Max regresó a su territorio con la cabeza llena de pensamientos, sus emociones arremolinándose como una tormenta sin fin. La cena en la casa de Sergio y Lewis había dejado una huella profunda en él, más de lo que estaba dispuesto a admitir. Cada detalle, cada interacción entre ellos, se le clavaba en la piel como espinas. La risa suave de Sergio, el sonido de su voz, el aroma a chocolate y jazmín que aún no se había disipado completamente de su memoria. Y el bebé... ese pequeño alfa que debería haber sido suyo, no de Lewis. Por suerte el niño se parecía más al omega, Max podría incluso permitir que Sergio se lo quede una vez estén juntos.
La rabia y la frustración lo acompañaron durante todo el viaje de regreso a la manada de los leones. Aunque había fingido estar interesado en un plan de comercio con Lewis, Max sabía que su verdadera intención era mucho más personal. Había dejado entrever que volvería en unos días para discutir los detalles de aquel acuerdo, pero esa solo era una excusa para acercarse a Sergio, para verlo nuevamente, para estudiar la forma en que podría arrancarlo de los brazos de Lewis y devolverlo a donde realmente pertenecía: con él.
Cuando llegó a su casa, lo primero que notó fue el molesto y abrumador olor de Kelly. La casa estaba impregnada de su aroma, ese perfume floral que alguna vez había encontrado atractivo, pero que ahora lo sofocaba y lo irritaba. Su casa apestaba a la omega y su propio olor se había disipado tan rápido. Había pasado mucho tiempo desde que Kelly había despertado alguna chispa de deseo en él, y ahora, después de ver a Sergio, esa distancia se sentía insalvable.
Deambuló por la casa buscando a Kelly, pero no la encontró en ninguna parte. Seguramente estará gastando mi dinero otra vez, pensó con desprecio. Esa mujer no hacía otra cosa que derrochar los recursos que Max le proveía, mientras él trabajaba para mantener la estabilidad de la manada. Ya estaba harto. Esa relación, si es que alguna vez había sido una relación verdadera, estaba tan muerta como el afecto que alguna vez le tuvo.
Se dirigió a su estudio, encendió su ordenador y, con unos cuantos clics, bloqueó la tarjeta de crédito que le había dado a Kelly. No iba a permitir que siguiera vaciando sus cuentas mientras él luchaba por recuperar a su verdadero omega. Se recostó en la silla y cerró los ojos por un momento, dejando que la satisfacción de ese pequeño acto de control lo llenara. Esto solo es el comienzo, pensó. Si Kelly se quejaba, que lo hiciera. Ya no le importaba.
Con esa tarea completada, Max decidió dar una vuelta por el territorio de su manada. Como líder, era su responsabilidad asegurarse de que todo estuviera en orden, aunque en ese momento prefería estar planeando su regreso a las panteras. Aun así, caminó entre los miembros de su manada, saludando a algunos de los alfas y omegas que se cruzaban en su camino. Se aseguraba de que todo marchara bien, pero su mente nunca dejaba de regresar a Sergio.
De regreso al comedor comunitario, donde la mayoría de los alfas solteros se reunían para comer, Max sintió una punzada de resentimiento. Aunque técnicamente no era soltero, se sentía como si lo fuera. La mayoría de esos alfas tenían sus ojos puestos en encontrar un omega que les cuidara, que les diera herederos, un hogar lleno de amor al cual regresar después de una larga jornada de trabajo, mientras que él tenía a Kelly, una omega que no lo atendía en absoluto. Sabía que su manada no se atrevería a decirlo, pero si no fuera su líder, se habrían burlado de él a sus espaldas. ¿Qué clase de alfa tiene una omega que no cumple con su rol?, pensarían.
Max se sirvió una porción de comida y se sentó en una esquina del comedor, solo. Masticó la carne en su plato, pero no pudo evitar compararla con la comida casera que Sergio había preparado la noche anterior. No hay punto de comparación, pensó amargamente. Sergio no solo cocinaba para su familia, sino que lo hacía con amor. Max se amargó al pensar que mientras él comía aquella comida sin sabor, Lewis seguramente estaba siendo atendido por el mismo omega que él había rechazado. Su alfa interno rugía de celos solo con imaginarlo.