Parte 3

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CAPÍTULO 2

Las acuarelas que había visto en sus último meses en Inglaterra no le habían mentido; Greenwich Village era una calle arbolada repleta de casas victorianas al más puro estilo inglés. No sabía por qué se había hecho otro tipo de ideas. Lo lógico era que, como país joven, las Nuevas Tierras imitaran los estilos europeos. Por su mente había pasado la idea de atractivos indios mestizos con taparrabos, largas melenas, hombros anchos y cuerpos broncíneos.

Oh, dios, estaba de verdad necesitada de un hombre que la hiciera tocar con sus dedos la pasión.

No tenía que parecerse a Kenneth Midelton, desde luego que no, con que fuera masculino y fuerte era suficiente...pensó mientras tomaba un té cargado contemplando los olmos que recorrían la calle llenando de tonos ocres la bonita avenida.

Estaba satisfecha con el lugar y con la casa. Lady Elizabeth se sentía especialmente contenta de que fuera la más grande de la zona, más incluso que la de la empalagosa lady Hamilton. Sus fachadas en color rosa pálido le parecían tremendamente femeninas y muy adecuadas para el blanco luminoso de los amplios marcos que envolvían las vidrieras. Tenía tres alturas, un techo inclinado a dos aguas, torrecillas y buhardilla. Había hecho fortificar la parte más alta de la casa para pasar allí las noches de luna llena...esas noches terribles en las que se convertía en algo que todavía le costaba trabajo creer que fuera...una loba.

El interior lleno de ángulos redondos, grandes chimeneas y ornamentación dorada era del todo de su agrado.

Una casa donde sentirse a gusto y ser ella misma.

Había contratado como servicio a una mujer inmensa con la piel aceitunada y a un joven de aspecto delgado y cara pícara que haría de mayordomo. De momento no tenía a nadie más. Le gustaba la intimidad de pocas personas conviviendo. Y, por otro lado, tenía que reconocer que, contradiciendo las normas sociales inglesas, le encantaba el trato cordial y amistoso con los empleados.

Una ligera lluvia caía sobre el suelo newyorquino regando con sus destellos las calles adoquinadas cuando alguien llamó a la puerta.

Elizabeth se volvió y dijo:

-Adelante.

Una doncella de color entró en su dormitorio.

-Lady Gregory ¿desea tomar más té caliente?

-No, gracias – respondió Elizabeth.

-Hace un día lluvioso y frío – insistió la regordeta mujer. – Un té bien cargado con azúcar y crema puede calentarla durante toda la mañana.

-No vamos a pasar aquí la mañana, Gretty. Saldremos a comprar tocados y medias. Dile a Caleb que prepare mi carruaje. Él conducirá mi calesa y tú serás mi acompañante.

Gretty se mostró más que encantada con la idea. Sin embargo, su enorme sonrisa blanca que relucía como un collar de perlas sobre su piel negra, se ensombreció.

-Oh, lady Gregory, lo lamento pero no será posible.

Elizabeth alzó sus cejas preguntándose el motivo.

-La señora Hamilton, lady Eleonora Hamilton, dejó un mensaje para usted. Creo que desea invitarla a su baile de disfraces.

-¿Un baile de disfraces en diciembre? – preguntó Elizabeth. - ¿No sería más adecuado dedicarse a la decoración navideña y a los cultos religiosos?

-Supongo que siendo inglesa le resultará chocante pero a los americanos les encanta celebrarlo todo. – Lady Elizabeth guardó silencio. Con ello la doncella se vio obligada a recalcar el fervor religioso de la señora Hamilton. – Por supuesto lady Hamilton es muy creyente. Siempre la verá en el responso del domingo. El pastor es un gran amigo de los señores Hamilton. Eleonora suele regalar grandes dádivas para los pobres y ...

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