14. La Canción del Velero

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Mi cuerpo lo pide.

Tú no te decides.

Juguemos un rato a no pensar.



El mar y el cielo se extendían inmensos a su alrededor, el sol caía sobre ellos sin piedad y pocas nubes se atrevían a pasear. Juanjo hacía un rato que había saltado al agua. Llevaba el tubo y las gafas y se dedicaba a nadar por la superficie intentando ver barcos hundidos, peces o corales. 

Les habían sorprendido con una excursión en velero y, pese a que estaba menos acostumbrado a ellos que a las bicis, la experiencia no le desagradaba. Nunca había estado tan moreno y ese viaje era lo más parecido a unas vacaciones que había tenido en los últimos años.

Cuando les llamaron para comer, ya hacía rato que tenía hambre. Mientras subía de nuevo a cubierta, se encontró una mano tendida delante de él. Al levantar la vista, el corazón le dio un vuelco, Martin le miraba, sus ojos brillaban expectantes y sus labios se curvaban en una sonrisa suave.

Le asaltó el recuerdo de la noche anterior; la oscuridad, los grillos y sus dedos rozándose. Ahora la perspectiva de darle la mano le hacía temblar. Se sujetó con fuerza la baranda metálica de la escalera y respiró; si aquello se iba a acabar en breves, quizá podía ser valiente. Agarró su mano y sintió como tiraba de él.

Susurró un "gracias" una vez arriba. Estaba convencido de que Martin le soltaría; Roberto subía ahora por las escaleras y también querría ayudarle. Pero el vasco no pareció fijarse, solo tiró de él y dijo, "vamos a comer".

Y se dejó llevar. El suelo blanco le quemaba las plantas de los pies, pero lo único que podía sentir era la mano de Martin contra su piel. Le ardían las mejillas y tenía que concentrarse en respirar bien.

Avanzaron hasta la parte cubierta de la embarcación. La mesa estaba preparada, sobre el mantel beige descansaba una vajilla de tonos pastel y, en el centro, un jarrón con flores naranjas.

Había un banco a cada lado y Martin le tocó levemente la pierna para que él pasara primero. Richi y Emilio estaban sentados enfrente revisando la carta.

-Creo que nos quedaremos con hambre - dijo Richi preocupado.

-Siempre dices eso y luego comes tanto que no puedes cenar.

-Es que cenar no es importante.

-Ya claro... - Martin rodó los ojos, las gotas de agua se deslizaban tranquilas por su cara y su pelo caía apelmazado hacia delante.

Juanjo pensaba que le soltaría en cuanto se sentaran, pero no fue así. Quizá debía avisarle, "perdona, te has olvidado de que me estás sujetando la mano, jaja, no te preocupes a todos nos pasa". ¿Algo así?

El problema era que no quería dejarle ir.

El sonido del agua que chocaba contra el barco se mezclaba con las canciones antiguas que sonaban por los altavoces y Juanjo intentaba estabilizar los latidos de su corazón. Poco a poco, todos fueron llegando.

Carlos levantó las cejas cuando sus miradas se encontraron y bajó los ojos hacia sus manos. El maño apretó los labios y no supo muy bien qué cara poner. Él tampoco entendía lo que estaba pasando.

Comer se les hizo complicado; Martin pinchaba los raviolis tan dignamente como podía y él sostenía la hamburguesa con la mano que tenía libre.

Las conversaciones saltaban por su lado y apenas las veía, hablaban de peces de colores, de vacaciones haciendo snorkel, de las mejores playas en las que bucear. Juanjo no tenía demasiado que aportar, nunca había podido hacer grandes viajes, así que se dedicaba a observar como los labios de Martin se movían al hablar.

CaribeMix2000Donde viven las historias. Descúbrelo ahora