Max Verstappen se había convertido en el líder de la manada de leones tras la retirada de su padre Toto, quien decidió pasar sus últimos años viajando por el mundo junto a su amado omega, Christian. La noticia había sorprendido a muchos, pero no a Max. Toto siempre había sido un alfa decidido, y tras años de liderazgo, había decidido entregarse a una vida de tranquilidad, dejando a Max a cargo.
A pesar de su juventud, Max se había ganado el respeto de su manada y de otras manadas. Se había convertido en un líder fuerte, justo y digno. Su mirada era firme y decidida, y su autoridad nunca fue puesta en duda. Cada león bajo su mando sabía que Max velaba por ellos, y su capacidad para tomar decisiones difíciles y estratégicas lo había convertido en uno de los líderes más admirados.
Pero, a pesar de su éxito como líder, la vida personal de Max estaba lejos de ser perfecta. Después de que Kelly, la omega que había estado a su lado durante los últimos años, se mudara con él, todo cambió. Lo que antes parecía una relación basada en la compatibilidad y el deseo, ahora se desmoronaba lentamente. Vivir con Kelly le mostró una realidad que no había querido ver antes: no eran compatibles, ni como pareja ni como compañeros de vida.
La convivencia con Kelly había resultado ser mucho más difícil de lo que Max esperaba. Al principio, había pensado que sus diferencias eran superables, pero cuanto más tiempo pasaba, más notaba lo poco que encajaban. Kelly no hacía nada en la casa. No cocinaba, no limpiaba, y nunca mostraba interés en aprender. Se gastaba grandes sumas de dinero en ropa y salidas con sus amigas, dejando a Max con el mal sabor de boca de ser quien sostenía todo el peso de la vida en común.
Max, a pesar de su posición de líder, encontraba frustrante tener que encargarse de las tareas más simples. Cada vez que intentaba hablar con Kelly sobre colaborar en la casa, ella simplemente reía, diciendo que no era algo que un omega con clase debiera hacer. Incluso cuando intentó lavar la ropa una vez, terminó dañando toda su ropa, volviendo todo rosa en un intento fallido. Desde entonces, Max se encargaba de su propia ropa, y para la limpieza de la casa, tuvo que contratar personal que acudiera un par de veces a la semana.
Con el tiempo, Max se dio cuenta de lo superficial que Kelly realmente era. Su mirada siempre estaba llena de desdén cuando hablaba de otras personas, criticaba sin piedad a todo el mundo y se creía por encima de todos. Esto había comenzado a alejarla del resto de la manada. Nadie en la comunidad de leones la quería realmente. Las otras omegas la evitaban, y hasta los alfas preferían no interactuar con ella. Max, como líder, era consciente de la falta de cariño que su manada sentía hacia Kelly, pero no podía culparlos.
Las noches solitarias eran su peor enemigo. Max dormía al lado de Kelly, pero la cercanía física no traía consigo ninguna conexión emocional. Su relación, que al principio había estado basada en la atracción física, ahora estaba vacía. Intentaron estar juntos varias veces, pero Max nunca podía formar un nudo con Kelly, algo que lo frustraba profundamente. Se daba cuenta de que no era capaz de conectar con ella de la manera en que un alfa debía conectar con su omega. No había química, no había deseo real, solo vacío.
Más de una vez, en esas noches solitarias, la mente de Max vagaba hacia otro omega. Uno que hacía tiempo que no veía ni olía, pero cuyo recuerdo aún le atormentaba: Sergio. Recordaba a la perfección el aroma de chocolate y jazmín que impregnaba la casa cuando vivían juntos, un aroma que lentamente se desvanecía de su memoria con el paso del tiempo, pero que seguía presente en sus sueños.
Max a menudo se sorprendía pensando en cómo sería su vida si no hubiera rechazado a Sergio. La vida con Kelly se sentía vacía, sin sentido. ¿Y si hubiera marcado a Sergio? ¿Y si no lo hubiera alejado? Esas preguntas lo perseguían, especialmente en las noches frías en las que la soledad lo golpeaba con más fuerza. Sabía que no podía cambiar el pasado, pero las dudas y el arrepentimiento seguían presentes, como una herida abierta que nunca terminaba de sanar.
