Capítulo 18 - No Feelings II

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  ꧁I got no feeling

Ah, no feeling

A no feeling

For anybody else.꧂

❉Sex Pistols - No Feelings ❉

Después de salir del pub, con la confusión aun zumbando en mi cabeza, llevé a Erick a su departamento. Apenas podía sostenerse en pie después de todo lo que había pasado. La sangre manchaba su camisa, y su rostro, normalmente calmado y fuerte, ahora estaba marcado por el dolor.

—Vamos, te voy a curar —dije, intentando mantener la compostura mientras lo ayudaba a entrar.

Erick no se quejaba, pero sus movimientos eran torpes, y se dejaba guiar por mí sin oponer resistencia. Lo llevé hasta el sillón primero, apoyándolo cuidadosamente.

—Quítate la camisa —le ordené mientras buscaba el botiquín.

Erick apenas sonrió, a pesar del dolor.

—Parece que disfrutas dar órdenes.

—No bromees —le respondí mientras le desabrochaba los botones—. Estás hecho mierda, Erick.

Mientras limpiaba las heridas en su cabeza, él me observaba en silencio. Sus ojos, a pesar de estar entrecerrados por el cansancio, seguían fijos en mí, como si estuviera intentando leer mis pensamientos.

—No necesitas hacer esto, Jade —dijo de repente, su voz ronca.

—No seas estúpido. Claro que lo hago —respondí sin mirarlo, concentrada en desinfectar la herida de su ceja.

—No me gusta que me cuiden... —murmuró—. No soy uno de esos clientes tuyos que necesitan que los arreglen.

Me detuve, sus palabras golpeándome como una bofetada suave, pero dolorosa. Dejé el paño a un lado, tomando aire.

—No lo eres —dije con firmeza—. Pero tampoco eres invencible, Erick. Y ahora mismo me necesitas.

Él no respondió, simplemente cerró los ojos. Terminé de limpiar las heridas y saqué de mi bolsillo varios ansiolíticos y calmantes.

—Toma esto, te ayudará a descansar.

Erick abrió los ojos al oírme, negando con la cabeza de inmediato.

—No, no voy a tomar todo eso. Sabes odio las drogas, Jade. No lo necesito.

—Lo necesitas, y lo vas a tomar —insistí, acercándome más—. Confía en mí, por una vez. ¿O prefieres estar toda la noche sufriendo?

Erick me miró, sus ojos luchando entre el orgullo y la fatiga. Sabía que no quería ceder, pero el dolor le ganaba terreno.

—Vamos, no es tan grave —le dije suavemente, dándole la pastilla en la mano—. Te prometo que estarás bien. Solo es para esta noche.

Suspiró, derrotado, y tomó varias pastillas con una expresión de desagrado. Lo ayudé a recostarse en la cama, acomodando una almohada bajo su cabeza. Pasaron unos minutos antes de que empezara a caer en un sueño pesado, sus músculos relajándose bajo el efecto del calmante.

—La moto... —murmuró de repente, con la voz apenas un susurro—. Santino... ¿dónde está mi moto? No puedo dejarla sola.

Lo miré con ternura, acercándome para acariciar su cabello.

—Santino se encargará de la moto —le mentí, solo para dejarlo tranquilo—. No te preocupes por eso ahora.

Erick, aunque aún parecía preocupado, asintió lentamente, los párpados pesándole más con cada segundo que pasaba.

—Bien... —murmuró antes de quedarse completamente dormido.

Me quedé allí, a su lado, observándolo respirar profundamente, su cuerpo finalmente en paz. La tensión en su rostro desaparecía lentamente, pero yo seguía alerta, sin poder relajarme del todo. Tomé uno de los zoots de mi bolso, que guardaba junto a los últimos cigarros que me quedaban en la cajetilla y me fui a la ventana.

El humo llenó el aire, y por un momento me permití un segundo de calma. Mis pensamientos iban y venían, entre el caos del pub, los insultos de James, y el alivio de tener a Erick a salvo, al menos por esa noche. Lo miré desde la distancia. Parecía tan vulnerable, tan distinto a como siempre lo veía, y eso me hizo sentir algo que no entendía del todo.

Estar a su lado se sentía como caminar sobre una cuerda floja. Sabía que cada paso, cada respiración, nos acercaba más al abismo. Pero aun así, no podía apartarme. Sentía algo irracional, un deseo de protegerlo, aunque fuera yo la que arrastraba su mundo al caos.

Aspiré el cigarro hasta que sentí el calor arder en mis pulmones y luego exhalé, observando el humo danzar en el aire frío de la habitación. Afuera, Londres seguía despierta, como una bestia insomne que nunca dejaba de rugir, incluso cuando todos parecían querer olvidarla.

Mis ojos volvieron a Erick. Por un segundo, me pregunté cómo sería si lo dejara ir, si no lo arrastrara más conmigo. Pero la verdad era que ya era demasiado tarde. Ninguno de los dos podía escapar de lo que éramos, de lo que habíamos comenzado.

Apagué el cigarro en el alféizar de la ventana y dejé que el silencio volviera a llenar la habitación.

Volví a la cama, sentándome en el borde. Me quedé mirándolo, observando cómo su pecho subía y bajaba lentamente. Era tan distinto a todo lo que había conocido. Tan distinto a mí. Erick no era caos, no era violencia, no era oscuridad... Y, sin embargo, aquí estaba, en medio de mi desastre, sin reproches, sin juzgarme. Me aceptaba tal como era, con todas mis grietas y mis demonios.

—¿Qué estás haciendo conmigo, Erick? —susurré, casi para mí misma, acariciando su rostro dormido con la punta de mis dedos—. ¿Por qué no me dejaste caer? ¿Por qué sigues aquí?

Él no podía escucharme, pero sentí la necesidad de decirlo en voz alta, como si al hacerlo pudiera empezar a comprender lo que me estaba pasando. No estaba acostumbrada a esto. A sentir que alguien realmente me importaba. Siempre había sido yo contra el mundo, peleando, sobreviviendo. Pero ahora... con él aquí, las cosas eran diferentes.

—No sé qué estás haciendo, pero me estás jodiendo, ¿sabes? —dije con una sonrisa pequeña y triste, mientras acariciaba su cabello con suavidad—. No deberías estar aquí. No deberías querer ayudarme... Y, sin embargo, aquí estás. Siempre que el mundo me cierra las puertas, tú las abres. Aunque no me lo merezca. Aunque te lo haga difícil.

Mi garganta se apretaba con cada palabra, como si las emociones que había mantenido reprimidas estuvieran buscando escapar. Me acerqué más, apoyando mi frente en su hombro, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. Sabía que no estaba lista para esto, para sentir tanto por alguien, pero ya no podía ignorarlo.

—Creo que... me estoy enamorando de ti —susurré, mis palabras apenas audibles, como si decirlo en voz alta lo hiciera demasiado real—. Y no sé cómo manejarlo. Me da miedo... porque todo lo que toco lo destruyo.

Cenizas de GirasolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora