saliva. Algo iba mal, y lo sabía desde el momento en que sus ojos se clavaron en mí.
— Hey, Lynn. Tenemos que hablar —dijo con firmeza, cortando el aire entre nosotras.
El nerviosismo me golpeó de inmediato, y sentí cómo mi estómago se retorcía. Sabía de qué se trataba, pero no estaba lista para esta conversación, no así, no ahora.
— ¿Sobre qué? —intenté sonar casual, aunque el tono en mi voz no engañaba a nadie.
Luan se levantó del sofá, mirándome fijamente. Sus ojos estaban llenos de decepción y, peor aún, de furia contenida.
— ¿Por qué no me dijiste nada sobre lo que está pasando entre tú y Giselle? —espetó. Su voz, aunque controlada, cargaba con una mezcla de dolor y rabia que me atravesó como un puñal.
Mi mente corrió en todas direcciones, buscando una forma de explicar, de justificar... pero las palabras se enredaban. Me sentía atrapada.
— Luan, yo... no es que no quisiera decirte, es solo que... —empecé a decir, sin saber bien cómo terminar la frase. Mi garganta se sentía seca, y el peso de la culpa me aplastaba.
— ¡¿Solo qué, Lynn?! —me interrumpió, acercándose un paso—. ¡Te lo dije! Te dije que me gustaba Giselle. ¿Te acuerdas? Y tú... tú ni siquiera mencionaste que había algo entre ustedes. ¡Ni una palabra!
La culpa me consumía por dentro. Sabía que la había fallado, y no había vuelta atrás. Mis manos temblaban, y apenas podía mirarla a los ojos.
— No quería hacerte daño... —susurré, sabiendo que esas palabras sonaban vacías. Porque, en el fondo, aunque no fuera mi intención, el daño ya estaba hecho.
Luan soltó una risa amarga, sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer lo que oía.
— No querías hacerme daño —repitió, su tono más frío ahora—. ¿Sabes qué es lo peor de todo, Lynn?
Me quedé callada, sin saber si quería escuchar lo que venía.
— Hasta sé que el mismo día que me dijiste que no había nada, la noche anterior, en esa "pijamada" con Giselle... —hizo una pausa, como si le costara decirlo, pero sus ojos ardían—. Tuvieron sexo.
El aire abandonó mis pulmones de golpe. Era como si me hubieran dado un golpe directo al pecho. Quise negarlo, quise decir algo, pero mi silencio lo decía todo. La culpa estaba escrita en mi cara.
