Familia

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Lana estaba en su habitación memorizando unos cuantos códigos para descifrar los nuevos mensajes que habían llegado a su correo de parte de la resistencia. Pero en realidad no estaba prestando atención a ello, caminaba por su recamara impacientemente de un lado a otro esperando a su pianista. No había sido un buen día y no es que lo hubiese pasado mal en la escuela o en la reunión femenil a la que había asistido. Si no que había echado mucho de menos al joven al que cada vez menos veía.

Aquella tarde después de su reunión, donde salió con los ánimos hasta el cielo, acudió a la casa de los Kirchner. A pesar de que Fabian había regresado hacia un par de semanas, la pareja se había rehusado a que Volker y ella dejaran de sentarse a comer con ellos, así que todos los días los cuatro comían juntos sin falta. Algunas veces se unía Louise pero ella por lo regular declinaba todas las invitaciones. Quizás iba a sonar muy egoísta de su parte pero ella no echaba de menos a sus padres. La vida sin ellos era casi similar a cuando a ellos estaban en la ciudad. No era igual porque en cierta forma, ella tenía más libertad para elegir que comer, que hacer, como vestirse y a qué hora ir a la cama. Pero algunas contadas veces los echaba de menos, principalmente cuando era muy noche y estaba sola en casa. No estaban los graves ronquidos de Frederick para despertarla ni tampoco los fantasmales movimientos  de su madre para asustarla. No había pensado en ellos hasta esa mañana, cuando al despertar se asomó por la ventana protegida por sus cortinas. Había observado el momento preciso en el que la madre de Blake se acercaba a este para darle un pequeño beso en la frente y luego el montaba un auto negro para irse al conservatorio. Su madre jamás había tenido un gesto así con ella, no recordaba que le hubiese dado una sonrisa sincera o al menos tomarla de la mano cuando era pequeña. En su memoria solo guardaba los amargos momentos donde le había dado unos cuantos pero dolorosos golpes para “educarla”. De su padre se podía decir menos, ella solía pensar que Frederick la veía como un objeto más en la casa, uno muy molesto que no haya la forma de deshacerse de él. Cuando era muy pequeña, en los días que todavía no conocía a Volker la pasaba muy mal. Ella quería a todos los miembros de su familia, admiraba a su madre, extrañaba a su padre cuando no estaba en casa, dejaba que sus hermanos mayores le jugaran pesadas bromas esperando que con ello, al menos le prestaran un poquito de su atención. Pero eso nunca sucedió y con el paso de los años, ella fue dejando de apreciarlos y de necesitarlos. Era muy deprimente darse cuenta de ello, antes no le tomaba la mayor importancia hasta que conoció a Blake y su familia y a la pareja Kirchner.

Ellos le habían abierto los ojos a una nueva forma de vida que pensó solo existía en sueños. Por una parte en Occidente parecía que la familia era lo más importante, estaban juntos y unidos aunque los hijos se hicieran mayores, protegiéndose y lo más importante amándose. Como la familia de Blake. Alguna vez el joven le conto que sufría una extraña enfermedad y que en cierta forma agradecía tenerla porque le permitió encontrar con su vocación como pianista, en medio de un gran linaje militar y ninguno de ellos se lo impidió, lo apoyaron y animaron a alcanzar sus sueños. A Lana le fue complicadísimo imaginarse que algo así pudiera pasarle, en su mundo no existía esa clase de afecto. Y no era la única, la mayoría de las personas en Oriente al salir de sus casas, se olvidaban de sus familias para ejemplos contaba con Louise y Volker. La rubia solo enviaba una pensión a sus padres que ya eran personas mayores y vivían en algún pueblo perdido de Magdeburgo, pero desde que se casó con Phil  no había vuelto a saber algo de ellos o de sus hermanos y el General tenía una relación de odio con su padre. Su madre era todo un enigma, nadie sabía si estaba viva o muerta, si lo había abandonado o había perdido la razón en el ascenso al poder de su marido y para Volker era como si jamás hubiese existido. Sin embargo existían dos grandes excepciones en todo Oriente-o al menos eso se imaginaba Lana-Anastasia y Fabian. Por lo que la pelirroja le había contado, su relación con su familia era similar a la de Louise y la de ella. Pero Fabian seguía haciéndose cargo de su madre y su hermana menor, al menos una vez al año regresaba a su pueblo natal a visitarlas. Aquella era una actitud tan fraternal, que Lana se sentía un poco melancólica. Aunque todos los demás se negaran a aceptarlo abiertamente, ella sabía que le había hecho mucha falta una familia así para sentirse mejor. No obstante, ella estaba alegre de que el cambio por más mínimo que fuera ya hubiese empezado con ellos. Lo supo aquella tarde que llego unos minutos antes a su casa y que sin querer los encontró durmiendo en la sala. Fue una imagen impresionante para ella, podía contar con las manos cuantas veces había presenciado gestos sinceramente cariñosos en las personas. Se escondió detrás de una pared para observarlos, era tan raro que quería grabarse esa imagen en la cabeza. De golpe en su cabeza pasaron miles de pensamientos. Primero está sorprendida de encontrarlos abrazados, ellos eran muy discretos en su relación pero en ese momento era innegable que ambos se veían tan tranquilos en los brazos del otro y la imagen que proyectaban era totalmente enternecedora. Como una señal, pudo saber que ese bebé que venía en camino y al que todos esperaban ansiosamente, estaría en la mejor familia que pudiese existir. Sabía que ellos estaban renuentes de cometer los mismos errores que sus padres, que se esforzarían por darle todo de lo que carecieron y Lana creía que lo harían bien, mejor que nadie. Pero luego la melancolía se apodero de ella, ¿Por qué tenía que envidarlos? ¿Por qué tenía que sufrir con sus recuerdos y esa impasible imaginación que la torturaba?, se preguntó con coraje. Se dio la media vuelta y salió de ahí, no podía quedarse un segundo más o se volvería loca. En momentos como ese se reprochaba el a ver sido tan tonta e ingenua para fijarse en un chico tan distinto y lejano a ella. ¿Por qué no elegir de alguien de su ciudad?, se cuestionó mientras dio unos pasos tambaleantes por la avenida principal. Las cosas con la resistencia iban bien, pero también tenía sus desventajas. En la última reunión Ileana les hablo de las medidas que se tomarían con la caída del muro y el paso del ejército occidental para invadir Alemania. Entre los varios temas que les expuso, les hablo del posible traslado de varias mujeres a otras bases en Alemania donde tendrían que ayudar con las labores que habían aprendido. Solo las mujeres embarazadas o con niños, serian trasladadas a Alemania Occidental como medida de protección. También les hablo de ciertos escuadrones femeninos que se unirían a los entrenamientos en Hamburgo. Lana estaba entusiasmada con la idea, no es que tuviese fascinación con las armas o algo por el estilo; pero sentía que haría una labor más importante si participaba en el campo de batalla, que en una base encriptando mensajes. Reunía varios de los requisitos, así que no dudo en apuntarse en la lista de voluntarias, al igual que decidió unirse a los cursos de primeros auxilios. Sin embargo, no había analizado bien la propuesta y en realidad todo lo que con llevaría la rebelión. La caída del muro era solo el comienzo de una guerra sangrienta, que nadie sabía cuánto tiempo se prolongaría. Las expectativas para Berlin eran malas, Ileana les informo que la ciudad probablemente terminaría en ruinas y era esa la razón por la cual muchos rebeldes estaban escondiendo sus objetos de gran valor en lugares donde consideraban serian resguardados. Ninguno de los lideres iba a descansar hasta atrapar a todas las cabezas del partido y eso con llevaba una larga búsqueda y limpieza por el país. También les comunico que no con la caída de la dictadura Alemana se terminaría el trabajo. En dado caso de que tuvieran un resultado favorable la organización se dividiría en dos grupos: el de reconstrucción y el de alianza, este último se uniría a las demás resistencias aliadas para ayudarlos con su liberación. La pelinegra no sabía que rumbo podría tomar su vida, todo se decidiría en el primer segundo de la batalla; pero si estaba segura que todo eso llegaba a un mismo resultado: conocer a Blake seguiría siendo un sueño. Aún tenía un poco de tiempo para decidir qué camino tomaría, si se fugaría a Alemania Occidental en búsqueda de Blake o se quedaría a luchar.

Antes del amanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora