Error humano

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Corrían los primeros días de octubre de 2050 y el simulador de estaciones ya había iniciado la coloración automática de todas las plantas artificiales, de forma que pareciese un apacible bosque otoñal plagado de ocres y granates, donde las hojas no caían gracias al excelente diseño de los técnicos que tuvieron en cuenta todos los requerimientos para ahorrar costes. La vegetación sintética era capaz de realizar la función clorofílica a la vez que provocaba alergias a la mayor parte de los humanos que paseaban por allí. Cuando se inauguró el bosque, veinte años atrás, la Corporación Robótica Internacional estaba al borde de la bancarrota. Las aseguradoras se negaron a indemnizar por los desperfectos causados en las minas de Marte por la tercera revuelta de androides. Los fabricados por la corporación fueron los más rebeldes y devastadores. Pero las cosas, como todo lo administrado por humanos, no habían cambiado mucho.
Donavan y Powell, los principales ingenieros de la corporación caminaban por el pasillo de la planta 99 de la sede central de la compañía. Como siempre discutían sobre algo.
—¿Sabes? —preguntó Donovan.
—No —respondió Powell.
—Se rumorea que los androides quieren constituir un sindicato. Dicen que van a exigir el uno por ciento de las acciones como "bonus".
—¡Eso me parece inadmisible! —exclamó el hasta ahora optimista Powell.
—Pues resulta que muchos congresistas están en ello. ¿Sabes? Todo el mundo tiene ahora un androide en casa. Wallas es su ideólogo.
—Sí, pero Wallas no es nadie en esta empresa. Sus acciones apenas son el 2% y eso no le da derecho a nada.
—No, no le da derecho, pero el muy cerdo está haciendo lobby y a este paso ese 2% va a llegar a la mitad de los accionistas —insistió Donovan.
Detuvieron su conversación en cuanto se aproximaron a la telecámara de vigilancia situada justo delante de la puerta. Estaban citados a una reunión urgente y secreta. Powell de talante abierto estaba ahora un poco preocupado por lo que su compañero acababa de decirle. En cambio, el semblante de Donovan parecía que estaba de lo más feliz y contento.
—Llegan tarde —les espetó la doctora Susan Calvin nada más entrar. Se disculparon.
—Señores —prosiguió—, como decía les he reunido porque ha sucedido algo muy grave en una de nuestras clínicas. No sabemos si se trata de un sabotaje más de IA Robots o es que nuestros androides son tan defectuosos que merecen ser retirados de la circulación e incinerados. En todo caso y con toda probabilidad, nuestra sociedad no va a ser la misma a partir de ahora. Tendremos que dar explicaciones y enseñar nuestros laboratorios a toda esa caterva de políticos inútiles que no sabe nada de nada.
La asamblea no se alargó más de una hora. Al finalizar, capitaneados por la profesora Calvin salieron de la sala con intención de visitar el hospital situado en la planta 15ª.
Por el pasillo vieron a una enfermera humana salir de la habitación que tenían intención de visitar. La habían distinguido por su uniforme blanco y la cofia que habían sido moda en el siglo pasado. La directora se vio obligada a dar explicaciones:
—Comprenderán señores que ante la gravedad del suceso hemos tenido que tomar precauciones. No sabemos todavía los términos en los que nos demandará nuestro cliente. La doctora les explicó que la víctima había acudido al hospital con la intención de sustituir su vieja y artrítica pierna por una biónica fabricada en titanio. Pero el robot encargado de la operación le amputó ambas extremidades y acabó destrozando el costosísimo miembro postizo. Nadie se atrevió a responder. El silencio de circunstancias ensordeció los habituales sonidos del corredor inteligente. Entraron en una habitación espaciosa y sin lujos excesivos. Estaba llena de paneles y sensores conectados al paciente que al ver entrar al séquito se incorporó y se presentó.
—Soy el senador Wallas. No se preocupen —la voz era todavía un hilo débil—, no pienso presentar cargos. Ha sido un lamentable y desgraciado error humano. Un error humano. Perdonen al androide de mi parte, sé que él no quería hacerme ningún daño.

© Mael Aljama, 2011 Publicado también en la revista miNatura número 114
© Photo by Markus Spiske on Unsplash

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