Capitulo 4

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Lo veo parado junto a su asombroso coche deportivo negro. Lleva puesta una camisa que resalta su figura perfecta, acompañada de un pantalón negro. Todo en él es lujoso y caro, como siempre, comprando en tiendas exclusivas pues por algo pesa tanto su apellido.

Trago saliva y me acerco.

—¿Qué quieres? —pregunto de inmediato.

Él se gira, y noto la sorpresa en su rostro al verme cubierta de lodo. Probablemente esperaba que apareciera en tacones o algo más glamoroso como siempre estuvo acostumbrado a verme todos los días.

—¿Qué te pasó? —pregunta, con una sonrisa burlona.

—Te hice una pregunta y quiero que la respondas —le digo con frialdad.

Se aparta de su coche y camina hacia mí, recorriéndome de arriba abajo con la mirada, su sonrisa burlona más presente.

—Te queda bien ese look, ¿eh? —comenta, divertido.

—¿Qué quieres? —repito molesta.

—Vine a dejarte algo.

—¿Viniste hasta aquí solo para darme algo?

—Estaba cerca.

Cruzo los brazos, impaciente.

—Mi abuelo murió hace unos días —dice de repente.

La noticia me toma por sorpresa, no tenía idea. Su abuelo fue el único miembro de su familia con quien me llevaba bien, el único que me hizo sentir parte de ellos. La noticia me duele más de lo que quiero admitir.

—Lo siento mucho —respondo sinceramente.

—Dejó un testamento.

—Me imagino.

—No pueden leerlo hasta que todos los mencionados estén presentes —pausa un momento—. Y tú eres una de ellos.

Lo que dice me deja desconcertada. No puedo creerlo.

—No lo quiero —respondo sin pensarlo.

—No puedes rechazarlo, por eso debes ir.

—¿No pudiste decírselo directamente a mi abogado? —pregunto—. En lugar de venir tú.

—Te dije que estaba cerca.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

Sonríe arrogante.

—Era obvio. Me pediste este lugar para alejarte, para que nuestra separación fuera más llevadera, querías estar sola y no tenerme cerca.

Me río, incrédula.

—Qué cínico de tu parte.

—Es lo lógico.

—Gracias por traerme esto, aunque era innecesario.

—Quiero que vayas.

—Lo pensaré.

—No, Katrina —niega con la cabeza y se acerca más—. Debes ir.

—No me des órdenes.

—No seas una cría.

Trago saliva, sintiendo cómo me trata como siempre lo hizo: como si fuera una niña que no entiende nada y necesita que le digan qué hacer para no equivocarse.

—No me digas lo que tengo que hacer.

—Entonces sé una adulta y cumple con lo que te corresponde.

Entre dos amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora