La decisión

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La mañana va floja en una sucursal de caja de ahorros que se ha salvado de la quema de las fusiones bancarias, los dos empleados, apoderado y cajero, se dedican a ver pasar la gente desde detrás de sus mesas amablemente dispuestas con muchos folletos y recipientes de caramelos. No entra nadie. A pesar del calor típico del mes de agosto y de los veinticinco grados centígrados de temperatura dentro de la oficina, visten sendas camisas blancas de manga corta cerradas por corbatas azul marino con el emblema de la entidad y llevan el mismo corte de pelo. Parecen hermanos gemelos. Las normas de la casa no permiten ninguna protección más allá de las cámaras de video.
Descansan aliviados cuando entra un señor bajito, alopécico y con gafas de concha. Viste bermudas gastados y calza mocasines sin calcetines. Con pasos lentos pero seguros se dirige a la primera mesa que se encuentra a su paso.
—¡Buenos días! —le saluda el cajero con una gran sonrisa.
—¡Buenos días! Venía a abrir una libreta...
—Eso, mejor mi compañero que es el apoderado —dice girándose y señalando la otra mesa.
—Venía a abrir una libreta —repite el hombre, por si hacen falta más explicaciones.
—¿Ahorro o a la vista? —pregunta el apoderado.
—Me es igual —responde el señor.
—Si elige la de ahorro tiene usted la ventaja de disponer de tarjetas VISA y Maestro, sin comisiones, un seguro de vida por un año y esta magnífica cubertería si su saldo medio mensual no baja de dos mil euros, pero si elige a la vista, además de todas las ventajas de la cuenta de ahorro, podrá pasar a formar parte del sorteo de un viaje a Varadero en Cuba —explica mientras acaricia longitudinalmente la grapadora con los dedos pulgar e índice intentando ser sugerente.
—¿Su nómina de cuánto es aproximadamente? —pregunta al ver que no ha captado la indirecta.
—No trabajo —responde todo seguro el cliente. La expresión del banquero cambia radicalmente. Parece un urbano que sabe que no va a cobrar nunca la prima por las denuncias que extiende porque todas van a ser desestimadas.
—Lo siento señor, sin nómina no puede usted abrir una cuenta con nosotros. Son normas de nuestra entidad... ¿sabe? Nosotros miramos el futuro de nuestros impositores. Estamos "al lado" del ciudadano. Ya tenemos ciento cincuenta años de antigüedad. Pero las normas son las normas y así lo decidió el consejo de nuestra entidad.
—Bueno, lo siento, disculpe por haberle hecho perder el tiempo, en fin, si eso de la nómina es una norma, —dice mientras se levanta y camina hacia la salida—, entonces ya ingresaré este cuponazo de 20 millones de euros en otro sitio donde no haya normas tan severas —añade mientras está ya en la salida y los chupatintas se han quedado totalmente mudos.

© Manel Aljama, 2009
© Imagen by Expansion.mx


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