Capítulo 2: Días Oscuros

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Sergio corrió sin mirar atrás, sintiendo cómo la frescura del aire nocturno golpeaba su rostro mientras las lágrimas le nublaban la vista. Cada paso que daba alejándose de la casa de los Verstappen lo hacía sentir un poco más libre, pero al mismo tiempo, una pesada tristeza llenaba su corazón. Las palabras crueles de Max resonaban una y otra vez en su cabeza.

"Demasiado pequeño, demasiado débil."

Esas palabras, que tanto temía escuchar, ahora se habían vuelto su realidad. Max había decidido que no lo quería. Y lo peor de todo, lo había dejado claro de la manera más dolorosa posible.

Sergio siguió corriendo hasta que el bosque lo envolvió por completo, sus patas ligeras y ágiles en su forma de gato naranja. Era su forma más natural, su refugio cuando la realidad humana se volvía demasiado abrumadora. Sentía el suave crujir de las hojas bajo sus patas, el susurro de los árboles que lo acogían como si quisieran consolarlo. Allí, entre la naturaleza, el mundo parecía más simple, más fácil de entender. Pero incluso en la soledad del bosque, la tristeza y el rechazo de Max lo seguían, como una sombra que no podía sacudirse.

Finalmente, agotado, Sergio se detuvo en un claro del bosque. Se dejó caer al suelo, su pequeño cuerpo temblando de la mezcla de emociones que lo atravesaban. La luna llena brillaba en el cielo, iluminando su pelaje naranja con un brillo plateado, mientras sus grandes ojos dorados observaban el cielo en busca de respuestas que no llegaban.

"¿Por qué yo?" pensó, sintiendo el peso de la soledad aplastarlo. Sabía que Max era su destinado, pero ¿por qué el destino lo había unido a alguien que lo despreciaba? Había escuchado historias de otros omegas que encontraron a sus alfas, historias de amor y de felicidad. Pero para él, la historia parecía haber tomado un giro cruel.

Sergio cerró los ojos, intentando calmar su respiración. Pero justo cuando estaba a punto de perderse en sus pensamientos, un rugido resonó en la distancia. Sus ojos se abrieron de golpe, el miedo llenando su cuerpo. Era un sonido que conocía muy bien, un rugido que hacía que sus instintos de supervivencia se activaran al instante.

Los osos.

Aunque habían pasado meses desde el ataque, ese sonido seguía haciéndolo temblar. Recordaba claramente cómo su manada había sido destruida por esas criaturas salvajes, cómo había visto a sus amigos y seres queridos caer bajo las garras de los osos. Y ahora, estaban de vuelta.

Sergio se puso de pie rápidamente, sus patas temblorosas pero firmes. Sabía que no tenía tiempo para quedarse en el bosque. Tenía que volver. Por muy doloroso que fuera enfrentar a Max y a la manada de leones, era preferible a ser presa de los osos. Pero justo cuando estaba a punto de huir, el rugido resonó más cerca, mucho más cerca de lo que esperaba.

El corazón de Sergio latía con fuerza, y por un momento, sintió que estaba de vuelta en aquella fatídica noche. La adrenalina se disparó por su cuerpo mientras corría a través del bosque, esquivando ramas y saltando sobre raíces. Sus patas, aunque pequeñas, eran rápidas y ágiles, pero sabía que no podría correr para siempre. El peligro estaba demasiado cerca.

De repente, escuchó pasos pesados detrás de él. Los osos lo habían encontrado. Sin pensarlo dos veces, cambió de dirección, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse. Vio un árbol grande, con ramas gruesas y hojas espesas, y sin dudarlo, comenzó a treparlo con la agilidad que solo un gato podía tener.

Se acomodó en una rama alta, su respiración agitada mientras observaba el suelo. Desde su posición, podía ver a la enorme figura de un oso caminando lentamente por el bosque, olfateando el aire en busca de su presa. Sergio se quedó inmóvil, conteniendo la respiración, esperando que el depredador no lo encontrara.

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