CAPÍTULO 11
La mano contundente cayó sobre el rostro de Eleonora. Con la fortaleza de saber que si mostraba una actitud sumisa saldría bien parada reprimió el grito que le provocó la bofetada.
-Lo lamento, esposo, no volverá a ocurrir – dijo bajando la mirada.
-Eso espero – respondió sir Hamilton sin ningún arrepentimiento. – Como espero que comprendas que esto lo hago por tu bien. Yo no me casé con un ama de llaves, me casé con una dama y una dama jamás reprende a su esposo en público ¿entendido? – Eleonora asintió con la cabeza. Sir Hamilton alzó sus manos. Eleonora no se asustó. Sabía lo que venía a continuación...dulces caricias para mitigar el dolor de la cachetada...probablemente harían el amor y ella fingiría disfrutar de su cuerpo. Las manos de Sir Hamilton atusaron el cabello rubio. – Dime, princesa, ¿qué te parece realmente lady Gregory?
Eleonora ya se había dado una idea de quién era Elizabeth Gregory. Admiraba su fortaleza, su determinación. Su belleza la precedía con aquellos rizos oscuros y sus facciones perfectas, pero era su inteligencia lo que hacía de ella una mujer arrebatadora. Un modelo a seguir. Una mujer obligada por su padre a tomar por esposo a un anciano y, en lugar de caer en el tedio de un matrimonio sin amor, decidió aprender a manejar los asuntos del marido doblando su fortuna y consiguiendo con ello una independencia que ya hubiera deseado para sí misma. Le había encantado la forma en que prescindió de la opinión de todo el mundo para salir a bailar con Liam Kavanangh. Fue su esposo el que le ordenó que advirtiera a Elizabeth de que sir Kavanang era un libertino. Ella hizo lo que pudo advirtiéndole con una sonrisa mientras demostraba que, por mucho que su esposo pensara otra cosa, tenía grandes habilidades sociales. Sin embargo, poco le importo a Elizabeth aquella advertencia. Liam y ella habían bailado toda la noche, habían juntado sus cuerpos más allá de lo que el decoro permitía, y habían sido el centro de atención de toda la sala.
Desde luego, su nueva amiga ya no conseguiría un esposo después de haber ido en el carruaje de Liam aunque la doncella les acompañara, pero algo le decía que lady Elizabeth Gregory no tenía la menor intención de encontrar marido. Más bien era una mujer que reclamaba en cada uno de sus modales su independencia. Deseó ser como ella, libre, decidida, y decidió meterla en su círculo social...hasta que vio la forma en que su esposo la miraba. A ella jamás la había mirado con tal deseo. Y lo peor no era que su esposo deseara a otra mujer. Se hubiera sentido feliz si alguien lo hubiera arrancado de su lado. Pero temía por Elizabeth. Desde el mismo instante en que su marido había decidido que lady Gregory era una cualquiera por bailar con sir Kavanangh, corría el peligro de ser tomada a la fuerza por él. Cuando pronunció aquellas palabras en el baile, daba por sentado que Elizabeth tomaría como una ofensa su negativa a que sir Hamilton la dejara en su casa, y por supuesto, también sabía que su esposo la abofetearía. No importaba, si la había podido rescatar de un miserable como su esposo, daba por bueno su rechazo. Si alguna vez estuviera a solas con Liam podría contarle lo que sucedía dentro de su matrimonio pero las estrictas reglas sociales lo hacían imposible.
-No tengo una opinión de Lady Elizabeth, esposo mío. Supongo que siendo mujer es fácil tener celos de otra más hermosa puesto que los hombres deben perder la cabeza por ella.
-¿No te parece que estuvo mal que bailara con sir Kavanangh? – Inquirió sir Hamilton.
Eleonora tragó saliva. Era imposible salir de la situación sin insultar a Elizabeth.
-Por supuesto, estuvo mal – dijo.
-Mucho más después de ser advertida por una dama como tú, querida – añadió él.
Eleonora sacudió la cabeza con rapidez en un asentimiento.
-Sí, mucho más...fue algo imperdonable.
Sir Hamilton sonrió y rozó con sus labios los de Eleonora.
Ella fingió disfrutar de la suave caricia y sonrió dulcemente.
-Me alegra comprobar que he hecho de ti una dama, querida – dijo sir Hamilton satisfecho. – Las mujeres proclaman lo que son con su comportamiento ¿verdad? – Ella volvió a asentir. Él puso su mano sobre la cintura de Eleonora. – Vayamos al lecho, querida, hagamos ese niño que tarda en bendecir nuestro matrimonio.
Eleonora asintió mientras apoyaba su cabeza rubia en el hombro de su esposo y se dejaba guiar por él hasta el cuarto.
-Me gustaría asearme antes un poco, amor mío – dijo Eleonora intentando que su voz sonara convincente.
-No tardes, esposa – soltó a Eleonora de la cintura y se dirigió él solo al dormitorio.
Eleonora entró en el pequeño cuarto dispuesto para su aseo. Allí, abrió el cajón donde utilizaba las resinas que una curandera le había dado para insertarlas en su vagina. Era conocido entre las mujeres de la alta sociedad newyorquina que la mezcla de miel de acacia con resinas naturales actuaba como un espermicida natural. Eleonora remojó el algodón en la mezcla oleosa tal como le había explicado su buena amiga Etheline Vandervilt e introdujo la hebra mojada dentro de su cuerpo.
Por nada del mundo deseaba tener un bebé con alguien tan violento como su esposo. Podía soportar que le hiciera daño a ella pero jamás permitiría que lastimara a un hijo suyo. Su buena amiga Etheline era consciente de la situación que vivía. Siendo hija de Cornelius Vandervilt, el magnate del ferrocarril, la joven iba y venía a lo largo y ancho del mundo sin dar cuentas a nadie. Para complacer a su padre viajaba siempre con carabinas y en las mejores condiciones pero Eleonora sabía que en Europa Etheline había tenido sus aventuras amorosas. Por supuesto Etheline se casaría con quien ella quisiera y no con quien le impusiera su padre. Para eso era una mujer rica... como lady Elizabeth Gregory. Era algo que el resto de las mujeres tenían que saber... solo la independencia económica estable y duradera hacía que la mujer dejara de ser sometida por el hombre.
Eleonora cerró las piernas y apretó los músculos de su vagina. El algodón se mantuvo firme en la profundidad de su cuerpo. Salió del cuarto de higiene y suspiró. Ahora tendría que aguantar las palabras soeces de su marido y fingir que la excitaban... lo haría... lo haría y cuando reuniera el dinero suficiente escaparía de él para siempre... pero antes de hacerlo avisaría a Lady Gregory del tipo de hombre que era su esposo.
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NUNCA TE OLVIDES DEL ALFA
WerwolfLady Elizabeth Gregory decide marcharse de Londres. Es consciente de que ver a su antiguo amante y a su esposa por cada rincón no le hace nada bien. Todo estaría dentro de lo normal si su antiguo amante no fuera un licántropo y ella una recién conve...