Parte 10

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CAPÍTULO 9

-Sir Kavanangh, la música cesó – dijo Elizabeth advirtiendo como todas las miradas se clavaban en ella.

-Lo sé – respondió él y sonrió tras su máscara, algo que hizo que Elizabeth se fijara en el hoyuelo que se había formado en su mejilla derecha llevándola de nuevo a algún lugar, a alguna nueva reminiscencia que no supo descifrar.

-¿Y no piensa soltarme?

Liam estuvo a punto de decir "solo si tú me lo pides" pero aquellas eran las últimas palabras que le había dicho antes de despedirse de ella tras el latigazo que recibió en el rostro de manos del padre de Elizabeth.

-Si es lo que desea...

Ella apretó los labios para no sonreír.

-Es lo que deseo...en este momento.

Liam deslizó la mano de su cintura lentamente. Su expresión reflejó el enorme esfuerzo que le costó dejar de sentir su piel cuando lo que realmente deseaba era estar dentro de ella.

-Cualquiera diría que le cuesta la misma vida alejarse de mí – dijo Elizabeth con coquetería.

Liam cerró los ojos tras su máscara. Elizabeth advirtió el gesto.

-¿Nunca se separó de alguien cuya partida llenó de lágrimas sus noches?

Algo interior azotó a Elizabeth. Solo una vez en su vida lloró hasta la extenuación. Solo una. Y no fue por lord Gregory ni por Kenneth Midelton. Entrecerró los ojos. Su nombre aún estaba en la memoria...el tiempo había difuminado las líneas de su rostro, el tono de su voz, la sensación cálida de sus manos recorriéndole el cuerpo...pero su nombre seguía ahí. Lo había intentado olvidar muchas veces pero era como si estuviera grabado a fuego en su corazón; Claude Coubat.

Liam trataba de mirar a través del antifaz que la cubría. Los ojos grises cubiertos de un velo de tristeza. La boca de dulces labios apretada por la contención de las palabras que, sin duda, no estaba dispuesta a confesar. Sí...lo recordaba...ella se acordaba de él. Tal vez no lo reconociera pues su rostro y su cuerpo habían cambiado mucho tras la conversión a la vida licántropa , pero todavía quedaban en él vestigios del joven que la había amado y ella, estaba seguro, reconocía esos vestigios.

Lady Elizabeth agitó su cabeza tratando de vaciarla del anhelo de lo que entonces sentía. Sus rizos negros se movieron al mismo tiempo que su cabeza y mientras Liam quedaba hechizado por el contraste del oscuro cabello contra la piel perlada, Elizabeth dijo:

-Supongo que todos hemos llorado por alguien en alguna época de nuestra vida.

Liam no pudo contener sus manos. Alzó el delicado mentón de la mujer y dijo:

-Le prometo que yo no la haré llorar.

El rumor de unas enaguas susurró detrás de ellos:

-Contenga sus manos, sir Kavanangh, o nuestra invitada se marchará de Nueva York sin un esposo – Lady Eleonora sonrió encantadoramente. – Lady Elizabeth no le dé más coba a sir Kavanangh o correrá el riesgo de que se rompa su corazón.

-¿El mío o el de sir Kavanangh?

Una risa grave escapó de la boca de Liam.

-Aprecio el de ambos – respondió Eleonora. – Ha llegado el momento de retirar las máscaras – añadió guiñando un ojo. – Mi esposo va a anunciarlo ahora mismo.

Eleonora corrió hacia la tarima donde sir Hamilton la aguardaba.

Liam acortó la distancia que Eleonora había puesto entre Elizabeth y él y se colocó cerca de ella. Elizabeth se sintió reconfortada por el gesto y sonrió.

-Ahora es cuando se quita el antifaz, yo veré lo feísima que es y huiré rompiéndole el corazón – bromeó Liam.

Elizabeth echó el cuello hacia atrás soltando una carcajada. Liam aspiró el olor de la mujer, un aroma con notas dulces y un fondo picante.

-Cuando me quite el antifaz será usted el que pierda el corazón, sir Kavanagh.

La cuenta atrás había empezado.

-Agarren a su pareja, señores, - bromeó lord Hamilton – no podrán huir cuando vean los dientes que les faltan.

Cuatro...tres...dos...uno...

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