Un secreto

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Después de realizar una pequeña tesina y un boceto, Andreas estaba listo para armar el prototipo del programa. Día y noche se la paso programando hasta que finalmente quedo listo. Pero aunque según sus cálculos debía funcionar, no lo hacía. Eso frustro al rubio, que no entendía cuál era la falla. Analizo varias veces sus datos de nueva cuenta, de manera minuciosa pues sabía que debió haber omitido algo en el proceso de creación pero ¿Dónde fue? y ¿Qué era? Miro el reloj de su buro, eran las cuatro y veinte de la mañana. Sus parpados cada vez se hacían más pesados y ya comenzaba a dolerle la cabeza por no dormir. Como no encontraba el minúsculo pero gran error, su ánimo empezaba a decaer, pero justo cuando pensaba que se su sueño no se podía realizar, lo encontró.

Era un maldito número de 10 dígitos el que estaba impidiendo su contacto con occidente. Estático miro la pantalla, por primera vez en varios días sentía otra cosa que cansancio, nervios. Estaba a un paso, ya no tenía otro problema y no tenía por qué encontrar otro fallo. Trago saliva y puso su tembloroso dedo índice sobre la tecla de suprimir, pero aún no se decidía a borrarlo. Su cabeza estaba llena de pros y contras. Si apretaba esa tela y borraba ese número, ambos satélites mandarían su señal a su computadora. Pero, si no había hecho bien la programación, si por casualidad no era la forma correcta de engañar a las maquinas, el pequeño programa contenido en un chip  activaría el bloqueo de seguridad de los hemisferios y por ende en cinco minutos tendría a la policía secreta rodeando la casa de Lundberg. Esperaba correr con un poco de suerte y que en caso de que saliera mal la prueba, por la hora nadie se diera cuenta de la intromisión de la seña. Exhalo profundo al tiempo que se encomendaba a su Dios y apretó la tecla. En segundos el número se borró y Andreas no fue capaz de mirar el monitor. Cerro los ojos con fuerza, mientras un intenso escalofrió recorría su cuerpo. Espero un minuto exactamente, pues en su cabeza conto los sesenta segundos que eran y abrió los ojos. Su mirada se dirigió instintivamente a la barra de tareas y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro. En la pantalla de su computadora de última generación aparecían las dos señales de internet. Trato de no moverse, a pesar de que su cuerpo se lo exigía por la adrenalina que viajaba por su cuerpo. Simplemente se quedó mirando al reloj y escuchaba atento para saber si se oían las sirenas de las patrullas de la policía. Un miedo terrible le abrumo, aun no tenía idea de lo que podía pasar. Richard estaba durmiendo en la recamara de junto y no tenía ninguna idea de lo que estaba sucediendo. Si la policía llegaba a la casa de ese buen hombre, sería la mayor decepción de su carrera. Veinte años trabajando como espía sin ninguna falla se irían a la basura por culpa de su sueño utópico y jamás podría perdonárselo. Esa fue la noche más larga de su vida, no pudo dormir ni un instante. Se quedó sentado frente a la computadora, vigilando que la señal de internet que recibía fuera de alto alcance y por supuesto deseando que jamás llegara la policía. Oyó una sirena en el transcurso de la noche, que hizo erizar su piel, pero afortunadamente o desafortunadamente para otra persona, era de una ambulancia. Se sintió aliviado aunque era un alivio amargo, pues sabía que esa sirena era la misma que se había acostumbrado a oír todas las noches y su misión era “salvar” a los suicidas de Berlin.

Finalmente el amanecer llego, mirarlo desde su escritorio lo lleno de una extraña tranquilidad que hacía mucho no sentía. Se alisto para el trabajo y salió rumbo al trabajo. Pero ese día, decidió llevar su portátil con él. Quería probar si la señal llegaba hasta un poco más allá del centro de Berlin. Se sintió tan realizado al comprobar que la señal era muy buena a pesar de la distancia y que además, a pesar de que el edificio del departamento estaba lleno de sensores de alta tecnología para detectar señales enemigas, no detectaron la señal occidental de su computadora. Todo estaba saliendo perfecto, aunque aún faltaba el paso más importante, probarlo en occidente. Eso no sucedería hasta que Max instalara el programa en su computadora, en su próxima carta enviaría su pequeño chip.

Antes del amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora