Capítulo Décimo

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Mi reloj pitó una vez, era la hora. Estaba mirando fijamente el lavabo, pero no veía nada, como no había encendido la luz no se veía tres en un burro, y eso es raro, ya que en teoría la luz del baño iba a estar todas las noches encendida.

Sentí alguien detrás mía. Me puso la mano en la boca, yo no hice nada, ya sabía lo que iba a pasar, y no me desagradaba la idea.

Ale me bajó el pantalón con la mano izquierda, yo le ayudé. No podíamos vernos, no importaba, no hace falta ver a alguien para sentir su lujuria. Bajó hasta mi culo, separó mis nalgas y empezó a lamer el interior. La mano tapaba cualquier sonido que hacía mi boca. Cuando lubricó bien mi zona, se acercó a mi oído.

-No tengo condones...- susurró.

-Eso ahora da igual.

Bajó sus pantalones y me puso en cuatro. Sentí su polla clavándose dentro de mi. Nuestros cuerpos salían y entraban sin parar. Mi culo disfrutaba, y mi boca lo quería manifestar, pero me mantuve calladito. Hay veces en las cuales hay que guardarse el placer.

Se corrió después de una estocada dura y seca, cuando el efecto de la saliva había pasado. Llenó todo dentro de mi, luego lo limpió con su lengua. Sin hacer ruido y sorteando al vigilante (que no vigilaba precisamente, estaba más pendiente a su móvil) volvimos a la habitación. Antes de dormirme, recordé el largo beso que nos habíamos dado antes de irnos a dormir.

***

Desperté con un golpe de almohada sobre mi cabeza. Abrí los ojos lentamente, y allí estaban todos los chicos: Álvaro, Ale, Ángel, Pablo, reunidos enfrente de mi litera.

-¿Qué cojones hacéis?- miré el reloj.- Son las seis de la mañana, ¿no podéis dormir como las personas normales?

-Si es que yo lo sabía, pero no me habéis hecho caso, como de costumbre.

-Hacer lo que queráis, pero dejarme en paz, dejarme dormir, por favor.

Yo me di la vuelta e intenté conciliar el sueño, todo en vano. Solo escuchaba los susurros de los chicos.

Eché un vistazo, abrí lentamente el ojo. Los cinco estaban en circulo con unas almohadas en la entrepierna. Subían y bajaban, susurrando entre ellos. Quería acercarme y unirme a ellos, pero temía intimidarles o que alguno se arrepintiese. Miraba desde la lejanía, con el ojo semiabierto, aprovechando mi situación de "dormido". Mi mirada se dirigía a Ángel, el cual estaba enfrente mía, con enorme placer en el rostro. Bajé mis pantalones lentamente, y toqué encima de mi pantalón.

No iba a tardar mucho en correrme, así que me envalentoné y salté de la cama. Los chicos se sorprendieron, pero ninguno paró. Me puse en el centro del circulo, arrodillado. Álvaro aprovechó mi posición de sumiso para encestar los chorros en mi boca. Pablo y Ale hicieron lo mismo, sin chupar ninguna polla me había llenado la cara de lefa.

Ángel, por su parte, me tumbó sobre el suelo y me masturbó la polla. Acabé sobre su mano, y el acabó sobre mi espalda. Me dió mucho morbo cuando se limpió la mano mientras Ale lamia mi espalda.

Limpiamos los que machamos con unas toallitas.

La zorra de los vestuariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora