Parte 13

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CAPÍTULO 12

La luna avanzaba su camino hacia la plenitud en el cielo newyorquino mientras el carruaje hundía sus ruedas de madera en los cuidados adoquines de las calles que transitaban hacia Whasintong Square. Había suficiente luz por el camino con todas aquellas farolas de gas encendidas pero la luna, como ella, era indomable y salía cuando lo consideraba necesario.

Frente a ella Sir Kavanangh iba especialmente callado aunque no le quitaba la vista de encima. En otro momento hubiera seguido coqueteando con él pero los presagios de lo que podía ocurrir la noche siguiente cuando la luna fuera llena la llenaban de inquietud.

-Tal vez no debió arrendar una casa en este lugar – dijo Liam con una sonrisa que contenía. – No la tomaba a usted por temerosa pero puede que el hecho de que su mansión esté sobre lo que era un cementerio de extramuros la tenga perturbada.

Era notorio que en Nueva York había sido un escándalo el hecho de que no se hubiera respetado el descanso de los difuntos y Whasintong Square estuviera construido sobre un campo santo. Si el cementerio hubiera sido de ricos no se hubiera tocado pero a nadie parecía importarle las almas de los humildes trabajadores.

-Créame, Sir Kavanangh, que en esta vida los muertos jamás me asustaron. Mucho más miedo me dan los vivos.

-Oh, vaya, pues es una lástima. – Respondió él. – Estaba dispuesto a colocarme en el lugar de su doncella para aplacar sus nervios.

Elizabeth abrió sus ojos grises y parpadeó coquetamente.

-Seguramente sería más fácil para usted seducirme si fuera una jovencita asustada ¿no es verdad?

-Mi hermosa señora – dijo Gretty entre dientes – no olvide que es usted una respetable viuda de luto.

Liam esperaba que Elizabeth reprendiera duramente a su doncella pero en lugar de ello sonrió y dijo:

-Gretty, ya hice mi luto en Inglaterra. Si hubiera usted conocido a lord Gregory sabría que él me está sonriendo desde el cielo.

Liam se acarició la barbilla al escuchar aquellas palabras. Siempre había imaginado que Elizabeth debió detestar al anciano con el que la casó su padre, sin embargo, la joven había hablado de él varias veces con afecto.

El carraspeo de Liam precedió a sus palabras:

-En primer lugar, Elizabeth , no me gustan las jóvenes asustadizas, se pierde demasiado tiempo tranquilizándolas para cosas muy mundanas que deberían surgir espontáneamente sin temores ni pudores. – Observó como Elizabeth se mojó los labios al hacer mención a la intimidad entre un hombre y una mujer. – En segundo lugar – continuó – puede que no seas asustadiza pero ,desde luego, no estoy hablando con una anciana, sería maravilloso que dejaras de aludir a tu edad como si tener veintiséis años pudiera impedir que un hombre rehusara tu belleza, y en último lugar ...- hizo una pausa - ...es hermoso escucharte hablar de tu difunto esposo con cariño.

La boca de Elizabeth se ensanchó en una sonrisa y Liam sintió celos...no era él el dueño de aquella sonrisa sino alguien que ya no existía pero la había hecho lo suficientemente feliz para que a ella se le iluminara el rostro.

Elizabeth pensó en lord Gregory y miró con detenimiento a Liam Kavanangh.

-Usted le habría gustado a Albert – dijo dulcemente.

Los celos aguijonearon el pecho de Liam. Había tratado de acercarse a ella eliminando el tratamiento formal pero ella le respondía con un "usted" y le hablaba de su difunto esposo.

-¿Lo amaba?

Elizabeth llenó su pecho de aire y lo exhaló lentamente. Gretty la miró con ojos penetrantes. Elizabeth pensó que era evidente que la doncella también se lo había preguntado muchas veces desde que la conociera y jamás se había atrevido a preguntárselo. El suave vaivén del carruaje sobre los adoquines mojados por la humedad de la noche los mecía y la voz suave de Liam la incitaban a contarlo todo. Algo había en él que conseguía que se le hiciera fácil abrirle su corazón y desembuchar nudos atados para aligerar su alma.

-¿Hay algo que le haga pensar lo contrario, sir Kavanangh?

