No sé quién soy

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Mirando al techo, el hombre murmuraba o tal vez simplemente ensayaba lo que iba a decir. Quizá los pensamientos o tan sólo gestos se quedarían a medio camino y nunca se convertirían en sonido:
—"No sé como llegué a parar este sitio y ni siquiera sé quienes son toda esta gente que no para de hablar entre ellos y mirarme. Me obligan a levantarme cuando me apetece dormir y me obligan a meterme en la cama cuando no tengo sueño. Parece que todos están contra mí. Me dan miedo. Quiero escaparme, pero me da miedo acercarme a la puerta. Apenas la abro salen todos en grupo y me fuerzan a entrar" —resonaba en su cerebro como potentes mazados de un viejo dios germánico. Mientras meditaba o simulaba pensar, una luz mortecina, atravesaba la cortina que tapaba la ventana de su pequeña habitación. La decoración a penas coincidía con los muebles, y en los estantes se amontonaban viejos o quizá nuevos libros de otros tiempos. Una serie de fotos en blanco y negro y con el marco lleno de polvo remataban el ambiente.
—"Pero son más que yo. Pueden conmigo. Me dan miedo. No puedo dormir desde que están aquí. Les engaño a veces, me hago el dormido. Y les gano. En eso les gano. Serán muchos más que yo, pero les gano. Les engaño. Me dan miedo. Quiero que se vayan.
Pensar o fingir el pensamiento o puede que un gesto lejano de una rabia quizá apagada era el único eslabón que le indicaba que aún estaba vivo" —mientras se revolvía en su cama agitado por la ansiedad. Los martillazos se habían tornado ahora un anodino zumbido que sólo él podía escuchar.
—"Sé que quieren acabar conmigo. No me lo han dicho, pero sé que quieren acabar conmigo. Tengo que ser más rápido que ellos. Pero siempre están vigilando. Si los veo vigilarme cuando me hago el dormido y les gano. Ellos no saben que me hago el dormido, pero yo sí. Jé! Les gano."
De repente se levantó de su lecho y entreabrió la puerta dejando una rendija del tamaño justo para atisbar los presentes en la otra sala. Allí, la gente pareció ignorar que la puerta de su habitación se había abierto. Aún así, una serie de miradas de soslayo se dirigieron en su dirección.
—Pero ¿qué hacen ahora? Creo que hablan de mí, pero no estoy seguro. Tengo que hacer algo. Me tengo que ir, tengo que escapar antes de que me maten. No sé como, pero tengo que escapar antes de que me maten. Me haré el dormido —mientras cerró la puerta. Aunque no quiso se durmió. Tras un sueño ligero, nuestro hombre se despertó y con sigilo se desplazó hasta la puerta de la habitación. Su intención no era otra que intentar abandonar la casa. De repente el titubeo de los presentes se detuvo, un inoportuno jarrón hecho mil pedazos impidió la fuga. Los presentes se abalanzaron sobre su presa; unos le sujetaban los brazos, otros las piernas y algún que otro atrevido hizo una llave sobre su cuello.
—¡Me han descubierto! ¡Dejadme! ¡Dejadme! ¡No, la inyección no! ¡La inyección no! No quiero dormir. No quiero dormir. No quiero dormir... —la consciencia del hombre se apagaba poco a poco.
Se despertó cuando ya habían pasado los efectos del narcótico. Se incorporó esta vez con mucha calma y sigilo:
—"Ahora Parece que no hay nadie. ¡No! Están durmiendo. Yo no estoy durmiendo. Ellos sí. Se han dormido creyendo que yo estoy dormido. ¡Je! Siempre les engaño. Tengo que tratar de no hacer ruido. Así poco a poco. Ya está. Creo que se abre por aquí. Ajá esta vez no han puesto llave. Cerraré con cuidado. Bajaré despacito. Sólo es una planta. Voy a ir hasta el callejón de atrás. Está cerca. No me buscarán." —Tras armarse de paciencia y a fuerza de perseverar consiguió recorrer el angosto y alargado corredor hasta la puerta última que da salida al exterior. Con suma perspicacia, no la cerró para no despertar a sus perseguidores.
—¡Abuelo!, ¡Abuelo! —llamaba una niña de unos diez años que vivía junto con su familia en un piso del callejón contiguo a la celda donde había estado preso nuestro hombre. Era casi el mediodía y le despertó.
—¿Quién eres? ¿Qué es un abuelo? ¿Por qué todos me llaman abuelo? Yo no soy abuelo. Yo no soy tuyo. ¡Déjame en paz! Tengo que escapar.
La niña, no hizo caso de lo que oyó, y, con los ojos abiertos como dos enormes almendras, decidió seguirle. En su persecución pasaron por delante de una tienda de electrodomésticos que exhibía una matriz de televisores de pantalla plana, sintonizados en un canal de noticias. Se detuvieron y el hombre creyó reconocerse en la imagen de la pantalla. La pequeña también le reconoció. El hombre no alcanzaba a descifrar lo que le parecía un rótulo seguido de números que visualizaba en los aparatos. Ella en cambio, sí que consiguió leer.
—Abuelo, abuelo, ¿qué es demencia senil?

© Manel Aljama,2005
© Imagen: LexicArt


Los Relatos del BúhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora