El pasadizo secreto

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Andreas tenía la mirada perdida en los tejados ocres que podía observar a través del ventanal con un marco de madera. Por más increíble que pareciera y a pesar de haberse hecho unas enormes heridas en los brazos por los pellizcos que se daba para cerciorarse de que no estaba soñando, él había llegado a Oriente. Lentamente miro su nueva habitación, la que sería suya en toda la misión. Estaba pintada en color blanco, con una pequeña cama individual de sabanas del mismo color, del otro lado; un amplio escritorio de aluminio que tenía encima una computadora de gran tamaño que le pareció una reliquia que debería estar en un museo. Su mochila estaba retrancada justo aun lado de la puerta de madera que llevaba al baño y del otro lado había una pequeña cómoda del mismo material. En la pared había un enorme retrato del presidente alemán, por ley todas las casas tenían que tener esa clase de adornos. Se levantó de la cama y camino hacia el escritorio mientras pensaba en lo fría e incómoda que era su habitación. Incluso el cuartel era más cálido que ese lugar. Se dejó caer en la silla giratoria y cerró los ojos, sintiéndose pequeño. Aun no se sentía con ganas de desempacar, se sentía un poco enfermo, asustado. Uno está acostumbrado a saber que los soldados son personas frías, que probablemente no tienen sentimientos; pero la realidad es contraria solo basta con mirar a través de sus ojos, sin hacer caso lo que dice el resto de su cara para saber que aún son seres humanos y eso es lo que los ojos de Andreas delataban. En ellos podías percibir lo que su mente pensaba, era una serie de imágenes de lo que había acontecido en los días anteriores a su llegada. Trataba de distinguir entre la ficción y la realidad, pero no había nada de ficción en sus pensamientos, todo lo que el recordaba era realidad y en ese lugar tan desolado, triste, gris se daba cuenta porque decían que el viaje podría volver loco a cualquiera. Su travesía hacia el lado Oriental había sido uno de los viajes más bizarros que jamás hubiese hecho.

Todo empezó dos semanas atrás, cuando salió de la zona 01 y fue llevado un auto al estado de Kiel en un viaje de hora y media. Ahí en el campo 201, recibió un entrenamiento exprés acerca de la vida en oriente. Historia, gramática, regionalismos, leyes, normas sociales, listas enormes de personajes importantes con cada detalle de sus vidas, reglas de urbanidad e incluso recetas de cocina, fue lo que se le enseño e increíblemente tuvo que aprender de memoria. Andreas quedo impresionado mientras leía cada uno de sus manuales y libros, pensaba en lo obsoletos que debían estar, no era posible que en Alemania Oriental estuvieran estancados en el tiempo y vivieran como las sociedades aún más atrás de la época del cataclismo. Se imaginaba haciendo el ridículo por aprender reglas tontas que probablemente ya no se aplicaban y aunque estaba siendo muy escéptico no podía poner en duda los conocimientos de sus maestros o al menos no en voz alta. Fue entrenado para obedecer órdenes y nunca dudar de ellas, pero dentro de él podía hacerlo. Con el paso de los días, el joven fue preguntándose de que forma lo harían cruzar la frontera. Por cualquier vía que lo pensaba, era utópica el tratado del 2024 lo impedía y sin duda fue lo que más curioso le tuvo en su estancia en Kiel. Una mañana después del desayuno, fue llevado a una de las oficinas del cuartel donde se le dio una mochila con varios cambios de ropa oriental, que consistía en ropa interior, cuatro camisetas, dos pares de pantalones de mezclilla deslavados, dos sudaderas negras y un par de tenis. Era ropa fea y no es que alguna vez se hubiese preocupado por como lucia, pero esa ropa era horrible hasta una persona ciega lo hubiese visto. Le dieron un portafolio de doble fondo, donde escondieron la computadora que se le permitió llevar a oriente luego de revisar que no contenía ninguna foto o dirección de sus familiares y lo hicieron escribir una carta a su madre para que ella no se preocupara por su ausencia. Recordaba aun las líneas que redacto “Estaré en América trabajando en las oficinas de tecnología e información, no tengo fecha de regreso pero me pondré en contacto contigo a menudo

En cuanto sello la carta, la entregó a un cabo y luego el siguió a un sargento que lo escolto hasta una camioneta que lo llevaría a su siguiente destino. La cuatro por cuatro atravesóel Bosque Negro. A el rubio le parecía un poco extraño, ese lugar era conocido por ser un área restringida para todo el mundo, por los altos niveles de radiación que había en la tierra. En la época del cataclismo fue usado como una central nuclear que producía armamento y antes del final de la guerra había explotado, lo que provoco el envenenamiento de la zona. La zona era propiedad del ejército y era fuertemente resguardado para proteger a la “población”, pero forme iba avanzando el auto él se daba cuenta de la mentira que les habían contado. ¿Era tan fácil cruzar a occidente? , se preguntó pero no se decidía a responderse pues si fuera tan fácil como cruzar un bosque hacía mucho tiempo que varios orientales lo habrían cruzado. Unos cuantos kilómetros más tarde, pudo ver algunas luces entre los enormes árboles secos y veía personal militar, hombres y mujeres en batas blancas y otros más en impecables trajes moviéndose por la zona que tenía varios edificios camufleajados, lo que lo dejo estupefacto.

Antes del amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora