12. Corazón de fuego

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Conozco el fuego de una ilusión,

y el frío cruel de una decepción.

Si me enamoro, lo entrego todo, sin ningún temor.



Cuando se despertó, la cabeza le daba vueltas. La conversación con Juanjo se desdibujaba en su memoria y, lo que era complicado la noche anterior, seguía siéndolo de buena mañana.

Le había preguntado directamente si le gustaba alguien y Juanjo había respondido de manera ambigua. Daba igual lo mucho que quisiera aferrarse a la palabra concursantes, de la que se consideraba excluido, lo cierto era que si sentía algo, no había sido capaz de admitirlo y, por si fuera poco, luego había mencionado el pacto.

Maldito el día en que se lo propuso.

Se vistió con lo primero que encontró encima de la silla de su cuarto, y se peinó el pelo con los dedos.

Siempre se había considerado una persona valiente, o una persona que había tenido que serlo. Valiente para aceptar proyectos cuando ni él mismo creía poder hacerlo, para decir que no a las cosas que le habrían alejado de su camino, por muy tentadoras que fueran. Valiente para expresar lo que sentía, para aceptar la verdad aunque doliera. Valiente para volver a empezar. Valiente para tomar la decisión correcta.

Pero ahora no sabía que era ser valiente. ¿Era arriesgarse una vez más y dejar a Juanjo en el programa? ¿Poner su corazón en juego, a riesgo de que le aniquilara?

¿O era valiente intentar salvarse? Romper su propio corazón, echarle ahora, por mucho que le doliera. Intentar construir algo las dos semanas que quedaban.

¿Qué decisión se arrepentiría de haber tomado?



Cuando llegó a la cocina, el corazón le dio un vuelco al ver allí a Juanjo. Estaba de pie, frente a la encimera, rodeado de armarios blancos. Llevaba un pijama adorable y el pelo despeinado. Sus miradas se encontraron y, por un momento, hicieron el ademán de acercarse. Martin sentía como su cuerpo quería ir hacia él, pero los pensamientos que le habían atormentado esa mañana, le frenaron. Se quedó paralizado. Cogió aire y levantó la mano, arrancando de su garganta un "buenos días", aún con la voz grave.

Vio como la confusión y la decepción cruzaban el rostro de Juanjo, finalmente, apretó los labios y levantó el brazo para saludarle, girándose de nuevo hacia su desayuno.

El aire diáfano de primera hora de la mañana corría por la cocina, todo olía a café y a pan tostado, y tan solo Emilio y Richi estaban ya charlando en el patio. Y si Martin pensó que se había salvado de algo estaba muy equivocado. Era terriblemente consciente de los movimientos de Juanjo, cada vez que pasaba a menos de un metro de él se tensaba, sentía como su pulso se aceleraba. Le costó coger un vaso y echarse agua, le costó coger la taza, pasó a menos de unos centímetros de él para llegar a la cafetera.

Se echó el café y se quedó inmóvil, contemplando su color oscuro y su textura aguada; las ganas le ahogaban y era incapaz de moverse. Juanjo estaba en pie, frente a la bandeja de quesos y embutidos, llevaba un rato allí quieto, sin escoger nada para acompañar sus tostadas.

Era como si entre sus cuerpos hubiera un elástico que luchaba por recuperar su forma. Como si les sobrara espacio. Y sabía que no le quedaba más remedio que ceder a lo inevitable. No importaba lo que pasara luego, ahora lo necesitaba.

CaribeMix2000Donde viven las historias. Descúbrelo ahora