Capítulo 20 - Crowds II

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꧁You worthless bitch
You fickle shit
You would spit on me
You would make me spit
And when the Judas hour arrives
And like the Jesus Jews you epitomize
I'll still be here as strong as you
And I'll walk away in spite of you꧂



❉ Bauhaus - Crowds ❉


Me esposaron, y por primera vez en mucho tiempo, no sentí nada. Solo frío.

Las puertas del patrullero se cerraron con un golpe metálico y el interior se llenó de esa mezcla asfixiante de goma y sudor viejo. Mi cuerpo se sentía pesado, un cuerpo que no me pertenecía. El oficial al frente ni me miraba. Solo el ruido del motor cortando la noche fría de Londres y las luces rojas que bañaban las ventanas eran compañía suficiente para los pensamientos.

Con cada sacudida del vehículo sobre el asfalto irregular, la rabia que sentía al ser reducida a nada me consumía. No era solo el dolor físico—la herida en la ceja ardiendo, la sangre seca pegada a mi piel—sino la desesperación interna. Cada minuto sin consumir se convertía en un castigo silencioso, un vacío que me devoraba.

La estación de policía de Holborn me recibió con la luz fluorescente que hacía doler la vista. El procedimiento fue frío. Tomaron mis huellas, llenaron formularios, y me hacían preguntas que no llegaba a escuchar, mi mente estaba lejos, perdida. Cuando finalmente me metieron en la celda, el metal frío de la puerta al cerrarse fue como un juicio final. Ahí, entre esas paredes manchadas de humedad y años de desesperanza, me dejé caer en el colchón sucio, apenas sintiendo la dureza del suelo debajo.

La fiebre comenzó a instalarse, como un monstruo invisible que me recorría la piel. Me mordía los labios para no temblar, pero mis manos ya no me obedecían. Mi cuerpo se arqueaba solo, como si mi alma buscara escapar por cada poro, ansiosa por un alivio que nunca llegaba. La droga me llamaba, la necesitaba, pero todo lo que tenía era el delirio. Cerré los ojos, tal vez buscando descanso, pero solo encontré oscuridad. Una oscuridad que me devolvió al pasado.

Las pesadillas me arrastraron. Imágenes mezcladas de la puta de mi madre, sus manos huesudas pasando las cuentas de un rosario, el olor a vómito, a alcohol barato. Esa pequeña Jade tenía apenas seis años, escondida bajo la mesa de la cocina, viendo a su madre destrozarse, sin poder hacer nada. Sentía ese mismo miedo ahora, como si nunca hubiera escapado.

—¿Mamá? —susurré entre sueños, la fiebre empapando mi frente. Pero mama no contestó. Solo el eco de gritos antiguos, el crujido del suelo de madera bajo mis pies descalzos mientras corría por la casa, buscando una salida.

Ahora la fiebre parecía subir, y el silencio se volvió espeso, casi tangible, mientras me hundía más y más... Cada respiración se sentía como un recordatorio de todo lo que había perdido, de todo lo que me habían arrebatado antes de siquiera tener la oportunidad de luchar. Mi vida había sido una serie de traiciones, pero ninguna tan brutal, tan asquerosamente imperdonable, como la de mi madre.

Ella me dejó. Pero no de la manera en que los padres suelen dejar a sus hijos. No, mi madre no solo se fue una noche y desapareció sin más. Me vendió. Me entregó como si no fuera nada, como si fuera un objeto intercambiable, una bolsa de carne que alguien podía pagar y llevarse. George fue su comprador. Eso fue lo que hizo ella: me vendió por dinero. Me arrojó en las fauces de un hombre que quería usarme para llenar el vacío que Victoria no podía llenar, que ninguna mujer podría satisfacer.

No puedo recordar la última vez que vi su rostro antes de desaparecer. Lo que sí recuerdo, nítidamente, es la conversación que escuché. Yo tenía 14 años, escondida detrás de la puerta de nuestra pequeña cocina. El olor rancio a tabaco y licor barato llenaba el aire, y las palabras de mi madre fueron como puñaladas que me taladraban el cerebro.

—No me queda otra opción. Me la tienes que comprar, George. —Su voz era tan casual, tan indiferente, que ni siquiera sonaba como la mujer que debería protegerme. Era como si estuviera vendiendo una pieza rota de mobiliario, no a su hija.