Los días pasaban y Max se refugiaba en su trabajo como líder. La manada lo necesitaba, y él se dedicaba por completo a ellos. Asumía todas las responsabilidades, desde las decisiones políticas hasta las tácticas de defensa de su territorio. A nivel externo, Max era visto como un alfa perfecto, pero por dentro, se sentía roto. Cada vez que veía a Kelly rodeada de sus amigas o disfrutando de algún lujo innecesario, sentía una profunda desconexión. Ella no entendía la carga que él llevaba como líder, ni parecía interesarse en entenderla.
Un día, mientras revisaba el correo en su estudio, Max encontró una invitación que capturó su atención. Era del territorio de las panteras. Ellos organizarían el Festival de la Luna Roja ese año, y la carta lo invitaba formalmente a asistir. Max se quedó mirando el pergamino, sus pensamientos en conflicto. El año anterior había decidido no ir, en parte porque odiaba las fiestas y eventos sociales de ese tipo, pero también porque el tiempo lo había amargado de una manera que él mismo no podía explicar.
No obstante, sabía que como líder de los leones, debía mantener una relación cordial con las otras manadas. Las panteras, en particular, siempre habían sido aliadas importantes. El Festival de la Luna Roja era una celebración ancestral, donde todas las manadas se reunían para reforzar lazos y celebrar bajo la luz de la luna. Max suspiró, sintiéndose obligado a asistir, aunque una parte de él lo rechazara.
Tomó su pluma y escribió una respuesta rápida, confirmando su asistencia. Sabía que Kelly no querría ir, pero eso poco le importaba. Él iría solo, representando a su manada. Guardó la carta y la dejó en manos de un mensajero para que la entregara.
La tarde cayó con un silencio incómodo en la casa. Max, como de costumbre, tenía que dirigirse al comedor de la manada para comer, ya que Kelly no cocinaba y la comida que el mismo preparaba le sabia tan insípida. A veces recordaba las galletas de Sergio, estaban riquísimas, pero como un tonto las había escupido. Mientras caminaba por el territorio de los leones, los pensamientos sobre el Festival de la Luna Roja lo invadieron. Sabía que iba a encontrarse con otras manadas, pero la idea de ver a las panteras lo ponía especialmente nervioso. No había razón para sentirse así.
Casi todos los días se preguntaba por la vida de Sergio, si a diferencia de él, habia logrado ser feliz. Seguramente sí. Sin embargo, esos pensamientos solo aumentaban su amargura. ¿Cómo había sido tan tonto al dejar ir a su destinado? A veces, la vergüenza y el arrepentimiento eran tan grandes que le costaba respirar. Había sido joven, impulsivo, y había rechazado a quien estaba destinado a ser suyo.
Cuando regresó a casa después de cenar, encontró a Kelly sentada en el sofá, mirando su teléfono y riendo con alguna conversación que tenía con sus amigas. Max apenas la miró mientras se dirigía a su habitación, pero antes de poder encerrarse, la voz de Kelly lo detuvo.
—¿Qué hay en esa invitación que recibiste hoy? —preguntó sin levantar la vista del teléfono.
Max se giró lentamente hacia ella, sintiendo cómo el resentimiento se acumulaba en su pecho.
—Es del Festival de la Luna Roja. Este año lo organizan las panteras. Tengo que ir.
Kelly hizo una mueca de disgusto.
—Fiestas aburridas. ¿Vas a ir solo?
Max asintió, cansado de la conversación antes de que siquiera empezara.
—Sí, no tienes que venir si no quieres. No es necesario.
Kelly soltó una risa burlona y volvió a su teléfono.
—Perfecto. No me interesan esas tonterías.
Max se dirigió a su habitación sin responder. Cerró la puerta tras él y se dejó caer en la cama, agotado no solo físicamente, sino emocionalmente. La relación con Kelly había llegado a un punto de ruptura, y aunque lo sabía, no hacía nada al respecto. No la había marcado, y tampoco tenía intención de hacerlo. Kelly no era la omega que él pensaba que era, y cada día que pasaba junto a ella, más claro lo tenía.
Se quedó mirando al techo durante un largo rato, pensando en todo lo que había perdido. Se preguntaba si algún día sería feliz, si alguna vez encontraría lo que tanto anhelaba. Pero, por ahora, solo tenía la soledad y el arrepentimiento como compañía.
El Festival de la Luna Roja estaba a la vuelta de la esquina, y aunque odiaba asistir a ese tipo de eventos, una parte de él sabía que algo cambiaría.
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Vas a sufrir, vas a llorar cuando te acuerdes
Paloma ajena, te creí buena 🗣️