Capítulo 9: Lo Que No Se Dijo

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Max entró en su casa, con una sensación extraña. Era su hogar, pero había algo diferente, algo que le revolvía el estómago desde que cruzó la puerta principal. Cerró los ojos un momento, inhalando profundamente como hacía siempre para reconectarse con su entorno, pero algo faltaba. Ese aroma dulce, a chocolate y jazmín, el que lo había acompañado durante tanto tiempo, había desaparecido. Max abrió los ojos con una sensación de alarma que no comprendía del todo, y un vacío comenzó a crecer en su pecho.

Subió las escaleras, con cada paso acelerándose más. El corazón le latía de forma irregular, una mezcla de desesperación y urgencia que no entendía por completo. En cuanto llegó al piso superior, se detuvo un momento, intentando percibir aunque fuera un rastro de ese aroma familiar que se había vuelto parte de la casa, parte de él, pero solo encontró el olor estéril y frío del desinfectante.

—¿Sergio? —llamó, su voz resonando en el silencio de la casa.

Nadie respondió. Max apretó los puños, esa sensación de vacío volviéndose más pesada. Se dirige hacia la habitación de Sergio, su omega. Pero cuando abrió la puerta, se encontró con algo que lo dejó helado.

La habitación estaba completamente vacía. No había nada personal, ni una sola prenda, ni una señal de que Sergio alguna vez había estado allí. Las sábanas estaban perfectamente limpias y acomodadas, como si nadie hubiera dormido en esa cama por mucho tiempo. El aroma de Sergio, ese olor dulce y cálido, ya no estaba. Todo estaba desinfectado, limpio, impersonal.

Max sintió que su pecho se apretaba. Una ola de desesperación se apoderó de él, y de repente se encontró revolviendo el armario, los cajones, buscando alguna pista, alguna señal de que Sergio aún estuviera allí. Pero no había nada.

—¿Qué...? —murmuró, incrédulo, mientras se quedaba parado en medio de la habitación vacía.

El silencio que lo envolvía lo hacía sentir pequeño, insignificante. De repente, la ausencia de Sergio era insoportable, un vacío que lo devoraba por dentro.

Max salió de la habitación apresurado, sus pasos resonando con fuerza en el pasillo. Se dirigió al estudio donde sabía que encontraría a sus padres, buscando respuestas. Cuando llegó, abrió la puerta sin siquiera llamar, encontrándose con Christian sentado tras su escritorio, revisando unos documentos.

— ¿Dónde está Sergio? —preguntó Max con una mezcla de desesperación y enojo, la voz más fuerte de lo que había planeado.

Christian lo miró un momento, con una expresión que Max no pudo interpretar del todo. Luego, dejó los papeles a un lado y suspiró.

—Sergio se fue —dijo simplemente—. Y para esta hora, ya es un omega marcado. Probablemente ya lleves en su vientre la semilla de su alfa.

Las palabras de su madre lo golpearon como un balde de agua fría. Max dio un paso atrás, sintiendo que el mundo se tambaleaba bajo sus pies. ¿Marcado? El dolor en su pecho era insoportable, una herida que no había sabido que existía, pero que ahora palpitaba con fuerza.

—¿Qué estás diciendo? —gruñó, la furia mezclándose con la desesperación—. ¡Eso no puede ser verdad!

—Es la verdad, Max —intervino Toto, entrando al estudio con el ceño fruncido—. Y te exijo que le hables a tu madre con respeto. Sergio se fue porque tú lo rechazaste. No puedes culpar a nadie más que a ti mismo por esto.

Max apretó los puños, su cuerpo temblando de rabia. No, esto no puede estar pasando . Se acercó a Christian de nuevo, con los ojos llenos de furia.

—¿Con quién se fue? —exigió saber—. ¡Quiero saber quién es ese alfa!

Christian lo miró con frialdad, sin la más mínima intención de ceder.

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