George me miró desde la penumbra del pasillo, una sombra imponente con una sonrisa calculadora en los labios. Yo podía sentirlo incluso a través de la puerta.

—Victoria y yo... no podemos tener hijos. —Su tono era bajo, oscuro, como un secreto del que ambos estaban avergonzados, pero necesitaban desesperadamente.

Victoria tenía cáncer de útero. Eso lo supe después, cuando ya no importaba, cuando la transacción se había hecho. Pero en ese momento, solo entendía una cosa: yo no era nada más que una mercancía. Mi valor estaba medido en billetes, en lo que George podía pagarle a mi madre por llevarme con él y con Victoria.

—Ella no te va a hacer preguntas —respondió mi madre, apagando su cigarrillo con la punta de sus dedos, sucia, indiferente—. Solo quiere una niña, alguien a quien salvar. Y tú puedes dársela. Todo lo que tienes que hacer es fingir que te importa.

Esas palabras me rasgaron por dentro. Nunca le importé a nadie, ni siquiera a la mujer que me trajo al mundo. Mi madre, quien debería haber luchado por mí, fue la que me entregó en bandeja de plata a un hombre que solo me veía como una solución a su problema, como un parche para el matrimonio roto que tenía con Victoria. Mi madre me entregó sin mirar atrás, sin una pizca de arrepentimiento. Ni una lágrima. Nunca volví a verla después de ese día. Solo el frío de sus palabras quedó clavado en mi memoria.

—Dame el dinero, George. Lo que hagas con ella después es cosa tuya.

Así, me vendió como si no fuera nada. Me cambió por una suma de dinero que ni siquiera quiero imaginar. Me pregunto cuánto le costé. ¿Cuánto valía para ella? ¿Un poco de droga? ¿Una noche más de licor barato y hombres sin rostro?

No sé si alguna vez pensó en mí después de eso, pero yo nunca he dejado de pensar en ella. En ese momento, cuando lo supe, algo dentro de mí se rompió para siempre. El único vínculo que alguna vez pensé que tenía, se desvaneció. Fui desechada, olvidada, como si nunca hubiera existido para ella.

Y George... maldito George. Al principio, fingía ser amable, hacía que todo pareciera un acuerdo normal. Una hija nueva para Victoria, una manera de salvar un matrimonio destrozado por la enfermedad y el vacío. Nunca entendí completamente qué pasaba entre ellos, hasta que me di cuenta de que yo era la solución a un problema que no era mío.

Victoria no podía tener hijos. El cáncer le arrebató cualquier posibilidad de ser madre, y yo fui su sustituto. Fui la niña que no pudo tener, la que George trajo a casa como si fuera una mascota nueva para llenar su hogar estéril. Y todo ese tiempo, ella no supo nada. Me trataba con ternura, con cariño, sin saber que yo no estaba allí por elección, ni por amor. Estaba allí porque alguien la había engañado, porque alguien le había robado la ilusión de ser madre para dársela en forma de una mentira.

Mi madre... la mujer que me trajo al mundo fue también la que me destrozó, la que arrancó cualquier esperanza de mi vida y la dejó en manos de un hombre que no veía más allá de sus propios intereses.

Las noches en casa de George y Victoria eran las más largas. Victoria me abrazaba y me decía que todo estaría bien, que algún día seríamos una familia. Y yo la dejaba soñar, porque ¿qué otra cosa podía hacer? Pero siempre supe que George me había comprado, que yo no era suya. Solo era su sombra. Algo que podía usar para calmar las lágrimas de Victoria cuando su dolor era demasiado.

Y ahora aquí estoy. En una celda, esperando que el hombre que me compró una vez venga a "rescatarme." La ironía es asfixiante.

Las lágrimas se acumulaban en mis ojos, pero no las dejé caer. No podía permitirme ese lujo. Las lágrimas eran para los que aún tienen algo que perder. Yo ya lo perdí todo.

Mientras espero, con el frío y el silencio devorándome, no puedo evitar preguntarme: ¿Qué sería de mí si mi madre me hubiera querido? Si me hubiera visto como algo más que una transacción. Pero esas preguntas son inútiles. No hay respuestas para alguien como yo.

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