❛3. Presión❜

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La mansión se erguía imponente entre sombras y brumas, un lugar donde los ecos del tiempo parecían congelarse, atrapados en sus paredes de piedra antigua

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La mansión se erguía imponente entre sombras y brumas, un lugar donde los ecos del tiempo parecían congelarse, atrapados en sus paredes de piedra antigua. Cada rincón de aquel vasto caserón estaba impregnado de un silencio sepulcral, interrumpido solo por el lejano crujir de los cimientos, como si los mismos cimientos murmuraran secretos olvidados. Los días pasaban con la languidez de un río oscuro, deslizando la monotonía como una niebla espesa que cubría cada hora, cada segundo. La ausencia de vida era casi palpable, y el aire enrarecido parecía cargar con una melancolía invisible.

Alban vivía inmerso en ese letargo, en la cadencia repetitiva de la soledad que lo rodeaba. Sus padres se habían marchado hacía días, embarcados en una misión de la que nadie hablaba con claridad, dejando atrás promesas vagas y un vacío que resonaba en los salones como un eco interminable. Prometieron volver en tres días, pero en la mansión, el tiempo era un enemigo caprichoso que se alargaba y retorcía en su propia inmensidad.

Su hermano Neville no encontraba paz, siempre inquieto, paranoico ante la idea de quedarse en casa solo con la abuela, una anciana que parecía más espíritu que carne. La mansión misma, con sus sombras y susurros, parecía observarlos, como si se alimentara de sus temores.

El silencio no molestaba a Alban. De alguna manera, le resultaba reconfortante, un manto invisible que lo protegía del caos del mundo exterior. Desde que había vivido solo, la compañía, aunque escasa, era un consuelo. Se sentía cálido al saber que, pese a todo, alguien aún se preocupaba por él, incluso en esa fría y eterna soledad. Sin embargo, la mansión, con su vastedad laberíntica, amplificaba ese mismo sentimiento. Era como si entre más grande el espacio, más profundo fuese el abismo que se abría en su pecho. La soledad aquí no era un susurro; era un grito silencioso, un vacío que lo tragaba sin prisa.

Sus días se deslizaban entre el abandono y la contemplación. A menudo, dedicaba las horas a pintar, plasmando en el lienzo paisajes de otros mundos, donde el sol nunca se ocultaba y las estrellas danzaban en cielos eternos. Otras veces, simplemente dormía, cayendo en el abismo del sueño, donde su mente encontraba una paz que el mundo despierto le negaba. Sin embargo, hoy no era uno de esos días. El dolor que sentía en el pecho, una presión familiar y sofocante, lo mantenía atrapado entre la vigilia y el sueño.

Era la magia encadenada en su interior, una fuerza oscura y retorcida que luchaba por liberarse. Desde que había encadenado su poder, una decisión forzada por circunstancias que apenas recordaba con claridad, el dolor había empezado a aflorar con una frecuencia preocupante. Se suponía que la insuficiencia mágica, esa maldición que lo había marcado desde su nacimiento, solo lo asaltaría ocasionalmente, una o dos veces al mes. Pero en estos últimos tres días, desde que las cadenas invisibles habían aprisionado su poder, el tormento había regresado dos veces, cada una más intensa que la anterior, como si su propio ser se rebelara contra las ataduras impuestas.

No era un dolor físico, aunque el latido irregular de su corazón le recordaba lo frágil de su cuerpo. Era algo más profundo, una punzada que atravesaba su alma, un recordatorio constante de lo que había perdido, de lo que se le había negado. Trató de respirar, de calmarse. Sabía que si permitía que la angustia creciera, su magia lo haría también, y lo último que deseaba era desatar una tormenta que no podía controlar. Había aprendido a calmarse, a enterrar el pánico bajo capas de serenidad forzada.

Los días transcurrían en una quietud asfixiante. Cuando el dolor se volvía insoportable, permanecía en la cama, esperando que la tormenta en su interior se disipara. A menudo, Syrris, la elfa doméstica, entraba en su habitación para regañarlo, preocupada porque no comía. Pero, ¿cómo podría hacerlo? ¿Cómo encontrar el apetito cuando cada respiración era un recordatorio de su fragilidad, de su propia incapacidad?

