Había evitado participar en las frecuentes rebeliones que sus congéneres protagonizaban a pesar de la estricta vigilancia que había en el campo. Estaba muy contento e ilusionado pues había superado la revisión médica sin mayores inconvenientes. Era un premio que él creía bien merecido. Josef Bronski, a base de vender entre sus compañeros la ración de cigarrillos, había conseguido juntar los dos marcos que costaba la fiesta.
En el barracón número 24 le recibió el sargento Zimmer, el oficial al cargo. Alto, rubio y espigado que no se separaba de un pañuelo de finísima tela que iba y venía con frecuencia de su bolsillo a su boca. El sargento comprobó que el número tatuado en el brazo y el del remiendo que hacía las veces de etiqueta en el traje, coincidían; con parsimonia hizo la misma verificación en su hoja de visitas y cogió mecánicamente el dinero que Josef, al que casi ni miraba, le ofrecía. El visitante tenía los ojos puestos en el suelo. Levantar la vista en ese momento habría sido un acto de indisciplina quizá punible de forma muy severa o tal vez definitiva.
—Pasa A-13021. Tu número de habitación es la 5 y tienes media hora —le ordenó.
Josef cruzó el umbral y pudo por fin apreciar la diferencia entre las durísimas condiciones de su morada y la comodidad de aquel pabellón. No hacía frío. Las paredes habían sido forradas de terciopelo rojo y los ventanucos estaban tapados por gruesas cortinas del mismo color. El suelo tenía una moqueta un poco más oscura que amortiguaba el ruido de los pasos. Habían hecho separaciones que dividían el sitio en pequeñas pero auténticas habitaciones. Estaban numeradas del 1 al 10. Todas las puertas estaban cerradas. No se oía ni un susurro. Llegó a la entrada. Pensó abrir directamente la puerta, sin llamar. Dudó. Recordó la educación recibida años atrás en la sinagoga. Golpeó con los nudillos. Escuchó "adelante". Abrió la puerta.
Se quedó petrificado. Allí estaba y le esperaba María, una mujer de aspecto frágil y enfermizo que hubiese ido directamente al gas y que seguramente debió aceptar el trabajo a pesar de poseer un cuerpo que no era excesivamente sensual o atractivo. Tampoco era fea y su contemplación seguramente despertó más de una sensación entre lastimera y compasiva. Fue capturada tras la caída de la ciudad de Gdnask que ahora los invasores llamaban Danzig. Allí estaba y le esperaba para servirle, María Bronski, su hermana.
—Es el momento —dijo Josef que no dudó en continuar con la celebración pues pensó que quizá sería su último contacto carnal y nunca más podría tener otro momento.
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Los Relatos del Búho
Krótkie Opowiadania¿La vida es cuento? No lo sé, pero con estos relatos puede que se abra una nueva dimensión y empieces a escribir el guión del relato de tu propia vida. Después de autopublicar tres antologías de cuentos: Relatos por un tubo y Cuentos de Barbería y T...