Capítulo 10: Un Paraíso para Dos

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El aire era cálido, con la brisa suave acariciando la piel de Sergio mientras el auto avanzaba por una carretera bordeada de árboles altos y verdes. Habían viajado durante varias horas desde la manada de las panteras, pero ahora, al llegar a su destino, Sergio no podía dejar de mirar maravillado el paisaje que se abría ante sus ojos. Colinas cubiertas de vegetación exuberante y el azul del océano a lo lejos, casi tocando el cielo, formaban una escena que parecía sacada de un sueño.

Lewis sonrió al ver la expresión de Sergio. Sabía que este lugar era perfecto para su luna de miel. Un refugio lejos de cualquier distracción, donde podrían ser simplemente ellos dos, sin responsabilidades ni preocupaciones.

—¿Te gusta? —preguntó Lewis, mirándolo de reojo mientras aparcaban frente a una cabaña de madera, elegantemente sencilla pero acogedora, justo al pie de una colina con vistas al mar.

—Es hermoso, Lewis —respondió Sergio, con una suave sonrisa—. No puedo creer que estemos aquí.

Lewis se inclinó hacia él y besó suavemente su mejilla antes de salir del auto. Sergio sintió un calor agradable recorrerle el cuerpo mientras bajaba detrás de él, observando cómo Lewis, siempre atento, le ofrecía su mano para ayudarlo. El omega aceptó el gesto con gratitud, y juntos caminaron hacia la cabaña.

El interior de la cabaña era cálido y acogedor, con una chimenea de piedra que prometía noches tranquilas, un gran ventanal con vistas al mar y detalles rústicos que hacían del lugar un refugio perfecto para el descanso. Lewis dejó sus maletas a un lado y abrazó a Sergio desde atrás, recargando su barbilla en su hombro.

—Este es nuestro pequeño paraíso por unos días —le susurró Lewis, dejando un beso en su cuello.

Sergio cerró los ojos y respiró profundamente.  Era como si, por primera vez en mucho tiempo, pudiera relajarse por completo y dejar de lado los miedos que habían plagado su mente durante tanto tiempo. Aquí, solo existían él y Lewis, nada más importaba.

Después de una breve conversación sobre lo que harían ese día, Lewis propuso algo que emocionó a Sergio.

—¿Te gustaría transformarte y correr por aquí? Este lugar es seguro, no hay nadie más que nosotros, podríamos pasar el día disfrutando en nuestras formas animales.

Sergio asintió, entusiasmado por la idea. Se alejó un poco de Lewis, dándole espacio. En cuestión de segundos, su cuerpo empezó a cambiar. Los músculos se encogieron, su esqueleto se aligeró y pronto, donde había estado el omega, apareció un hermoso gato naranja de pelaje suave y brillante, con grandes ojos color miel que miraban expectantes a su alfa.

Lewis, a su vez, se transformó en una majestuosa pantera negra. Su cuerpo era imponente, grande, y cada músculo estaba perfectamente definido bajo el lustroso pelaje oscuro. Sus ojos, de un verde intenso, brillaban con ternura y protección mientras miraba a Sergio.

La diferencia de tamaño entre ellos era notable. La pantera era casi cuatro veces más grande que el pequeño gato, pero esa disparidad no afectaba en nada la forma en que ambos se conectaban. Lewis, con movimientos suaves, se acercó a Sergio, quien se acurrucó bajo su cuello, ronroneando en cuanto el calor y el olor familiar de su alfa lo envolvieron. Lewis frotó su hocico contra el de Sergio, un gesto lleno de cariño y complicidad.

Pasaron horas de pura diversión. Sergio, en su forma felina, correteaba entre los árboles, subía y bajaba por las rocas cercanas con la agilidad que caracterizaba a su especie. Pero por más rápido que fuera, Lewis siempre lo alcanzaba, atrapándolo suavemente entre sus dientes como si fuera una cría, sin dañarlo, sólo protegiéndolo y cuidando de él.

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