Un día, mientras la penumbra del atardecer invadía la habitación, una voz familiar rompió el silencio.

– ¿Alban? – La voz de Neville, su hermano, lo sorprendió, haciéndolo sentarse de golpe. El movimiento brusco hizo que una punzada de dolor atravesara su pecho, obligándolo a llevarse la mano al corazón, como si pudiera calmarlo con un simple gesto. Neville se acercó rápidamente, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y miedo. – ¡Por Merlín! ¿Estás bien?

Alban no pudo responder. Su corazón latía con furia, como si tratara de escapar de su pecho, mientras el calor del cuerpo de Neville lo rodeaba. Sintió la frente de su hermano presionarse suavemente contra su hombro, como si buscara compartir su angustia, absorber algo del dolor que lo consumía. Pero las palabras de Neville eran apenas murmullos distantes, ecos en una mente demasiado cansada como para prestar atención.

No podía más. El cansancio lo abrumaba, como si el peso de los días, de la magia reprimida y del dolor constante, finalmente lo estuvieran aplastando. Cerró los ojos, permitiendo que el sueño, esa niebla benévola, lo envolviera una vez más. Y así, en los brazos de su hermano, se dejó llevar, descendiendo lentamente hacia las profundidades de la inconsciencia.

Sin embargo, el sueño no era un refugio absoluto. En esa oscuridad, sueños inquietantes comenzaron a surgir. Caminaba por largos pasillos sin fin, pasillos que parecían distorsionarse ante sus ojos. Las paredes se movían, respiraban, susurraban palabras en lenguas antiguas que no comprendía pero que, de alguna manera, sentía profundamente dentro de sí. Su pecho ardía con un dolor que no podía describir. Se veía a sí mismo caminando hacia una puerta al final del pasillo, una puerta que parecía latir, como si tuviera vida propia. La necesitaba abrir, pero al mismo tiempo, el miedo le atenazaba el corazón. Algo oscuro esperaba del otro lado.

El tiempo se distorsionaba en esos sueños. Alban no sabía si había dormido una hora o días enteros, pero cuando finalmente abrió los ojos, el ambiente en la habitación había cambiado. La luz era tenue, como si el día estuviera agonizando, y su hermano no estaba a su lado. Se incorporó lentamente, sintiendo el eco del dolor persistente en su pecho, aunque más suave ahora, como una herida que empezaba a cicatrizar. Pero algo no estaba bien.

La mansión, con su aura opresiva, había cambiado. Sentía un frío distinto, más profundo, como si algo hubiera entrado en ella mientras dormía. Se levantó con dificultad, arrastrando los pies descalzos por el suelo helado de piedra. Al llegar a la ventana, observó el paisaje fuera: el cielo estaba cubierto de nubes densas, y la neblina había descendido sobre los jardines, envolviendo todo en una atmósfera irreal. Pero lo más inquietante era la figura que se dibujaba a lo lejos, entre los árboles retorcidos y oscuros. Una silueta alta, delgada, inmóvil, que parecía observar la mansión desde la distancia.

Un escalofrío recorrió su espalda. No podía apartar la vista de esa figura, sentía que algo profundo e indescriptible lo llamaba desde el otro lado del cristal. Como si aquella sombra conociera todos sus secretos, como si su mirada traspasara las paredes de la mansión y llegara hasta su propio ser, hasta lo más recóndito de su alma.

De repente, un golpe seco resonó en la puerta de su habitación, rompiendo el silencio con un eco que parecía prolongarse en los pasillos infinitos de la mansión.


De repente, un golpe seco resonó en la puerta de su habitación, rompiendo el silencio con un eco que parecía prolongarse en los pasillos infinitos de la mansión

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❛ 𝐒𝐎𝐔𝐋𝐌𝐀𝐓𝐄𝐒 ༄ 🌿                    Harry Potter x Male!ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora