Capítulo 15: La Curiosidad de un Alfa

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Max se reclinó en la cama de la habitación de hotel, observando el techo mientras sus pensamientos vagaban sin cesar. Desde el encuentro en el festival, la imagen de Sergio, radiante y sereno con su nueva familia, se había incrustado en su mente como una espina imposible de ignorar. ¿Cómo podía Sergio actuar como si nunca lo hubiera conocido? Max había sentido la química entre ellos, el latido intenso de sus almas destinadas, y sin embargo, ahí estaba Sergio, feliz con Lewis Hamilton, el líder de la manada de las panteras, con un hijo a su lado, un hijo que demostraba que Sergio podía dar herederos fuertes. 

El alfa de los leones sentía un fuego quemándole las entrañas cada vez que pensaba en cómo Lewis tocaba lo que debía haber sido suyo. Sergio, su omega. El omega que debería haber estado a su lado, dándole hijos leones fuertes, construyendo una familia juntos.

Max se sentó en la cama y suspiró. No podía regresar a su manada, no aún. Había algo que no cuadraba, y necesitaba respuestas. Decidió que esa noche iría a la casa de Sergio y Lewis, bajo el pretexto de una visita cordial entre líderes de manada. Era una audacia presentarse sin invitación, pero Max no era alguien que se detuviera por los convencionalismos. Además, se aseguró de comprar una botella de vino caro como gesto de cortesía. Al menos así, no parecería completamente descortés.

Con la botella en la mano, llegó al hogar de Sergio una hora antes de la cena, su cuerpo lleno de tensión al pensar en lo que estaba por suceder. Tocó la puerta, y no pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera lentamente. Y allí estaba, el mismo omega que había estado en sus sueños y pensamientos por tanto tiempo.

Sergio.

Cuando la puerta se abrió, Max fue golpeado por una ola de feromonas, ese aroma embriagador a chocolate y jazmín que hacía que su alfa interior despertara de inmediato. El olor lo rodeó como un abrazo, y por un segundo, todo en su vida pareció volver a tener sentido. El corazón de Max latió más fuerte en su pecho mientras observaba a Sergio sonreír, una sonrisa de bienvenida que dolía de lo cálida que era.

—¡Max! —exclamó Sergio con una genuina sorpresa, como si no hubiera esperado verlo. La sonrisa no desapareció, y eso solo confundió más a Max. Sergio no recordaba nada, ni su historia, ni su conexión. Y sin embargo, su aroma... ese aroma tan familiar, lo decía todo.

—Lamento aparecer sin previo aviso —se disculpó Max, su voz áspera, pero controlada—. Traje esto —levantó la botella de vino como si fuera una ofrenda pacificadora.

Justo en ese momento, apareció Lewis detrás de Sergio, su mirada inicialmente desconcertada. Al ver a Max, sus ojos se estrecharon levemente antes de suavizarse con una sonrisa cortés.

—¿Max? —preguntó Lewis, acercándose hasta la puerta y posando una mano protectora en el hombro de Sergio.

Max sintió un nudo de ira en su estómago. Cada vez que Lewis tocaba a Sergio, su alfa interior rugía con celos. Pero se obligó a sonreír mientras respondía:

—Gusto en verte Lewis, solo pasaba por aquí y pensé en hablar sobre... algunos asuntos comerciales entre nuestras manadas —improvisó.

Lewis levantó una ceja, claramente intrigado por la repentina visita, pero lo invitó a entrar de todas formas, como dictaba la cortesía entre líderes. Max caminó detrás de ellos, sintiéndose como un intruso mientras sus ojos recorrían cada detalle del hogar que Sergio y Lewis compartían. La casa estaba impecable y olía a una deliciosa comida casera, lo que solo intensificaba su malestar. ¿Cuántas veces había fantaseado con una vida así, una vida en la que un omega  cocinara para él, el que lo esperara al final del día?

—¿Te gustaría tomar algo? —preguntó Sergio mientras se quitaba el delantal, revelando su cuerpo.

Max se quedó quieto por un momento, observándolo. El cuerpo de Sergio había cambiado, y lo que vio lo hizo arder de deseo. Ahora tenía una cintura más fina, caderas anchas, curvas suaves que hablaban de su reciente maternidad. Su piel brillaba con salud, sus pecas resaltaban exquisitamente y el aroma de sus feromonas flotaba a su alrededor como un manto seductor. Sergio no solo era hermoso, era la definición misma de fertilidad, de perfección omega. Max sintió el dolor de la pérdida de nuevo, como una puñalada en el estómago. Había sido tan tonto, tan ciego al rechazarlo.

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