Capítulo Duodécimo

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Di un rodeo por la parte de atrás, por fortuna nadie me vio. No había nadie en la habitación, todos debían de estar haciendo actividades. Saqué la ropa y me cambié sin perder tiempo. El día anterior fui despacito, pero hoy las cosas habían cambiado. Si me pillaban tendría que dar explicaciones, y entonces me metería en un buen lío. Escondí las prendas en el fondo del cajón, ya que apestaban a semen, sobre todo la camiseta.

Iba saliendo cuando me acordé del móvil que encontré. Una parte de mi quería salir, pero la otra sabía que posiblemente no tendría la habitación para mi solo nunca más. Esta última postura fue la que ganó.

Fisgoneé el cajón y lo encontré justo donde yo lo había dejado, parecía que nadie lo había tocado desde mi hallazgo. Con una gran decepción, salí del edificio.

***

-Oye, ¿qué tal estás de la cabeza?- me preguntó Ale al verme en el comedor, mientras pasábamos recogiendo la comida.

-Bien, mucho mejor.

-Es muy curioso esto, el profesor Andrés nos había dicho que estabas mareado...

-Si, pero también me duele un poco la cabeza.- respondí, intentando que no se notara mi nerviosismo.

-... y me he dado cuenta de que tu camiseta ha pasado de rojo a azul, así que, ¿estás seguro de que no tienes nada que contarme?

-No se adonde quieres llegar, Ale.- le dije al oído.- Pero te recomiendo no preguntar cosas que ya sabes.

-¿Habéis follado el profe y tú?

-Shhh, no lo digas tan alto.- nos sentamos los dos juntos.

-Joder, ¿entonces lo habéis hecho?

-No hemos follado.- susurré.- No te pongas celoso.

-Jajaja, más quisieras.

-Por cierto, mañana vamos al Puy Du Fou.

El Puy Du Fou era la actividad estrella del viaje. Era una representación teatral que contaba la historia de España a grandes rasgos, con una puesta en escena muy elaborada.

-Si, ¿qué pasa?

-Nada, que podríamos escaparnos al baño, y bueno...- me dijo lentamente al oído.

-No me voy a perder la representación, lo siento.

-¿Ni siquiera por mi? Ya sabes lo que te gusta follar conmigo.

-No.

-Ah, vale.

***

Esa tarde, nos dieron libertad de elección: quedarnos en la piscina o ir a comprar a un mercadillo medieval cercano. Todo mi grupo de chicos decidieron ir al mercadillo, pero yo no tenía ganas de andar más, por lo que me quedé en el albergue.

Me quedé con varias chicas de mi clase y Orlando. Al principio estuve en una esquina a mi bola (deseando haber nacido siendo extrovertido), pero les debí de dar pena a las chicas, pues me invitaron a estar con ellas.

Sabía sus nombres, aunque por circunstancias de la vida nunca había coincidido con ellas. Eran muy simpáticas, tanto que incluso participé en la conversación. Les conté que me era muy difícil socializar, que por eso hacía los trabajos solo. La conversación derivó a los chicos, yo les conté que me habían "adoptado" en su grupo y que estaba muy feliz con ellos.

Llegaron los de otro instituto, que habían terminado de montar a caballo. En unos segundos nos arrebataron la tranquilidad, se tiraron de bomba, nos salpicaron en repetidas ocasiones, y no creo que fuese sin querer.

-Oye, ¿y si nos vamos a la habitación?- dijo una de ellas.

-¿Yo puedo acompañaros?- pregunté.

-Si, claro. Pero ponte otra ropa, nosotras también lo vamos a hacer.

-Okey, ¿y si me cambio en el vestuario de la piscina? Así sabéis donde estoy y vamos todos juntos a la habitación, que no se donde está.

Corrí hasta mi habitación, cogí la ropa y fui hasta los vestuarios masculinos. Me sequé rápidamente, no quería que las chicas tuvieran que esperarme. Estaba desnudándome de cintura para abajo cuando la puerta se abrió. Era un chico alto, con un pelo tipo cani, y un pendiente en su oreja. Vestía solo un bañador de marca, rosa clarito.

Avergonzado, me subí de nuevo el bañador, esperando a que él se cambiase a su rollo. En cambio, se quedó ahí quieto, tal vez esperando a alguien.

-¿Puedes cerrar la puerta, por favor?- le pregunté.

No respondió, se limitó a cerrarla.

-Gracias.

Se puso con el móvil, sentado en el banco. Me puse de espaldas en una esquina, aún teniendo vergüenza, tenía que cambiarme para salir de ahí. Me quité el bañador, dejando expuesto mi culo, agradecí que el cani prestara atención a su móvil.

Le eché otro vistazo. Tenía buen pecho, me llamó la atención un colgante dorado de cruz que portaba. El chico alzó la vista, se había dado cuenta de que había estado analizándole. Volví la mirada de nuevo a la pared, con la cara roja. Mi polla se había endurecido, bien por el chico, bien por el morbo de los vestuarios.

-Perdona, ¿me has estado grabando?- escuché detrás mía.

-No, ¿por qué?

-Date la vuelta.

Resoplé, pero lo hice. Me había puesto los boxers rápidamente, pero eso no ocultaba la semierección.

-Ah, vale. Simplemente eres maricón.

Aunque el chico estaba justo delante de mí, ese comentario

-Tú simplemente eres gilipollas.

Él rio.

-Era una broma, yo respeto a los gays y esas cosas.

Iba a cambiarme de sitio, pero mi pie se enganchó a la pata del banco y tropecé. El cani me sujetó antes de que cayera al suelo.

Nos quedamos mirando unos instantes, cuando me besó.

La zorra de los vestuariosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora