Capítulo Decimoquinto

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Me agarró de las manos, yo evidentemente me dejé. Me la metió poco a poco, haciendo que me doliese poco. Su pistola no era muy grande, pero era muy buen pistolero, se notaba. Mientras me la metía, me lamía la espalda, con algún mordisco de regalo. Yo gemía bajito, aunque quisiera por todos los medios gritar de placer, mi sentido común me detenía.

Se corrió fuera de mi trasero, sobre su tableta. Se volvió a sentar sobre el váter, para que yo pudiera lamérsela. Me tomé mi tiempo, sin prisa pero sin pausa lamí cada centímetro cuadrado de piel.

Cuando terminé, me quité del todo mi pantalón de pijama. Abrí las piernas para ponerme encima de su abdomen. Me masturbó, yo puse mis manos sobre sus musculosos muslos, creo que ese fue el factor por el cual liberé tres chorros en tan poco tiempo. Lamí mi propia corrida, esta vez la mantuve en mi boca para que Pablo me viese. En una de esas ocasiones, mi compañero me besó, esto como excusa para coger todo el semen con su lengua. Dejé sus abdominales relucientes, pero aún no me había cansado.

-¿Me follas mientras vemos porno?- pregunté.

A él se le iluminó la cara, tal vez se esperase que le dijera que no quería hacer más.

-Mejor, ¿y si recreamos el vídeo?

Buscamos videos en una web de esas. A mí me llamó la atención uno de un negro y un moreno en las duchas del gimnasio.

-¿Nos metemos en las duchas?

El vídeo comenzaba con el moreno de rodillas chupándole la polla a un negro en las duchas. Pablo puso el móvil en una posición en la cual los dos podíamos verlo perfectamente. Imité al moreno, la polla de Pablo creció en mi boca. Tenía mucho vello púbico, cosas que le daba más morbo, en cada embestida podía sentir los pelos en mi nariz.

Cambiaron de posición en el vídeo, el moreno se puso a cuatro patas y el negro se puso detrás. Yo imité la escena, ofreciendo mi agujero a Pablo. Él lo follaba sin piedad.

Vi como el pasivo arrastraba las manos, exponiendo más su ano. Yo lo repetí, al mulato le encantó, gemía cada vez más alto. Los sonidos, el video tan caliente, hizo que liberase precum.

-Pablo no me queda mucho.

-Aguanta, porfa.

Él aceleró la marcha, sacó su polla y me llenó la espalda con su corrida. Yo me masturbé durante unos segundos y me corrí sobre el plato de ducha. Mientras expulsaba la leche, la puerta se abrió.

-Debí imaginarlo.

Se me cerró la garganta.

-¿Ale? ¿Qué haces tú aquí?- pregunté.

-Yo solo quería hacer pis, no esperaba encontrarme con un par de exhibicionistas.

-Ale, tanto tú como yo sabemos...

-¿Qué sabemos?- dijo, muy enfadado.- Estoy harto de ti, quieres follar con todos los chicos menos conmigo, no sé de que vas.

-¿Por eso estás resentido? ¿Por qué no quiero follar contigo cuando tú quieres? Te recuerdo que el primer día lo hice contigo.

-¿Y ayer? Un chico va contando por ahí que eres gay y vas y te besas dos veces con él, ¡dos veces!

-¿Qué dices? Félix no va contando que soy gay.

-Pero si a mi me han contado...

-Ah, claro, escuchas llover y no sabes de donde.

-Pero yo...- y se echó a llorar.

Miré a Pablo, el estaba igual de sorprendido que yo.

-¿Por qué estás así, Ale?

-Mi... mi.. abuela ha... muerto.

Le abracé. Pablo hizo lo mismo.

-Lo siento mucho, tío. Pero, ¿cómo lo sabes?

-Cogí el móvil anoche y leí el mensaje de mi madre.

-¿Estabais muy unidos?- preguntó Pablo.

-No, pero esa es la putada, ahora que no está me arrepiento de no haber estado más con ella.

Tras esto, siguió llorando. La escena podía llegar a ser cómica: tres chicos sentados en la ducha, dos de ellos sin nada puesto y otro llorando. E, incluso, si hubieras llegado antes habías podido ver los chorros de semen sobre el plato, pero eso ya estaba limpio.

Estuvimos así durante cuatro minutos, hasta que Ale no tuvo más lagrimas que llorar.

-¿Estás mejor?- pregunté.

-Si. Llevaba guardándolo durante demasiado tiempo, este día se había hecho tan largo como tres. Que ganas de llegar mañana a casa.- se limpió los ojos.- ¿Y vosotros, qué tal? Mejor cambiar de tema.

-Bien, yo bien.- contestó Pablo.

-Y tú, ¿que tal con ese chico?

-Bien, no sé, solo nos hemos liado, nada más.

-¿Es buen chaval?

-Antes pensaba que no, pero me he dado cuenta de que es más normal de lo que pensaba. Álvaro le había amenazado.

-¿En serio?- preguntó Pablo.

-Si.

-¿Quieres que hable con él?

-No, Pablo, se tiene que dar cuenta él. Lo que ha hecho es gravísimo.

-Y eso que él no es así...

Estuvimos en silencio un buen rato.

-Bueno, ¿vamos a acostarnos?- pregunté.


La zorra de los vestuariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora