CAPÍTULO 8
Había algo subyugante en aquel hombre...tanto que había dejado el decoro atrás y salido a bailar con él. No era aquella sensación tierna de seguridad que siempre había sentido con lord Gregory, tampoco la pasión desenfrenada que la arrasó con Kenneth...era otra cosa, era algo familiar, cercano, delicioso, que mezclaba ambas emociones; pasión y ternura.
El olor del hombre la embriagaba.
Desde que era una loba los olores se habían convertido en algo tan sugerente como divertido. Ya no había persona a la que no reconociera por su olor. Incluso era capaz de adivinar quien había estado en algún lugar solo por la estela de aroma que dejaba. Pero ninguno de aquellos olores que había percibido era tan fascinante como este. Ni siquiera el de Kenneth Midelton.
Uno de sus propósitos al llegar a Nueva York era comportarse como una viuda ejemplar. Tenía que haber algo bueno en ser una jovencísima viuda. Sin duda, tener amantes podía hacer parte de las ventajas de la viudez temprana, siempre y cuando se hiciera con discreción. Pero no se podía decir que salir a bailar un vals con un señalado libertino fuera precisamente discreto. Sin embargo, no lo había podido evitar. Su mirada fija la había hipnotizado a pesar de que el resto de su rostro iba cubierto con una máscara justo hasta el comienzo de sus labios. Y ahora que bailaba con él su cercanía la turbaba como no lo había hecho jamás la de ningún hombre. Había algo que la atraía como un imán; el olor a madera y almizcle, la forma en que la mano masculina descansaba con familiaridad sobre su cintura, una mano que parecía relajada pero que la retenía cada vez que ella se retiraba de su cuerpo para imponer la distancia permitida, los ojos penetrantes y directos que trataban de ver las líneas de su rostro más allá del antifaz...todo en él era viril y masculino.
La voz del hombre la sacó del hilo de sus pensamientos.
-¿Qué la ha traído a la tierra de las oportunidades?
De nuevo su voz grave la llevó a alguna reminiscencia de su pasado. Su mente dio vueltas tratando de averiguar cuál era la voz cuya cadencia recordaba.
-Si desea ser discreta lo entenderé – dijo Liam al observar su silencio.
-Oh, disculpe – respondió Elizabeth recuperando la compostura. – Por un momento su voz me resultó familiar y trataba de recordar si lo conocía de algún lugar.
Los dedos del hombre se tensaron sobre los suyos mientras seguía bailando la pieza sin perder el ritmo. Elizabeth tuvo la impresión de que lo había incomodado.
-Desde luego no he venido buscando un nuevo esposo – dijo risueña. – No tema, pues.
Liam curvó ligeramente la comisura de sus labios en una sonrisa.
-Eso lo deduzco después de que aceptara bailar conmigo a pesar de las advertencias de su amiga Eleonora. – La sonrisa de Liam se ensanchó al pronunciar aquellas palabras. – Me temo que si deseaba un esposo joven y rico acabo de arruinar esa posibilidad.
-Siendo usted un hombre joven y rico debería medir sus palabras, sir Kavanangh, una dama podría exigirle una reparación a las oportunidades perdidas – respondió ella con tono coqueto.
-Me parte el corazón, lady Gregory, soñaba con ser su nuevo esposo – respondió Liam siguiéndole el juego. - ¿Trata usted de decirme que no es una dama?
Había algo ofensivo en el razonamiento del hombre pero lo había dicho con una sonrisa tan encantadora que resultaba imposible el enojo.
-Una dama, señor, no lo dude, sin embargo una viuda cuya virtud fue entregada al esposo elegido.
-¿Elegido por usted o algún tutor tuvo el privilegio? – inquirió Liam.
-Por supuesto elegido por mi padre – respondió ella. – Siendo usted un reputado libertino debería saber que el esposo lo elige el padre y los amantes la mujer.
Touchè ...acababa de responder a su impertinencia. Liam lamentó que sus palabras pudieran haberse interpretado como una ofensa.
-Tal vez una dama no tendría que buscar amantes si pudiera escoger ella misma a su esposo – declaró notando como la espalda de Elizabeth se contraía al escuchar su comentario. – Veo que he dado en la diana ¿no es cierto?
Era un desconocido, pensó Elizabeth, no iba a contarle su vida por muy estimulante que resultara su compañía.
-Sir Kavanangh, sueño con que llegue un día en que las mujeres podamos escoger libremente a nuestros compañeros, tengamos nuestra propia identidad y podamos trabajar para conseguir nuestros sueños sin vivir a la sombra de un hombre.
El vals cesó en aquel instante y todos los bailantes se detuvieron, sin embargo, Liam aún sostenía a Elizabeth de la cintura y la mano de ella descansaba sobre el hombro masculino.
No la quería soltar...no quería dejar de sentir el calor de su cuerpo a través de la fina gasa de velos que la cubría. Reconocía su voz, sus gestos, la forma grácil con que se movía...reconocía todas aquellas sensaciones que ella le había despertado siempre, sensaciones que ninguna otra mujer había podido despertar en él. Había querido enamorarse muchas veces, había deseado que cada nueva mujer con la que se enredaba fuera la que borrara las huellas de lo que había sentido alguna vez por ella, pero ahora, teniéndola entre sus brazos, sintiendo el arrebatador deseo de poseerla pero también el de protegerla, sabía que todo cuanto había hecho por escapar de ella había sido inútil. Era ella...ella con su dulzura, una dulzura que se filtraba en el velo transparente de sus ojos grises, una dulzura que ella trataba de camuflar bajo el disfraz de viuda independiente, pero que estaba ahí y él, como nadie, sabía cómo despertar aquella dulzura...y estaba dispuesto a hacerlo.
ESTÁS LEYENDO
NUNCA TE OLVIDES DEL ALFA
WerewolfLady Elizabeth Gregory decide marcharse de Londres. Es consciente de que ver a su antiguo amante y a su esposa por cada rincón no le hace nada bien. Todo estaría dentro de lo normal si su antiguo amante no fuera un licántropo y ella una recién conve...