-Nada salvo sus propias confesiones – respondió Liam. – Esta misma noche me ha dicho que su padre lo escogió y no debemos olvidar que lord Gregory tenía treinta años más que usted.

-Cuarenta – corrigió Elizabeth.

Lady Gregory observó sus ojos minuciosamente. Estaba claro que sir Kavanangh hacía alusión a la intimidad sexual del matrimonio, sin embargo, no veía en sus ojos el brillo libidinoso del morbo malsano, sino una sincera curiosidad acerca de su vida.

-En Inglaterra sucedía lo mismo que advierto aquí – dijo Elizabeth. – Hay estrictas reglas sociales dirigidas por una ridícula moralidad, sin embargo, a la hora de la verdad nadie cree que una mujer joven pueda amar a un hombre más allá de la intimidad compartida en el lecho. – Observó como sir Kavanangh se incorporaba ligeramente hacia delante en un gesto reflejo. – Albert era un erudito, un hombre afable e inteligente que, como tal, me conoció y aceptó tal y como yo era. Nadie me ha conocido jamás como él, me amaba y me pedía que no cambiara jamás para complacer a nadie. Me aceptaba con mis ganas de aprender, con mis preguntas, con mi necesidad de saber acerca de todo lo que me rodeaba. Con inmensa paciencia me enseñó contabilidad y finanzas y confió lo suficiente en mí para dejarme su fortuna sabiendo que la doblaría. La mujer que ve ante usted ha sido construida con el amor y la paciencia de un marido que supo hacerla sentir orgullosa de sí misma.

Gretty tenía los ojos húmedos por la emoción. El semblante de sir Kavanagh parecía inmutable y Elizabeth no supo descifrar ningún sentimiento en él. Era como si, deliberadamente, hubiera colocado de nuevo el antifaz sobre su rostro para que ella no pudiera adivinar lo que pensaba.

Escuchó la respiración masculina agitarse antes de preguntar:

-¿Nunca deseó que fuera más joven?

Elizabeth soltó una carcajada que rompió el corazón de Liam.

-Un hombre joven solo hubiera deseado que estuviera ahí para él. No hubiera perdido un segundo de su tiempo en enseñarme todo lo que Albert me enseñó. Para un hombre joven solo hubiera sido el alcantarillado para sus residuos.

Elizabeth escuchó el gemido horrorizado de Mary.

-No digas esa cosas, señora.

Liam alzó las cejas. Su último comentario había sido tan contundente como ofensivo.

-Tiene usted un lamentable concepto de los hombres, lady Gregory – Elizabeth notó que usaba su apellido de viuda con cierta acidez. – Sin duda tuvo un buen esposo lo que no invalida que un hombre joven hubiera podido darle lo mismo que su difunto.

-Lo dudo – Elizabeth respondió desafiante.

Liam se incorporó aún más en su asiento y dejó su rostro casi a la misma altura de Elizabeth. Gretty carraspeó para imponer distancia entre ellos pero Liam pasó por alto la advertencia.

-Yo le prometo, lady Gregory – dijo silabeando su apellido – que existen hombres que podrían apreciarla de la misma forma que Albert. Hombres jóvenes que sabrían ver más allá de su belleza y la apreciarían por lo que es, no por lo que aparenta ser.

-Si usted lo dice – dijo Elizabeth enarcando las cejas...un gesto que consiguió que Liam volviera a sonreir.

Sintió como las manos masculinas se colocaban debajo de su barbilla y la alzaban con delicadeza.

-Yo lo digo, mi estimada, y deseo que en algún momento conozca a alguno de ellos.

El carraspeo de la doncella se hizo más intenso cuando vio el pulgar de Liam Kavanangh recorrer la barbilla de su señora. Pero era inútil cualquier tipo de interrupción. Los ojos grises de Elizabeth escrutaban los del hombre con una especie de fascinación imposible de quebrantar. Él, por su parte, sostenía su mirada como si deseara dejar que ella penetrase en los abismos de su alma, como si a través de sus ojos pudiera ver quién era.

-¿Y va a ser usted el que me presente a uno de esos hombres? – Elizabeth trató de que su tono fuera desafiante pero solo consiguió imitar un susurro.

Liam retiró la mano de su barbilla. Elizabeth entrecerró los ojos antes de escuchar una frase que movió algo en su interior.

-Solo si tú me lo pides.

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