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Mira, yo no quería ser un mestizo...
...Eso es lo que debería decir, ¿verdad?
Lastimosamente, ese no es mi caso.
No puedo huír de lo único que conocí durante toda mi vida, ni siquiera porque a veces me abruma.
Adoro a todo...
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Me dirigí a mi cabaña, ahora sin ánimos de mirar a Nico a la cara luego de todo lo que la abuela me había dicho. Es por qué pedí ayuda, ¿verdad? No debí hacerlo.
Entré a la cabaña y cerré la puerta con un golpe suave, buscando algo de paz en el encierro. Pero en lugar de encontrarme sola, vi a Nico sentado en una de las sillas, hojeando mi sketchbook como si fuera lo más natural del mundo. La sangre me abandonó el rostro por un segundo. Demasiado tavy soy como para dejar eso ahí.
Nico levantó la vista al escucharme entrar, y nuestros ojos se encontraron. Su expresión no mostró sorpresa, solo una curiosidad serena que me dejó sin palabras.
—Ah, hola, amore. —Su voz sonaba casual, como si no estuviera escarbando en lo más íntimo de mi mente a través de mis dibujos—. ¿Quiénes son ellos? —preguntó, levantando una página donde había dibujado los rostros que conocía de memoria.
Tragué saliva, tratando de ignorar la vergüenza que me invadía. Debí haber escondido ese cuaderno en vez de dejarlo sin más.
—Son... Leslie Campbell y Luke Castellan —respondí, sintiendo como mi garganta se cerraba.
Su ceño se frunció ligeramente al escuchar el primer nombre, reflejando la confusión. Era evidente que no sabía quién era Leslie, pero cuando mencioné a Luke, su expresión cambió. Lo reconocía. Todos en el campamento lo hacían, nadie se había quitado el nombre de mi hermano de la puta boca desde que dejó el campamento.
—¿Él es el hijo de Hermes, no? Del que todos hablan.
