Patearé tu tumba

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La música se fundía con el humo de tabaco, el sudor y el aroma de aguardiente. Acabó el concierto. Después de sacar brillo a su vieja trompeta, la guardó en un desvencijado estuche, quizá de mayor solera que el instrumento. Denise tocaba en aquel "théâtre de chanson" que, nada más acabar la guerra, el público con ayuda de los soldados había reconvertido en un club de jazz al que rebautizaron como "Jazz Tabou". Tenían intención de atraer a los que salían de cenar de "Les deux magots", en la plaza de Saint-Germain-des-Prés. Era un buen músico que había podido salir de la miseria gracias a su carisma. No tenía especial simpatía por las cancioncillas nacionales, aunque los críticos musicales tampoco la tenían por él. Salió del local en compañía de Lou, el enorme saxofonista negro de su banda. El calor del local contrastaba con el frío de la calle de un mes de noviembre. El aliento se condesaba y formaba figuras que a la luz de las farolas parecían enjambres de fantasmas. A Denise todavía le costaba aceptar que Lou, pese a su corpulencia y a los esfuerzos que hacía al tocar, sudaba muy poco. Le chocaba ver la frente del soldado sin rocío corporal. Sentía amistad y rivalidad por el todavía muchacho a pesar de su experiencia bélica. Con el tiempo las conversaciones derivaron hacia temas existenciales. Le veía como un ser depresivo. Casi tanto como él. Lou había dicho en más de una ocasión, que al acabar la guerra le costó volver a su país y que le había cogido cariño a aquel antro. Pensaba estarse quizá un par de años más y luego retornaría a Nueva Orleans. Siempre decía lo mismo.

—Allí es donde se toca el mejor Jazz —contestaba Denise con cierto aire de envidia.

—Para tocar verdadero jazz sólo tienes que quedarte en París —respondía el negro.

—Te equivocas, para tocar verdadero jazz hay que ir al infierno —acaba siempre Denise.

Flotaba en el aire la idea de si París, o la parte de la ciudad que pisaban fuese distinta de la de las postales o que quizá se tratase realmente de una extensión del averno; ya que los críticos literarios masacraban a Denise. Caminaban por el bulevar de Saint-Germain. Al paso por una librería, Denise miró de soslayo el escaparate donde se exponía un ejemplar de "J'irai cracher sur vos tombes" escrito por un tal Vernon Sullivan. Lou lo hizo directamente.

—¿Por qué cambias tanto de nombre? —preguntó el americano.

—Me apasiona tanto como el jazz o el hombre —respondió—. El hombre es una pasión inútil, pero está condenado a ser libre... Yo sólo hice la traducción.

—¿De dónde sacas todas esas ideas? —preguntó el del saxo.

—Eso lo dice mi amigo Vernon, el que ha escrito ese libro...

—Eso lo dice mi amigo Vernon, que toca la trompeta y también se hace llamar Denise... —replicó—. Pero... ¿Quién te mete esas ideas en la cabeza?

—Mi amigo Jean Paul. Tienes que conocerlo. Un día te lo presento —contestó con naturalidad y quizá pensando en otro nombre, en otra personalidad.

Ya era tarde, casi las seis de la mañana y a la altura de la Gare d'Austerlitz se despidieron. Tenían las pensiones muy cerca de la estación, por si había que salir corriendo.

Al día siguiente en un cine de estreno, Lou buscaba a su amigo entre el público. Sabía que estaba allí pero no consiguió localizarlo. "Como todos son blancos tengo más dificultad" —se dijo—. Cuando acabó la película y se encendieron las luces se había formado un pequeño tumulto en la última fila. Se acercó lo más rápido que pudo y lo descubrió, a él, a Vernon, a Denise y quién sabe cuántos más. Estaban allá muertos con los ojos fijos en el vacío. Llevaba consigo unas gafas gruesas de concha y un cuaderno con unas notas que se leía "je voudrais pas rever", que seguramente había escrito en el metro. Las lágrimas saltaron de los ojos del saxofonista gigante que no sudaba. Balbuceó algo y nadie le escuchó. Algunos decían que el fallecido era un tal Boris pero no estaban seguros. Llegaron los camilleros acompañados de los gendarmes. Antes de que lo alzasen, Lou subió el tono de la voz y se hizo un silencio.

—Denise, para sobrevivir en un sitio como este hay que ser más que lobo, o como mínimo un lobo-hombre... Denise, te recordaré siempre como el maldito sátrapa francés con trompeta que padecía del corazón y nunca le importó cuánto le quedaba de vida. No te preocupes, amigo; ¡yo patearé tu tumba!, ¡maldito seas me has dejado solo!

Los Relatos del BúhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora